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México D.F. Domingo 24 de agosto de 2003

Guillermo Almeyra

Zapatismos, campesinos, indígenas, autonomía

Desde la revolución mexicana, hay muchos zapatismos, no uno solo. Hubo el zapatismo de Jaramillo, y después, hasta hoy, el zapatismo de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala, hoy integrante de El campo no aguanta más y, por supuesto, el zapatismo chiapaneco, primero influido por la Iglesia durante muchos años y, desde 1994, insurgente, bajo la dirección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), así como el zapatismo de otras organizaciones indígenas o campesinas de Guerrero o de Oaxaca o Veracruz. En esta raíz ideológica común reside la posibilidad de organizar un frente único, fraterno, que excluya las descalificaciones o los intentos de monopolizar las ideas de Emiliano Zapata y que busque desarrollar, en cambio, las coincidencias.

Al mismo tiempo, los indígenas son en su inmensa mayoría campesinos, cafetaleros, maiceros, pequeños ganaderos: o sea que se cuentan entre las principales víctimas de la política de apertura del mercado mexicano a los productos subvencionados y de mala calidad estadunidenses, que desplazan los que ellos producen y, en el caso de los cafetaleros, de la organización por las grandes empresas de la superproducción, con la incorporación como grandes productores de Vietnam y de Indonesia, lo cual les cierra las perspectivas por años a los pequeños productores mexicanos, centroamericanos, colombianos, brasileños, africanos. Esa es la base de su alianza objetiva con los otros campesinos, mucho más integrados en general en el mercado capitalista, como son los ejidatarios trigueros, sorgueros, maiceros del norte o los frijoleros. Si durante muchos años los indígenas, para escapar a los prejuicios raciales, se reconocían sólo como campesinos y sus reivindicaciones eran agrarias, ahora, sin dejar de lado su identidad y sus reivindicaciones étnicas, comienzan nuevamente a reconocerse como campesinos, como se expresa en las declaraciones del comandante Tacho.

Sin embargo, no puede haber una dirección única de un mundo tan heterogéneo como es el campesino, en el que los ejidatarios del norte no tienen los mismos intereses sectoriales que los pequeños productores propietarios o que los jornaleros, cuya tierra no les basta para sobrevivir. Menos aún esa dirección puede provenir de los pequeños productores o las comunidades indígenas chiapanecas, que constituyen una pequeña minoría del mundo campesino.

Por sobre las diferencias que puedan existir con respecto a las diversas direcciones de ese frente que es El campo no aguanta más el más elemental buen sentido y la búsqueda de eficacia debería llevar a discutir una acción común con las mismas. Sobre todo cuando tanto el EZLN como El campo no aguanta más (que es integrante de Vía Campesina) se oponen igualmente a la política sobre la agricultura que promueve la Organización Mundial de Comercio (OMC), o sea, con el liberalismo a ultranza, violentamente anticampesino y anticonsumidor. Por otra parte, El campo no aguanta más no reúne a todos los campesinos, sino sobre todo a los del norte, donde el peso indígena es mínimo, con excepción de la pequeña concentración yaqui-mayo, y el EZLN no representa a todos los indígenas, sino a una parte de los de Chiapas.

Para que ambas minorías de sectores minoritarios (los campesinos representan 15 por ciento de la población económicamente activa y los indígenas oscilan alrededor de 10 por ciento de la población total) puedan dirigir un movimiento antinstitucional masivo deben por fuerza unir sus fuerzas por encima de sus diferencias, con un programa común que, además, pueda atraer otros sectores sociales en la lucha por otro proyecto de país.

Ni la propaganda general ni la defensa de intereses concretos sectoriales sirven por sí mismas para promover un "movimiento-partido" que lo haga desembocar todo en las instituciones. Movimiento, porque deberá estar basado en las movilizaciones y en la organización independiente (del Estado y de los partidos) de los productores; partido, en el sentido de difundir ideas, posiciones y de construir consensos en torno a las mismas, tanto en el seno del movimiento, educándolo, como en vastos sectores urbanizados -de origen indígena o campesino- en todas las regiones del país. Y, sobre todo, partido por la capacidad de unir las reivindicaciones concretas con la lucha por políticas más generales, a escala internacional, contra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la OMC, la política internacional del gobierno favorable a las trasnacionales. En este sentido, la lucha zapatista indígena por la autonomía (en la región chiapaneca controlada por el EZLN, en Guerrero, en Michoacán, en la región yaqui-mayo), si realmente se da como objetivo desarrollar poder local, desde abajo, enfrentar el poder estatal con un poder paralelo en ciernes, no puede limitarse a formar guetos municipales o comunales y debe tener, por lo tanto, una extensión regional, organizando también a la población rural mestiza sobre la base de la aplicación de esa autonomía, o sea, de la extensión de la democracia territorial, de la discusión y resolución de los problemas de cada cuenca o región por sus habitantes, de la decisión de todas las cuestiones políticas y organizativas por ellos mismos, mediante juntas independientes también de todo poder no electo, sea éste militar o político.

El EZLN ha salido, con las juntas, a organizar un poder paralelo desde abajo y esa posición, por sí misma, tendrá repercusión en otros sectores del país. Pero éste no es rural: es urbano. Y se debe establecer una clara alianza, aún no existente, entre los campesinos -indígenas o mestizos- y los consumidores urbanos, explicando claramente a éstos que los bajos precios de los productos agrícolas (como el café) no benefician al consumidor, sino que aseguran ganancias mayores al capital monopolista que controla la venta mundial de esos productos y, por el contrario, al reducir los ingresos en el campo, afectan a los artesanos, a la pequeña y media industria nacional, es decir, al mercado de trabajo de los campesinos y de todos y reducen la seguridad alimentaria, ya que la importación de alimentos puede cesar, por razones económicas o políticas, cuando las trasnacionales lo decidan, mientras que la producción nacional permite asegurar el abstecimiento en cualquier circunstancia.

Por eso es necesaria una discusión sobre el plan de El campo no aguanta más para corregir los aspectos limitados y de ilusiones en el régimen que el mismo aún tiene y para desarrollar los aspectos positivos, haciendo del mismo una bandera común para las movilizaciones, sobre la base de alianzas con las direcciones y organizaciones más dispuestas a aplicar directamente dicho plan. Y es necesaria también una discusión con todas las organizaciones indígenas del país, sin pretensiones de hegemonía, para dar una verdadera base al Consejo Nacional Indígena, que actualmente carece de organización y de suficiente autoridad.

Si el EZLN, correctamente, intenta cubrir, al menos en parte, el vacío de dirección política que hoy enfrentan los más pobres y explotados de México, debe profundizar a la vez en su comprensión política del país y del concepto mismo de autonomía así como en una política de alianzas, vasta y flexible, pero sobre la base de la intransigencia en la defensa de la independencia política y de la autonomía.

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