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México D.F. Jueves 25 de septiembre de 2003

Olga Harmony

La historia de la oca

Esta historia del dramaturgo quebequense Marcel Marc Bouchard -del que ya conocemos en México dramas para adultos escenificados por dos directores y uno de ellos, Boris Schoenmann, eligió el nombre de Los endebles para designar el grupo que encabeza- es extremadamente cruel, como crueles son los abusos contra niños que a su vez abusan de los seres más débiles, en una monstruosa cadena que se parece a la ley de esa selva con que sueña el pequeño Mauricio. Aunque en la selva no se mata por maldad, sino para obtener alimento como hace la oca (en una pequeña licencia, porque estos palmípedos son vegetarianos) al comerse los gusanos, y como hacemos los humanos, que degustamos el foie gras de las ocas o gansos, sin pensar en el trato que se da a los inocentes animales para obtenerlo.

Ignoro si la denuncia implícita en la obra se corresponda con ese público infantil que es llevado a los teatros y que probablemente no sufra ningún abuso de sus familiares, aunque eso se da hasta en las mejores familias, como diría un secretario de Estado. También ignoro si los niños, por avispados que sean, se den cuenta de la sutileza con que Bouchard cuenta ese cuento. El hecho es que el día que asistí a la representación la mayoría de los espectadores eran adolescentes jóvenes y quizá para ellos resulta aleccionadora.

Los sentimientos que despierta Mauricio son contradictorios y oscilan entre la repulsión y la lástima (los viejos extremos del horror y la conmiseración aristotélicos) y en algunos momentos -como cuando juega a Tarzán con su ocasional compañera- produce ternura. Pero Bouchard no hace concesiones, y así el final resulta estremecedor, con ese acto de Mauricio ocasionado por el terror a sus despiadados padres y también por obtener un logro largamente anhelado. Se podría decir que es un texto muy rudo narrado con ludismo y delicadeza. Se adivinan los maltratos que sufre el niño, aunque él siempre justifica sus lesiones como caídas accidentales. Se adivina lo que ocurre en la parte de la granja de ocas que él trata de vedar a su reciente amiga y cuál es la tarea que se le ha encomendado. Se percibe su extrema soledad e indefensión que resuelve con brutalidades manifiestas. Quizá los niños que asisten se queden por encima de la anécdota y la lección final sea para los adultos.

En una escenografía corrediza del laureado Jorge Ballina, que permite al director los espacios que requiere durante el juego de Mauricio y la oca Teeca, Boris Schoemann despliega una gran cantidad de recursos que incluyen, en un momento dado, sombras chinescas. El vestuario de Adriana Olivera, en apariencia muy simple, contribuye a que la amplia chamarra blanca, por donde el actor Emmanuel Márquez -muy bien, como lo está igualmente su compañero Alejandro Morales- manipula el cuello y la cabeza de la oca (diseñados por Haydée Boetto y Francisco Valdés) acabe convertida en el cuerpo de Teeca. La música de Jacobo Lieberman, Alexis Ruiz y Leonardo Heiblum, con esa cancioncita cantada a coro de ''Todo está muy bien" establece un aterrador contrapunto en esta excelente escenificación.

Como un comentario aparte, quisiera lamentar la falla técnica que impidió que en el estreno de La escuela del dolor humano de Sechuán se pudieran ver los videos que sin duda daban mayor vida a la escenificación de este hermoso texto de Mario Bellatín, por lo que me veo impedida de comentarla. Pero alegra que tanto el director Phillipe Eustachón, como la diseñadora Yvett Rotscheid, ambos franceses, estrenen en México una adaptación de la noveleta de un importante autor nuestro, con actores mexicanos, lo que a mi parecer es un indicio, por pequeño que sea, de que el teatro puede rebasar algunas fronteras.

Otro indicio sería la lectura que en Francia se hizo de textos de tres autores mexicanos, David Olguín, Angel Norzagaray y Jaime Chabaud. Y otro más la edición en España de obras de los mismos Olguín y Chabaud y de Ximena Escalante, Gerardo Mancebo del Castillo Trejo, Flavio González Mello y Luis Mario Moncada, en un volumen de Casa de América con un documentado prólogo de Otto Minera y que llegó a mis manos por gentileza, que agradezco así sea algo tardíamente, de Luis Mario Moncada.

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