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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 21 de julio de 2003

León Bendesky

Caminos

La influyente revista británica The Economist celebró hace apenas unas semanas su aniversario número 160. Para hablar de consistencia editorial basta ver que su prospecto de publicación de 1843 señalaba los beneficios económicos, sociales y políticos del libre comercio. Decía: "Una de las expresiones más melancólicas de la actualidad es que mientras la riqueza y el capital han aumentado rápidamente y la ciencia y el arte han generado sorprendentes milagros,..., sea en este tiempo cuando los grandes intereses materiales de las clases altas y medias, así como las condiciones de las clases trabajadoras, estén cada vez más marcadas por la incertidumbre y la inseguridad". Las situaciones tienden a repetirse.

The Economist ha sido y sigue siendo de las más asiduas y convencidas promotoras del liberalismo económico, al que adjudica la capacidad de reducir las condiciones de pobreza y la desigualdad entre las naciones. No es éste el lugar para detenerse en esta discusión en que los terrenos del debate parecen bien definidos, aunque los términos del mismo varíen mucho en cuanto a la calidad del análisis y su formulación.

El capitalismo está en una de sus fases recesivas, provocada en buena medida por los excesos cometidos en la década de 1990. Para apreciar su significado están las cuestiones propias del análisis económico que se asocian con el comportamiento cíclico de las economías de mercado en un entorno de crecientes corrientes comerciales, sobre todo financieras. En ese marco se incluyen necesariamente los mecanismos de especulación que llevaron a su fin al anterior ciclo de expansión, pero hay que añadir las cuestiones que de modo amplio se pueden caracterizar como de naturaleza cultural, es decir, relativas a la conformación social, a la ideología predominante y a la relación de fuerzas entre diversos grupos.

La naturaleza del capitalismo es defendida a brazo partido por The Economist, aunque la flema británica le dé suficiente margen para integrar, de vez en vez, críticas al funcionamiento del sistema que los burócratas de los organismos internacionales no son capaces de hacer. Propone, por ejemplo, que se debe estar en favor de los mercados, pero no de los grandes negocios. Esa es una cuestión difícil de resolver. El caso es que hoy el capitalismo ha sido llevado a un punto en el que no puede articular los requerimientos de la acumulación con un entorno social incluyente. Esta es la otra cara de la situación ocurrida anteriormente cuando dejó de ser compatible con las medidas del Estado de Bienestar.

Por eso la nostalgia por el New Deal no es más que eso. Blair y Schroeder, que presiden gobiernos en los que las políticas de bienestar son un elemento central del orden social (aun a pesar de las políticas conservadoras de la señora Thatcher) hoy están contra las cuerdas. Tienen que proponer recortes a los beneficios sociales adquiridos ya sea en el área de la organización y las prestaciones laborales, en la salud pública o en los sistemas de pensiones, como única posibilidad de mantener a flote las finanzas del gobierno y la viabilidad de la competitividad de sus economías.

Hay una relación entre la eficiencia productiva (con la rentabilidad que es posible generar actualmente en el sistema capitalista) y la equidad que se puede crear. Esta relación está en crisis. Sus consecuencias serán graves por el desplazamiento de segmentos de la población de la dinámica de generación de los ingresos y acceso a mejores condiciones de vida. La diferenciación al interior de las sociedades tiende a crecer también entre distintas sociedades, aunque los estratos más ricos se parezcan cada vez más.

Mientras las políticas económicas y sociales van en el camino de definir lo social de modo que sirva mejor para re-crear una nueva fase de acumulación, los países menos desarrollados tienen poco más a que recurrir que a un creciente pragmatismo. Pero éste tiene sus vertientes. El pragmatismo mexicano está en la parálisis de la disciplina fiscal y monetaria en espera de que la economía de Estados Unidos se recupere y con ella el crecimiento interno. Los límites de esta postura son claros y su costo es muy grande.

En la reunión de la izquierda que organizara Blair en Londes hace unos días, se advirtieron otras formas de pragmatismo que vienen más de la izquierda en el campo latinoamericano. El presidente Lula abogó por un sistema comercial más abierto que ensanche las posibilidades de acceso de los productos regionales en los mercados del mundo. Esta demanda sobre el orden económico internacional está entramada con el conjunto de reformas que ha propuesto para la economía de su país y para las que buscó apoyos y alianzas. Aznar fue uno de los que ofreció ese apoyo, pero Néstor Kirchner mostró otro rasgo de lo que puede ser un nuevo pragmatismo al enfrentarse con los empresarios españoles a los que recordó las enormes ganancias que tuvieron mientras disfrutaron de las políticas y las ventajas del gobierno de Menem y reclamó que no se quejaran ahora en medio de la fuerte crisis de su país. Falta ver qué saldrá de estos nuevos empeños; los espacios posibles no son muy grandes.

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