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México D.F. Martes 30 de septiembre de 2003

Carlos Fazio

Dogmático y autoritario, Lozano Barragán llega al colegio cardenalicio

Conservador dogmático, de talante autoritario y miembro conspicuo del llamado Club de Roma, que encabeza el italiano Angelo Sodano, número dos del Vaticano, el ascenso al cardenalato del mexicano Javier Lozano Barragán (Toluca, 1933) era un hecho esperado. Su pertenencia a la curia romana desde 1997 abonaba su casi seguro camino hacia el colegio cardenalicio; sólo era cuestión de tiempo.

Obispo titular de Tinisa de Numidia y arzobispo emérito de Zacatecas, monseñor Lozano llegó a Roma de la mano del cardenal colombiano Alfonso López Trujillo y del ex nuncio apostólico en México Girolamo Prigione, en "premio" por su lucha sistemática contra las ideas renovadoras emanadas del Concilio Vaticano II y la conferencia de obispos latinoamericanos de Medellín (1968), así como su oposición frontal a la teología de la liberación de cuño latinoamericano.

Como presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, su promoción al cardenalato es considerada "normal" en círculos eclesiales, al igual que la de otros funcionarios del Vaticano que recibirán sus capelos púrpura en el consistorio adelantado del próximo 21 de octubre. Entre ellos, el francés Jean Louis Tauran, responsable de las relaciones diplomáticas de la Santa Sede; el opusdeísta Julián Herranz, presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos, y el teólogo personal de Juan Pablo II, monseñor George Marie Cottier, de origen suizo, todos exponentes de la ortodoxia restauradora wojtyliana.

Con estudios de seminarista en Zamora, Michoacán, y egresado de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, Lozano fue ordenado sacerdote en 1955. En un principio de pensamiento progresista, a su paso por el Instituto Pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), con sede en Medellín, Colombia, adonde llegó a mediados de los años 70, se volvió conservador. Su mentor allí, López Trujillo, ex obispo auxiliar de Bogotá y luego arzobispo de Medellín (1974), había comenzado el "desmonte" de la segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano, tras ser elegido secretario general del Celam por los sectores conservadores y tradicionalistas en Sucre, Bolivia, en 1972.

En enero de 1973, López Trujillo despidió al pastoralista chileno Segundo Galilea, excluyó a teólogos de la talla de Gustavo Gutiérrez, José Comblin y Enrique Dussel y cerró el Instituto Pastoral Latinoamericano del Celam, en Quito, trasladándolo a Medellín. Allí, bajo el padrinazgo del jesuita belga Roger Vekemans -apologista confeso de la Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy y ligado a la Agencia Central de Inteligencia en la trama conspirativa que llevó al golpe de Estado contra el presidente constitucional Salvador Allende en Chile- y con el patrocinio de la fundación Adveniat, representada por el obispo de Essen, Alemania, Franz Hengsbach, formó un equipo teológico de neto corte conservador con el brasileño Buenaventura Kloppenburg, el chileno Jorge Medina, Pierre Bigó y Javier Lozano Barragán.

Desde el nuevo Instituto Teológico Pastoral del Celam y apoyado por la revista Tierra Nueva, de Vekemans, López Trujillo y su equipo reanudaron su ofensiva contra la corriente eclesial surgida en Medellín, integrada, entre otros, por obispos como Aloisio Lorscheider y monseñor Cándido Padim, de Brasil; el mexicano Samuel Ruiz, de San Cristóbal de las Casas; Leónidas Proaño de Riobamba y el argentino Enrique Pironio. Otros objetivos fueron la naciente iglesia popular, los cristianos por el socialismo y la teología de la liberación -acusada de "marxista" y "horizontalista"- y las comunidades eclesiales de base. Según sostenía entonces Lozano Barragán, "la iglesia popular es el punto de partida, la teología de la liberación es su inspiración pero, en realidad, el origen de ésta es el marxismo leninismo estalinista". En una América Latina salpicada de dictaduras castrenses, que gobernaban bajo el imperio de la doctrina de seguridad nacional de cuño estadunidense, desde Medellín, Javier Lozano impulsó la idea de que, para evangelizar al pueblo, primero había que "evangelizar" a los militares, es decir, al poder real.

Luego de haber formado parte del equipo teológico del Vaticano en la tercera Conferencia de Obispos Latinoamericanos de Puebla (1979), controlado por López Trujillo y el cardenal Sebastiano Baggio, prefecto de la congregación de obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina en Roma, en junio de 1979 Lozano fue nombrado obispo auxiliar de Ernesto Corripio, arzobispo primado de México. Desde su nuevo puesto trabó cercana relación con monseñor Girolamo Prigione, entonces delegado apostólico en México y luego nuncio. Pronto se convirtió en una pieza clave de Prigione, paisano del cardenal Sodano. Según fuentes de la Iglesia católica en México, como miembro del llamado Club de Roma monseñor Lozano fue el encargado del "trabajo sucio eclesiástico" y pronto comenzó a ser conocido en los círculos eclesiales como "el golpeador de Prigione".

En 1984, el papa Juan Pablo II lo nombró obispo de Zacatecas. En el trienio 1988-1990 fue elegido presidente de la Comisión Episcopal de Doctrina de la Fe, cargo en el que repitió en el trienio siguiente, ya con el nombre de Comisión Doctrinal de la CEM, donde se volvió el Torquemada mexicano, profundizando su campaña descalificadora de toda reflexión teológica liberadora. Uno de sus objetivos fue la nueva teología india encarnada en la cultura que estaba surgiendo en la diócesis de Samuel Ruiz, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Junto con Luis Reynoso, fallecido obispo de Cuernavaca, Lozano fue utilizado por Prigione y el gobierno de Carlos Salinas de Gortari en los fracasados intentos por remover a Samuel Ruiz de San Cristóbal. Para ello, se acusó a éste de haber incurrido en "graves errores doctrinales, pastorales y de gobierno" de su diócesis, lo que llevaba a "una interpretación del Evangelio que no es la del Evangelio de Cristo" y de practicar una pastoral "reduccionista" y "excluyente".

Enemigo declarado de la Compañía de Jesús, Lozano no ha perdido oportunidad para desarticularla. Dirigió la visita a los institutos teológicos mexicanos, reservándose personalmente la que se hizo al Centro de Reflexión Teológica de los jesuitas, que fue debilitado, en desmedro de la Universidad Pontificia.

Tras la salida del cardenal Corripio del arzobispado de México, Lozano perdió en la carrera por la sucesión frente a Norberto Rivera, y como premio de consolación fue enviado a la comisión pontificia para los agentes de la salud en Roma. Fue el primer obispo mexicano en pertenecer a la curia romana. Su ascenso, ahora, al colegio cardenalicio, es el galardón a toda una vida eclesial dedicada a la ortodoxia vaticana, en clave de cruzada wojtyliana, en el contexto de un proyecto de Iglesia de cristiandad neoconservadora afín a la globalización neoliberal imperial.

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