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México D.F. Jueves 7 de agosto de 2003

Adolfo Sánchez Rebolledo

Presidenciables

No es posible hallar un ejercicio político que cause mayor desgaste a las instituciones (y a la gobernabilidad) que la sucesión presidencial anticipada, ese juego de sombras chinas que nos llega como herencia del viejo tapadismo al que la democracia ha cambiado de formas, pero no de intenciones.

A tres años de distancia, a los políticos ya no les interesa otra cosa que no sea descubrir al o a los candidatos que habrán de representarlos. Contribuye a fomentar dicha impaciencia el desgano del Presidente, sus ansias de volver al rancho, la abulia ante una realidad imposible, el vacío que llena la vida nacional, la superficialidad mediática que se alimenta de la banalidad y la pereza mental de los dirigentes partidistas. Además, la palabrería de moda sobre los acuerdos es otra manera de posponer al infinito el debate sobre los grandes problemas nacionales. La clase política piensa y vive para 2006, es decir, para el poder, nada más. Y en ésas estamos.

El PRI, autocomplaciente y arrogante, ya se siente de nuevo en la silla presidencial. El resultado de las pasadas elecciones federales, así como el éxito obtenido en importantes comicios locales, le permiten ver el futuro con optimismo. A pesar de todo ha demostrado que tiene una estructura nacional que los demás partidos ni siquiera sueñan y un electorado fiel que lo sigue en las buenas y en las malas. Dispone, además, de un contingente de expertos en ingeniería electoral que ha reciclado a sus viejos e impresentables "alquimistas". Pero sobre todo cuenta con la experiencia de un grupo dirigente muy ambicioso, dispuesto a rescatar sus privilegios sin tocarse el corazón. No sería nada extraño que el PRI reconstruyera para 2006 buena parte de sus alianzas con los poderes fácticos, algunos de los cuales ahora se sienten defraudados por el gobierno del cambio.

Si las cosas no se descomponen y mantiene la unidad en sus filas, el PRI podría convertirse en un serio aspirante a ganar las elecciones ajustándose a la lógica y la normatividad de la democracia. ƑImagina usted la república gobernada por la dupla Madrazo-Elba Esther?

A que se cumpla esta profecía ayuda la confusión del PAN que ya no se sabe qué es y qué quiere ser con respecto al gobierno y el futuro. Es obvio que padece todos los efectos del desgaste presidencial, pero sin usufructuar ninguno de los beneficios políticos que en general corresponden a un partido victorioso. A la mitad del sexenio sigue fuera del primer círculo presidencial y sus empeñosos voceros y dirigentes no parecen influir significativamente en las estrategias del régimen: hablan para "orientar" a los medios, pero no pesan en las decisiones.

Además de la caída electoral (el PAN perdió la oportunidad de tener la mayoría en la Cámara y la gubernatura de Nuevo León) el partido tendrá que pagar en silencio los platos rotos por el desaguisado de los Amigos de Fox. Demasiados fracasos para una formación que en el pasado no muy lejano se sentía orgulloso de ser el fiel de la balanza, cuando no el inspirador directo de algunas de las grandes reformas impulsadas por el gobierno de Carlos Salinas.

Hoy, en cambio, el PAN está deslavado. Carece de aliento doctrinario y da la impresión de que sus ideólogos prefirieron plegarse al dictado de los investigadores de mercado, a los creadores de imagen, al rational choice como suprema verdad. Así va a ser muy difícil que Acción Nacional recupere el aliento para 2006, incluso para Diego Fernández de Cevallos, quien no ha dicho esta boca es mía.

Queda el PRD. En teoría es el que más puede crecer. No tiene compromisos con el pasado y hasta ahora sus gobernantes han funcionado bien, con altos índices de aceptación. El gran problema de ese partido es el de siempre: la sumisión al pragmatismo de sus líderes, la ya proverbial incapacidad para impedir que los conflictos internos acaben contaminando sus propuestas, la falta de elaboración para un país que cambia, a pesar de todo; su rechazo sectario al intercambio de ideas con otras fuerzas. Y en ese terreno vaya si es frágil.

Por lo pronto, Cárdenas ya está en campaña abierta, sin ocultar sus intenciones de volver a presentarse como candidato. Según ha venido declarando está elaborando un propuesta que andando la campaña podría aglutinar a un conglomerado de fuerzas más allá del perredismo, un poco tratando de reditar el movimiento electoral de 1988 y 1997. Tiene experiencia de sobra y es hoy por hoy el más conocido entre los posibles candidatos, aunque eso también signifique desgaste incluso dentro del propio PRD, donde hay grupos que abiertamente se manifiestan por un recambio en la candidatura presidencial. Pero hay un punto previo: que otros militantes distinguidos del PRD y el propio Cárdenas encuentren una fórmula para designar al candidato de manera que se conjure en forma indolora el riesgo de fragmentación. Luego veremos.

Queda en el aire lo que haga o deje de hacer Andrés Manuel López Obrador, quien, con sobrada razón, se ha negado a cambiar el ejercicio de un gobierno exitoso por una campaña prematura que lo sometería al golpeteo a mansalva de sus opositores. Como quiera que sea, del PRD dependerá en buena medida frenar el impulso de la coalición de centro derecha cuyas posturas tendrán más de un rostro visible. En fin...

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