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México D.F. Lunes 6 de octubre de 2003

Unos 80 mil soldados federales vigilaron la elección

Anticipan triunfo en Chechenia del candidato de Moscú, Ahmad Kadyrov

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 5 de octubre. En plena consonancia con el guión preparado por el Kremlin, la farsa se consumó en Chechenia, para saber quién ganó las elecciones presidenciales en esa república separatista del Cáucaso del Norte, sería ocioso esperar a que la autoridad electoral, como si algo importara el conteo de votos, que haga este lunes el respectivo anuncio.

Sin margen de error posible, se puede adelantar que el candidato de Moscú, Ahmad Kadyrov, obtuvo un "triunfo contundente". Y aunque sobran elementos para sospechar que lo hizo desde mucho antes de que se depositara la primera boleta, el gobierno de Rusia va a calificar estos comicios de "libres y democráticos".

Los voceros oficiales, con toda seguridad, dirán que Kadyrov logró una "victoria clara e indisputable", lo cual es lo único que se corresponde con la verdad por cuanto todos los rivales que lo superaban en popularidad fueron obligados a retirarse, por una u otra razón.

Lejos de romper el círculo vicioso de la violencia, que ahoga en sangre Chechenia durante ya más de una década, el espectáculo electoral de este domingo sólo confirma la fragilidad del modelo de solución que Moscú quiere aplicar en la república rebelde y la debilidad del hombre que eligió -el Kremlin, no la población chechena- para gobernar ahí.

Con ayuda de más de 80 mil soldados federales, y no 30 mil como se empezó a decir de unos días para acá como parte de la propaganda electoral, el gobierno de Rusia apostó por mantener en el poder a un aliado coyuntural, que más bien debería provocarle cierta desconfianza ya que Kadyrov se cambió de bando -al pactar a finales de 1999 la entrega de la ciudad de Gudermes, su feudo particular- tras ser un ferviente defensor, con las armas en la mano, de las ideas separatistas.

Los generales rusos entonces a cargo de la "operación antiterrorista" en Chechenia brindaron a Kadyrov la oportunidad -hecha a la medida de su ambición personal- de dejar de ser personaje de segundo nivel siempre a la sombra de los líderes escisionistas, sus anteriores jefes, Dzhojar Dudayev y su sucesor, Aslan Masjadov, el primero de los cuales, año y medio antes de ser abatido por un misil ruso, lo designó mufti o máximo dirigente musulmán en la república caucásica.

Legitimado en las urnas, Kadyrov se convirtió este domingo en el "Hamid Karzai de los rusos", el presidente interino afgano cuya imposición por parte de los estadunidenses tuvo que ser ratificada por una controvertida Loya Jirgah o gran asamblea tribal.

Ambos comparten la vocación de supeditarse a otros, cuyas tropas hacen posible su permanencia en el poder, y tienen -al mismo tiempo- una gran diferencia: Karzai nunca declaró la jihad a Estados Unidos, mientras el flamante presidente checheno, hace relativamente poco, no dudó en proclamar la guerra santa contra los rusos.

Ahora Kadyrov jura fidelidad a Moscú, pero es tan impopular entre los suyos que el Kremlin no quiso correr el más mínimo riesgo de que lo derrotara cualquiera de los tres rivales que se atrevieron a disputar su liderazgo, aunque todos ellos cumplieron el requisito, para poder ser postulados, de hacer pública su adhesión a la Federación Rusa.

El Kremlin hizo renunciar a uno por "iniciativa propia", a otro lo compensó con un nombramiento de asesor del presidente Vladimir Putin y al último, que no se retiró ni aceptó premios de consolación, lo sacó arbitrariamente de las boletas electorales con un pretexto tan absurdo como inapelable.

Los tres habían prometido, en su campaña, buscar un arreglo político y cualquiera de ellos hubiera ganado a Kadyrov, quien es el único checheno pro-ruso que nunca va a negociar con los separatistas, entre otras razones porque -conforme a las seculares tradiciones caucasianas- está enfrentado a muerte con sus antiguos compañeros de lucha, que lo consideran un traidor.

Esta es la paradoja chechena del Kremlin: a sabiendas de que cada día se entrampa más en una desgastante guerra de guerrillas, tiene que apoyar a un gobernante que ofrece sólo una quimérica solución de fuerza, lo que siembra más desolación y muertes en Chechenia, y tampoco puede darle ya la espalda.

Y no puede porque, en su afán de presentar ante el mundo a un presidente checheno leal, Rusia cerró los ojos a que Kadyrov formara su propio cuerpo punitivo, la llamada guardia nacional, que son unidades paramilitares al mando de uno de sus hijos.

Para coronar la "normalización" en Chechenia que tanto proclama el Kremlin, sólo faltaría que ese pequeño ejército de varios miles de combatientes, bien pertrechado por Moscú y pagado con cargo al presupuesto ruso, enfile sus armas contra las tropas federales, como hubiera sucedido de haber ganado otro candidato que no fuera Kadyrov.

Putin llegó a la presidencia rusa, en buena parte, gracias a los votos que le dio haber lanzado la campaña militar en Chechenia; para su relección, en marzo próximo, le puede ser útil aparentar que cumplió la promesa de resolver el problema checheno.

Por tanto, cualquier atentado, emboscada o enfrentamiento armado que tenga lugar en la república separatista será atribuido por el Kremlin, a partir de los comicios de este domingo, a las redes del "terrorismo internacional".

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