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México D.F. Jueves 24 de julio de 2003

Olga Harmony

Amacalone

Héctor Mendoza propone en su más reciente obra la tesis de que es el futuro y no el incierto pasado, el que determina nuestras acciones presentes y que nuestra memoria configura hechos diferentes a los ocurridos en la realidad, esto último muy comprobado aun en la experiencia personal, porque basta escuchar a dos personas narrar un mismo hecho ocurrido ha tiempo para observar las discrepancias. Amacalone, según recuerda uno de los personajes que le explicó su nana, es el lugar más remoto del mundo, y en él deambulan estos muertos que no conocen su circunstancia y parecen sufrir de amnesia.

Mendoza elabora su teoría en una muy divertida comedia de enredos en la que la andanada de revelaciones finales -casi como una sátira de los malos melodramas, pero en otro contexto- sustentan la propuesta del creador escénico y allí se pueden encontrar, aun en ese vertiginoso ritmo, las dos líneas que desarrolla sobre todo en el extravagante retrato de familia que unifica todas las historias aparentemente dispersas.

El anhelado futuro que disparó las acciones de lo que fue presente está encarnado en el joven Ramiro, y la dualidad de Salvador entraña la incertidumbre de la memoria con mayor fuerza que los olvidos de los difuntos deambulantes. Decir más sería ''vender la trama" de esta ingeniosa comedia, en mi sentir muy superior a la anterior que había escenificado el autor -me refiero a Tiernas puñaladas- y en la que retoma sus indagaciones acerca de la realidad en que nos movemos, iniciada en textos como De la naturaleza de los espíritus y La caída de un alfiler. El diálogo ágil y gracioso, la comicidad de muchas situaciones, no debe hacer olvidar la reflexión que envuelven, se comparta o no.

Este último lugar del mundo al que llegan los personajes, tras recorrer un paraje desértico, es un bosque a cuyo claro regresan los deambulantes. Alejandro Luna extrema el minimalismo escenográfico al presentar tres paredes verdes con cuatro puertas, un cuadro enmarcado como tal que puede verse abstracto pero que simula un ramaje y dos sillas que después se vuelven tres; los cambios de luz dan las áreas y volúmenes requeridos. La convención establecida para ese paraje que es el extremo del mundo, el futuro o ningún lugar, Mendoza crea un diseño escénico muy ágil con entradas y salidas de los personajes que no logran reunirse hasta el final, que se sientan en las sillas que muy bien pueden ser tocones de árboles, no importa que los actores las muevan a capricho aparente: lo abstracto del tema y de la escenografía requiere la ruptura con todo realismo.

El vestuario de María y Tolita Figueroa, que nos rememora algún lugar del oriente de Europa, incluyendo esos uniformes de los soldados que sugieren una guerra que pudo o no haberse llevado a cabo, y la música de Rodrigo Mendoza, en la misma línea, nos hacen pensar en la extinta Yugoslavia a pesar de los nombres hispanos de los personajes. Todo ello confluye para lograr esa atmósfera de irrealidad en que conviven -conmueren- los personajes en su futuro.

Como es su costumbre, Héctor Mendoza añade a la agilidad del trazo y el ritmo sostenido, la dirección de actores en lo que no es gratuito que se le vea como el gran maestro de la actuación, al lograr homogeneidad en un reparto de actores y actrices de variada trayectoria, algunos todavía incipientes aunque por supuesto el peso actoral para cada personaje no es el mismo. Delia Casanova, por ejemplo, vuelve a actuar con su maestro después de un largo lapso en que no lo hacía y su gracia, su capacidad de matices, la intención puesta en cada gesto y cada parlamento dan lugar a una Aurora inigualable. Hernán Mendoza es en definitiva uno de los mejores actores de su generación, y el soliloquio del capitán Fierro, a la par que todo su desempeño, lo refrenda. Laura Padilla es una excelente Ramona con todos los tránsitos de su personaje. Fernando Escalona también sobresale como Bruno, me resulta el mejor de los varones después de Hernán, a pesar de la ingenua gracia de Sergio Alvarez y el buen trabajo de Fabián Peña, Eric Ramírez y Mario Loria. Deliciosas las jóvenes Georgina Rábago y Abigail Soqui. Este montaje de Héctor Mendoza es también un venero de nuevos actores que no desmerecen junto a los de generaciones anteriores.

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