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México D.F. Domingo 24 de agosto de 2003

Rolando Cordera Campos

La globalización y nuestra encrucijada

En entrevista con Jim Cason y David Brooks, Lori Wallach dice que la reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Cancún será "un parte aguas para la globalización".

Para la famosa activista y abogada estadunidense, lo que está en juego es la capacidad del sistema comercial internacional de ofrecerle a la mayoría del mundo, alojada en los países en desarrollo, beneficios reales y duraderos y no sólo exigencias, condicionalidades y monitoreos como hasta ahora. La agenda que contiene las demandas del mundo pobre, elaborada con antelación por 90 países, no ha sido siquiera considerada por los grandes que dominan la OMC. "Lo que se presenta en Cancún, dice la estadunidense que hace años desmontó el Acuerdo Multinacional de Inversiones, en una operación jamesbondesca y globalizadora por adelantado, es la continuación de la renuencia de un grupillo de países ricos (...) a reconocer los datos que demuestran que el sistema que impera ha fracasado en los países en desarrollo" (La Jornada, 22/08/03, p. 23).

Poco puede esperarse de Cancún, salvo la reiteración abusiva de que la globalización a la estadunidense es la única opción universal. El discurso del mundo atrasado será oído pero no escuchado y los analistas escépticos constatarán que las promesas del milenio no serán cumplidas como se ofreció en Nueva York y el año pasado en Monterrey. Ofertas vanas, seguidas de presiones mil, parece ser el panorama que se abre con esta nueva ronda comercial donde lo que priva es el cansancio y la ira, la rutina y la soberbia, pero no la búsqueda seria de una racionalidad histórica que recoja los enormes cambios del mundo acumulados en la última década del siglo que se fue.

Las perspectivas para nosotros no pueden ser menos optimistas. El comercio exterior no opera como la llave que abre las puertas del crecimiento alto y sostenido, y la economía nacional no parece estar en condiciones de engancharse de nuevo a la recuperación estadunidense en ciernes. No, al menos, de la manera más o menos automática como lo hizo hace 10 años. Y, en el lado doméstico de la ecuación, lo que prima es la obsesión de los guardianes de la estabilidad que usan la penuria fiscal como cerrojo para afirmar la coalición anticrecimiento forjada hace unos años, cuando la democracia despuntaba y nadie quería correr con los costos de alterar la senda impuesta por el presidente Ernesto Zedillo al calor de la emergencia de 1995. Sin disposición al riesgo, que debería concretarse en lo inmediato en un mayor gasto público y una promoción a fondo de la inversión privada nacional y extranjera productiva, nos quedan los mitos de las reformas que "desatarán el crecimiento" y las ominosas realidades de un desempleo y un subempleo masivos que ni el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática ni la Secretaría del Trabajo acaban de medir... ni de entender.

La labia oficial y oficiosa puede reiterar que todo va bien y sus amigos mejor, pero no es eso lo que se siente y se oye en el llano. No está en llamas, todavía, pero la desazón es abierta y la inquietud no se disuelve en la enorme cantera de posibilidades de burla y sarcasmo que nos ofrecen, como bienes simbólicos en vez de bienes terrenales, los que gobiernan el cambio y descubren a diario la fatalidad del agua estancada.

La necesidad de un giro consecuente con las duras realidades de la economía política internacional no es asumida seriamente por nadie. El músculo democrático duerme y se deslava en ofertas de cooperación sin contenido expreso y detallado, mientras la ambición y la pasión se cuecen a fuego lento. O en opíparas jornadas de degustación entre los autoelegidos dirigentes del consenso que no llega.

Sin duda, los pactos vuelven por sus fueros, gracias al ímpetu de los gobernadores acuerpados en la Conferencia Nacional de Gobernadores, pero no irán lejos si no se asume la gravedad de la situación y se pone al crecimiento en la punta de las prioridades nacionales. Si en vez de ello se entra en una ridícula puja distributiva por lo que queda de las migajas fiscales, la pretensión de un nuevo federalismo quedará en meras palabras y chalaneos entre diputados que se sienten niños héroes y gobernadores que no pueden con su naturaleza y no encuentran más opción que servir con diligencia al soberano, aunque sea del Partido Acción Nacional y mantenga como divisa principal echar al Partido Revolucionario Institucional de Los Pinos, para que no vuelva más.

La cooperación entre los actores de la política es indispensable y vital, pero tiene que tejerse a partir de propósitos terrenales y concretos. Como están hoy planteadas, las reformas llamadas de estructura no configuran un horizonte de esta suerte. Se trata, en el mejor de los casos, de imaginerías heredadas del viejo Consenso de Washington y, en el peor, de nuevas arremetidas del capitalismo salvaje por ampliar su radio de negocios rápidos. Más que de reformas evanescentes y equívocas, de lo que hay que hablar es de decisiones y de políticas que rompan este empate mortecino y letal en que nos ha sumido tanta estabilidad ilusoria, pero dañina.

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