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México D.F. Jueves 28 de agosto de 2003

Soledad Loaeza

Carne de campaña electoral

En días pasados la prensa anunció que el Congreso local de Zacatecas había reformado la Constitución con el propósito de permitir a binacionales -leáse mexicanos residentes en Estados Unidos- participar como candidatos en elecciones locales. La medida se explica porque desde hace décadas ese estado es el principal expulsor de emigrantes al vecino país, cuyas remesas benefician mucho a su comunidad de origen y a México en general. Tanto que ahora, por lo visto, los zacatecanos in situ están dispuestos a reconocer que aun cuando sus coterráneos no vivan más en México tienen mucho que decir sobre la vida local, y pueden o deben aspirar a gobernarla.

Esta reforma fue de inmediato aplaudida por los ciudadanos profesionales que consideran, sin más reflexión -al menos pública- que la reforma es un paso más en la democracia mexicana. No son pocos quienes afirman que a partir de aquí se avanzará rápidamente hacia las reformas que permitan el voto de los mexicanos en el extranjero, es decir, en Estados Unidos, pues más de 90 por ciento de nuestros connacionales que viven fuera de México se concentra en aquel país. Esta reforma está en la agenda del PAN y del PRD por lo menos desde 1988, a raíz de que en una visita a las comunidades mexicanas en California el entonces candidato del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas, fue aclamado con inmenso entusiasmo. A los estrategas electorales de entonces se les hizo agua la boca sólo de pensar en los muchos votos en que hubiera podido traducirse ese apoyo. Firmemente plantados en la idea de que los emigrantes votan con los pies, para los partidos de oposición el electorado potencial que imaginan se ha convertido en algo así como Eldorado de cualquier campaña electoral. Suponen que como los emigrantes culpan al gobierno de haberlos obligado a abandonar su país, y concluyen, con un razonamiento tan simple que es casi conmovedor, que si esos emigrantes tuvieran la oportunidad, votarían en masa por la oposición. Si esto es cierto, entonces lo normal sería ahora que el PAN abandonara esta promesa, y que, en cambio, el PRI, la levantara. Más todavía: si llevamos el razonamiento del voto con los pies hasta sus últimas consecuencias, concluiríamos que, expulsado del gobierno el partido de los indeseables que los empujó a irse a Estados Unidos, los inmigrantes regresarían felices y contentos a su patria. A trabajar Ƒen qué?

A simple vista parecería que, en efecto, la posibilidad de cualquiera de participar en las elecciones de su país, aun cuando esté en el extranjero, es natural en una democracia; existe ese derecho, sin embargo, con restricciones claras y razonables; por ejemplo, que la calidad de residente en el extranjero no sea definitiva. Hasta hace muy poco la mayoría de los mexicanos que se instalaba en Estados Unidos no buscaba permanecer en ese país; sin embargo, estudios recientes -como el libro de Mónica Verea sobre trabajadores temporales que acaba de publicar la UNAM- muestran que este patrón se ha venido modificando en los últimos años y que la mayoría de los inmigrantes mexicanos aspiran a convertirse en residentes permanentes en Estados Unidos..

En estas condiciones valdría la pena preguntarse qué tanto les conviene a los mexicanos en Estados Unidos mantener el vínculo político que representa el voto -vínculo poderoso por naturaleza- con su país de origen. Esta iniciativa ha sido un asunto del unilateralismo mexicano. Es cierto que la demanda ha sido apoyada por algunos grupos de mexicanoestadunidenses; pero hay otros que la rechazan con severa determinación y sus argumentos son de tomar en cuenta. Por ejemplo, sostienen los críticos, que la minoría de origen mexicano registra una elevada tasa de abstención en Estados Unidos, en relación con otras comunidades. Existen numerosas organizaciones de mexicoestadunidenses que llevan años trabajando para promover el voto; estas mismas organizaciones temen que el derecho a votar en México, le reste impulso a la participación en el país de residencia o, peor todavía, que sea un argumento para los grupos antimexicanos que, en cambio, se oponen a que los mexicanos voten donde viven, es decir, en Estados Unidos. Estos últimos sostienen que semejante derecho sería equivalente a un doble voto, y por consiguiente una violación a uno de los principios esenciales de la democracia estadunidense, el de: "Un individuo, un voto". Por consiguiente, para ellos, si los mexicanos que viven en Estados Unidos votaran en México, ya no tendrían derecho a votar en su lugar de residencia.

El elevado número de jóvenes, nacidos aquí en México y allá en Estados Unidos, que han ingresado a sus fuerzas armadas y diferentes cuerpos policiacos es una medida de las ansias y extraordinaria buena disposición de este grupo de integrarse a la patria estadunidense. Si México insiste, de manera unilateral, en mantenerles la ciudadanía -que no la nacionalidad-, estará construyendo un obstáculo para que alcancen la tan deseada integración, que es una vía segura de promoción social. Todos estos temas tendrían que discutir los promotores del voto de los mexicanos en el extranjero; mientras se los callen habrá quien piense que únicamente están movidos por la silla, o por la curul, que es otro tipo de silla.

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