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México D.F. Miércoles 6 de agosto de 2003

Carlos Martínez García

La incapacidad de la persuasión moral

La jerarquía católica mexicana siente, y sabe, que la ciudadanía está muy lejos de seguir las instrucciones éticas que sin mucho eco predica y enseña. Por ello busca por todos los medios a su alcance una ayudadita de las instituciones públicas, con el fin de adoctrinar a los renuentes mexicanos y mexicanas que se dicen católicos, muy a su estilo, a buena distancia de lo doctrinalmente correcto, según la Iglesia mayoritaria.

Tiene razón Alfredo López Austin, investigador emérito de la UNAM, cuando alerta sobre las crecientes demandas de la cúpula católica: "no deberá permitirse en un régimen laico que la Iglesia (católica) ejerza presión política para que se cumplan sus postulados sobre toda la población, pretendiendo sustituir con la fuerza pública su incapacidad de persuasión moral" (nota que recoge un comunicado de la UNAM, La Jornada, 4/8). El gran aparato burocrático católico no se siente confortable en el terreno de la persuasión, en la arena pública donde se tienen que ganar voluntades convenciendo a la ciudadanía. Históricamente siempre ha buscado el amparo del poder político en turno. La alta jerarquía no busca ganarse la autoridad de sus adeptos, sino que sumisamente acepten sus desplantes autoritarios. El ejemplo más reciente lo tenemos en la insatisfacción de los clérigos católicos con el reglamento de Asociaciones Religiosas y Culto Público, que a decir del muy minucioso y bien informado reportero de nuestro diario, José Antonio Román, se publicará antes de que concluya el presente mes.

En su extensa nota de anteayer, Román da cuenta del malestar existente en el Episcopado Mexicano porque no se le da libertad plena para enseñar religión en las escuelas privadas, ni el poder para poseer medios de comunicación. Informa, asimismo, del parecer del presidente del Episcopado, Luis Morales Reyes, quien pretende en las públicas las libertades de que ya gozan las escuelas privadas confesionales para adoctrinar a los infantes. El prelado convoca a "que sean los padres de familia, no el Estado, quienes decidan si consideran necesario que una religión, la de su preferencia, ofrezca a sus hijos alguna luz sobre el ser humano, el mundo y Dios".

En primer lugar, el obispo convenientemente olvida que esos padres, y madres, a los que alude ya se han pronunciado en una larga serie de encuestas por que las iglesias se mantengan alejadas de la educación pública. También evade el hecho de que si los progenitores no encaminan a sus hijos por los caminos de alguna religión que les dé luz sobre el ser humano, el mundo y Dios, es por falta de interés, desconocimiento de la propia confesión que se dice profesar o nada más porque no se les da la gana cumplir el papel que le gustaría a la jerarquía que desempeñaran esos adultos.

Incapaces de atraer a sus propios espacios doctrinales a la feligresía, los obispos, arzobispos y cardenales quieren un auditorio cautivo en las escuelas públicas. Para esto encubren su particular interés con una supuesta defensa de la libertad de todos para elegir la educación religiosa de los niños(as). Esa libertad por la que dicen haber sufrido graves persecuciones del Estado laico en realidad ya existe, y si no ha tenido los resultados esperados en los medios clericales es más por el modelo vertical, excluyente de los llamados laicos, sostenido y practicado por la Iglesia católica, que fruto de un modelo político estatal inhibidor de las libertades religiosas. En las sociedades contemporáneas hay que ganarse cotidianamente la preferencia de la gente, convencerla de los principios que enarbola y transmite una institución, partido, agrupación civil o personaje. En espacios sociales atravesados por un agudo intercambio cognoscitivo y valorativo, las instituciones religiosas a las que se dificulta -por su mismo ethos, que privilegia el verticalismo doctrinal y organizativo- internalizar en su feligresía el cuerpo de creencias y prácticas que deberían ser el centro organizador de la vida cotidiana, tienen la tendencia de buscar cooptar en otros lugares a los creyentes que evaden los terrenos naturales que dominan esas mismas instituciones. De ahí que nos quieran vender la idea de libertad religiosa, uno de cuyos elementos constituyentes es la enseñanza confesional en escuelas públicas, cuando en realidad lo que buscan es salvaguardar la erosión de una Iglesia que atestigua cotidianamente cómo crece la independencia valorativa de los mexicanos respecto de la ética católico-romana.

La Iglesia católica tiene que aprender a lidiar por sí sola con sus adversarios ideológicos. El diagnóstico que hace de la sociedad mexicana como alejada de las enseñanzas eclesiásticas es, sin quererlo, una confesión del fracaso de la propia institución, que no ha sabido retener en su seno a los millones de ciudadanos que supuestamente conforman su feligresía. Culpar a otros de una incapacidad propia puede ser un buen bálsamo autorrecetado, pero es evadir el fondo de la cuestión. Hoy es necesario ganarse la legitimidad en las conciencias de los adeptos, no acorralarlos con la ayuda de instituciones públicas.

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