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P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 31 de julio de 2003

Soledad Loaeza

Venimos haciéndonos menos

Una de las escasas buenas noticias que ha podido comunicarnos el presidente Fox es que la tasa de crecimiento de la población ha mantenido la tendencia descendente que registra desde hace casi un cuarto de siglo. En la actualidad es de 2.1 por ciento, frente al explosivo 3.5 por ciento que llegamos a alcanzar en los años 70.

Este fenómeno es un ejemplo de lo exitosa que puede ser una política de Estado de largo plazo, que ha contado con el apoyo más o menos amplio de la sociedad, nacido de un acuerdo que ha seguido extendiéndose en el tiempo. Basta ver cómo ha aumentado gradualmente el porcentaje de mujeres en edad fértil (de 14 a 50 años) que utilizan algún método anticonceptivo. En 1990 era de 65 por ciento y hace unos días el Consejo Nacional de Población nos hizo saber que esa proporción ha aumentado a 72 por ciento.

Uno de los significados más importantes de esta política poblacional es que logró revertir una tendencia que parecía indomable. Todavía a mediados de los años 80 algunos preveían que en el año 2020 llegaríamos a ser 150 millones de mexicanos; las previsiones actuales son de 130 millones para 2030.

Es cierto que el actual gobierno no puede vanagloriarse de estos progresos, en primer lugar porque la decisión de controlar el número de hijos que uno quiere tener supone cierto nivel educativo y el desarrollo de actitudes modernas; ninguno de estos procesos ocurre de la noche a la mañana.

La exigencia de que se pusiera en pie una política de planificación familiar en México nació en el ámbito académico en los años 60. Víctor L. Urquidi en El Colegio de México fue un pionero comprometido y autorizado en este terreno y no quitó el dedo del renglón hasta que logró hacerse escuchar, junto con otros distinguidos demógrafos que también había impulsado.

Echeverría, al igual que sus antecesores, comenzó su gobierno con la viejísima idea decimonónica de que "gobernar es poblar", pero en la mitad de su sexenio atendió a quienes señalaban que no había país que aguantara la multiplicación ad inifinitum de familias tan numerosas como la suya propia. Así que, sin temor alguno a revisar decisiones equivocadas, su gobierno dio un giro de 180 grados para lanzar una política transexenal y de largo plazo, la cual es también una estrategia para alcanzar un nivel mínimo de bienestar para todas las familias mexicanas. Entonces apareció la pegajosa tonadilla que invitaba "Vámonos haciendo menos", cantada inocentemente en el radio y la televisión, como si se tratara de una ronda infantil.

En general la variable explicativa más poderosa de la caída en la tasa de fertilidad es el aumento y la ampliación de la educación de las mujeres. De manera que estos datos también nos permiten imaginar una de las características de la mexicana del siglo xxi: tiene más estudios que su madre o su abuela. Esta observación se apoya también en datos negativos: la tasa de fertilidad es más alta entre las comunidades indígenas y en las zonas rurales marginadas.

Una mujer educada adquiere habilidades para ingresar al mercado de trabajo -no sabemos si eso constituye realmente una liberación-, así como la capacidad para planear su futuro, controlando al menos uno de los factores que de todas maneras determinará ese futuro: la maternidad. La mujer puede decidir voluntariamente cuántos hijos quiere tener y también cuándo quiere tenerlos. Esta decisión no es banal, trasciende a los individuos y a las individuas, de ahí que mientras más razonada sea, mejor será.

Aun cuando la desaceleración de la tasa de crecimiento de la población no haya sido obra del gobierno de Fox, hay que reconocerle que no ha cedido a las presiones de los grupos ultracatólicos que desde siempre se han pronunciado por los "métodos naturales" de control de la natalidad -veáse la imposible abstinencia- y han buscado una y otra vez que nos dejemos llevar por la mano de Dios para crecer y multiplicarnos.

Cuando Vicente Fox fue elegido Presidente muchos temíamos por la continuidad de la política de planeación familiar, porque tanto ostentó, y ostenta, su identidad de católico, que a muchos nos hizo pensar que intentaría modificar al menos algunos de los aspectos de la planificación familiar que más incomodan a los obispos, por ejemplo, el uso del condón. Felizmente nos equivocamos, y la verdad es que en su comportamiento privado el Presidente es un gran liberal.

Aunque en algunos de los estados de la república no han faltado los grupos conservadores que han salido de las cavernas para atacar esta política, su éxito ha sido muy limitado, y más que movilizar el apoyo de los católicos, sólo han conseguido hacer el ridículo.

La continuidad y la evolución positiva de la política poblacional también destapa el bluff de los obispos y de muchos sacerdotes mexicanos que repetidamente, con el fin de obtener concesiones o privilegios, nos espantan con el petate del muerto de su gran capacidad de influencia en una sociedad que, como no se cansan de repetir, está integrada por 85 por ciento de católicos. Puede ser, pero si la Iglesia en México fuera tan poderosa como pretende serlo, el PAN tendría comodísimas mayorías de 85 por ciento. Peor todavía, el comportamiento reproductivo de las mexicanas es una prueba irrefutable de los límites de la influencia de la Iglesia, y de que para las católicas desobedecer las instrucciones papales, o las enfurecidas exigencias obispales en un asunto tan estrictamente personal, poco o nada tiene que ver con su identidad religiosa.

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