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México D.F. Miércoles 8 de octubre de 2003

Luis Linares Zapata

Discordias y esperanzas del priísmo

as ríspidas tribulaciones por las que atraviesan los priístas tienen dos tipos distintos de orígenes. Unas, quizá las más belicosas, son provocadas por las ambiciones personales de protagonismo que no respetan las reglas que tratan de atemperarlas para que puedan canalizar sus energías de manera positiva. Las otras, de mayor impacto general, se destapan a partir de encontradas posturas programáticas o ideológicas. Y ambas pueden entenderse y hasta disculparse por el rejuego de sus entreverados intereses individuales o, elevando miras, por los proyectos que definirán rumbos para la colectividad. Lo cierto es que el priísmo entró en un alocado frenesí de discordias que suben de tono. Se llega así a concretar acusaciones, lanzar retos, infligir agravios o formular reclamos directos sin asomo de temores ni reservas, que en el pasado fueron lugares prohibidos para visitar. Hoy se habla de pronunciamientos públicos inmediatos, de manipular medios para dirimir rivalidades antes soterradas, de amenazas, con terribles exclusiones, o aun, de recurrir a la más espinosa de las desgracias: abandonar el partido y marcharse, con su atado al hombro, al estanquillo de enfrente.

El conjunto de supuestas normas que debía guiar la lucha por la candidatura presidencial es el punto neurálgico que desata las pasiones, da forma a las pugnas y hace que la disciplina, otrora cinturón de unidad, se humedezca hasta volverse sitio blandengue y, con bastante frecuencia, por demás fangoso. Roberto Madrazo ocupa, en este estira y afloja, el lugar de privilegio. Pretende dirimir desde la cúspide partidaria la puja por la máxima distinción sin reparar en que está metido hasta las uñas en la contienda. Preside el órgano por excelencia para desempeñar el papel de árbitro y conciliador. Y de ese hecho malhadado surge el mar de enojos, acusaciones y tajantes posturas que no encuentran descanso, ni siquiera un sedante que haga más llevadero el pleito. Todos aquellos militantes que han evaluado sus oportunidades, y las encuentran dignas de ser tomadas en cuenta, se sienten en desventaja, desplazados por su presidente en turno, ultrajados por el aparato que debiera encauzar sus rivalidades. Pero Madrazo no se arredra ante esos desafíos y menos ante las consecuencias que sus actos tendrán para la vida orgánica del partido y sus posibilidades de triunfo futuro. Hoy, al frente del PRI, como antes lo hizo cuando era gobernador de Tabasco, no duda en acomodar leyes y recursos a sus pretensiones de poder, aun a riesgo de quiebres, traiciones y mentiras a que es tan afecto.

Otro factor irritante de la vida partidaria de los priístas toma forma a partir de los manejos y apañes de la profesora Elba Esther Gordillo, quien no para mientes en nada con tal de abarcar con su manto autoritario la coordinación de su fracción en la Cámara de Diputados, seguir como secretaria general del Comité Ejecutivo y líder moral del sindicato de maestros (SNTE). Las designaciones que hizo de las presidencias de las 18 comisiones es apenas una muestra de sus ineptitudes de dirigente. Acostumbrada a tratar con sometibles personajes, no atina a conciliar las legítimas aspiraciones de muchos que se sienten y son sus iguales o, en frecuentes ocasiones, aventajados correligionarios. Con sus arrebatos acaparadores de posiciones, las promesas hechas y los acuerdos previos tramados con la cúpula del poder establecido, junto con sus desplantes de amiguismo revestido de lealtades a prueba de escándalos, provoca las más encendidas pasiones, ácidas críticas y hasta sospechas entre sus compañeros de viaje.

Lugar aparte merecen las desavenencias de los priístas, ciertamente rasposas y profundas, por sus ideas encontradas ante cruciales temas de trascendencia nacional. Los proyectos de reformas, llamadas estructurales, que empuja la administración de Fox, han desatado las desavenencias a tal grado que han escindido a ese partido en facciones que no soportarían, en acomodable paz y unidad, ser derrotadas.

Los senadores que defienden posiciones de corte nacionalista, por más que sean acusados de retrógradas y anquilosados, han logrado solidificar un frente de defensa y combate con visos de prevalecer sobre los intentos de apertura a los capitales trasnacionalizados, como sostiene buena parte del priísmo encumbrado. Este grupo de suspirantes por apoyos y favores de los grupos de presión, sobre todo externos (EU), no ha difundido con la debida transparencia sus planteamientos. Se mueve tras bambalinas, con precaución, y disfraza, al menos por ahora, sus crudas intenciones. Pero no ceja, a pesar de saber que en una asamblea o incluso en el Consejo Político del partido perderían apoyos, legitimidad y votos. Por ello busca la manera de dar vuelta a la legalidad, de esquivar la discusión abierta porque ya ha probado sus datos, proyecciones y supuestos con los informados opositores y ha sido arrollado delante del grueso de sus colegisladores.

En medio de este clima de discordias los priístas han tenido un remanso a sus dolores y penas, un alivio a esas sus familiares miserias que no dejan de exudar. El retorno de uno de los suyos al gobierno de Nuevo León ha destapado un horizonte de expectativas cercanas, queridas por todos ellos, donde el asiento del poder máximo parece lugar asequible.

La toma de posesión de González Parás el fin de semana pasado fue un bálsamo para el orgullo herido por pasadas derrotas que ya sienten superadas. Nati les ha ocasionado un momento de euforia, de esperada confianza. Les ha despertado su espíritu de grupo, de pertenencia a una elite modificada, que ha podido desprenderse de ataduras, cortedades y los defectos que la echó del paraíso. No reparan, sin embargo, en los prolegómenos veracruzanos que muestran, a las claras, las férreas ataduras a un pasado cierto y al acecho para dar el zarpazo.

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