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México D.F. Miércoles 6 de agosto de 2003

Arnoldo Kraus/ II

La salud en México. Un acercamiento

La semana pasada aventuré tres ideas -calidad de la atención, calidad de los exámenes y calidad de los medicamentos- en relación con algunos renglones de estado actual de la salud en México, tema universal siempre presente. Confiado en que la crítica construye y el silencio sepulta, concluyo.

Cuarta. La epidemia de no reconocer. La "epidemia de no reconocer" es una enfermedad tercermundista, contagiosa, imposible de eliminar -primero contaremos con vacunas para prevenir el sida-, sumamente arraigada en México y que se reproduce sin cesar. No es, por supuesto, exclusiva de la medicina, pero sí responsable de incontables fracturas. Cito, dentro de una miriada de casos, dos sucesos recientes.

El primero, el affaire Comitán. Las muertes de 32 bebés en el cunero del Hospital General de Comitán tienen dos lecturas. La primera, la oficial, que representa la "epidemia de no reconocer", asevera que los decesos fueron por desnutrición, "exceso" de recién nacidos, madres mal atendidas, etcétera. La segunda, la real, la que llevó a los niños y niñas a las tumbas, es que se trató de una epidemia que no se detectó a tiempo y que no se manejó como tal. Es increíble, pero las instituciones de salud negaron lo que fue: una epidemia. En cambio, Salazar Mendiguchía pagó un jugoso desplegado tristemente intitulado: "Elementos para comprender el deceso de niños en el hospital de Comitán, Chiapas".

Si bien es cierto que los factores citados por el gobierno -desnutrición, pobreza- son veraces, es alarmante que no se reconozca el origen del problema: no haber diagnosticado "a tiempo" la epidemia. Rudolf Virchow, eminente patólogo y politólogo alemán, hace más de 100 años escribió: "Si la enfermedad es una expresión de la vida del individuo bajo condiciones no favorables, entonces las epidemias deben ser indicadores de alteraciones en los grupos humanos y en las vidas de las masas". Virchow no visitó Comitán, pero sí describió lo que sucedió en Chiapas y en otros sitios de nuestro país.

El segundo caso fue la decisión "transitoria" -por diversas presiones hubo que dar marcha atrás- de Fox, Levy o de quien resulte responsable, de retirar el apoyo farmacológico a los enfermos del IMSS que padecen sida. No se requiere ser médico para saber que es más fácil y más barato tratar enfermedades pequeñas que enfermedades grandes. En el sida en particular, aunque el tratamiento mensual es muy caro -aproximadamente mil dólares-, tratar sus complicaciones, como son infecciones o linfomas, a menos que decidamos ejercer el darwinismo social, es mucho más oneroso.

Quinta. Calidad de los hospitales. Si uno repasa algunas de las situaciones que caracterizan el buen o mal funcionamiento de los hospitales, la calificación de la mayoría de nuestros nosocomios sería reprobatoria. El tiempo que pasan los enfermos antes de ser operados, la veracidad de los diagnósticos, la disponibilidad de fármacos, el seguimiento de los casos, la comunicación entre doctores y pacientes, el número de publicaciones científicas -esto puede ser motivo de debate-, el nivel médico promedio, la calidad de los expedientes o el conocimiento que los enfermos tienen de sus patologías, distan mucho de ser óptimos. Buen espejo de lo anterior son las frecuentes querellas de enfermos en las secciones de correspondencia de los periódicos.

Hablar de salud es muy complejo. Son incontables los entrecruzamientos que la definen y muchos los espacios dentro de nuestra medicina difíciles de explorar. Las estadísticas que afirman que los mexicanos viven más años, que la población asegurada crece a paso firme, que la desnutrición es menor, que los niños(as) no mueren por diarreas, que el acceso a la salud para todos será una realidad y que los servicios que ofrecen IMSS u organismos similares son buenos, deben ser leídas con cautela, con el afán de preguntar y con el deseo de criticar para construir.

Otra forma "real" de leer las estadísticas y de conceptualizar el estado actual de la salud en México es recolectando las historias y casos de pacientes que consideran que no han sido bien atendidos. O bien, sentándose en las salas de espera de la mayoría de nuestros nosocomios o indagando dónde y cómo se atiende la alta jerarquía política. Otra vía sería preguntar a los enfermos si saben lo que tienen, si el médico les ha explicado su problema y si entienden la receta. Otro camino es indagar cuántos de los enfermos que regresan a urgencias lo hacen simplemente porque dejaron de tomar medicamentos, ya sea porque carecían de recursos o porque no se les explicó su problema. Finalmente, debe preguntarse a los médicos su opinión.

Una mirada iconoclasta, preñada de preguntas, escéptica y dubitativa es sana. Las visiones triunfalistas de nada sirven.

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