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México D.F. Lunes 14 de julio de 2003

Carlos Fazio

El perro y la pulga

Como en el juego de las prendas, la violencia gira en redondo: un día en Bagdad, otro en Al-Duri, Fallujah o Basora. Desde que George Bush decretó el fin de la "guerra de liberación" de Irak (1/5/03), las fuerzas de ocupación angloestadunidenses se han visto sometidas a una creciente ola de resistencia armada, con bajas casi diarias, en una dinámica de emboscadas y sabotajes que mantiene en jaque a los neocolonialistas invasores.

La guerra es el triunfo de la barbarie. La de Irak no es excepción. Asistimos al espectáculo de los impunes; al striptease del "humanismo" occidental. La banda de genocidas y racistas que se apoderó de la Casa Blanca no ha dejado de mentir un solo día. Se anexaron un nuevo territorio y para conservarlo sólo tienen la fuerza, la mentira y el terror. Fieles a la dialéctica de la hipocresía imperial echan mano a sus trucos propagandísticos como exquisita justificación del pillaje.

Históricamente, la cohabitación entre el colono y el colonizado ha estado signada por la violencia. "El mundo colonial es un mundo maniqueo", decía Fanon. Como intermediarias del poder, las tropas anglosajonas utilizan un lenguaje de pura violencia; el soldado es el encargado de llevar la violencia a la casa y el cerebro del colonizado. Expresa la voz del amo. La alternativa del colonizado es la servidumbre o la soberanía. Ante ese dilema, en momentos de impotencia la locura homicida puede llegar a ser el inconsciente colectivo de los colonizados, pero la ira del colonizado puede conducir a la emancipación progresiva del combatiente.

El colonialismo no es una máquina de pensar, tampoco un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza y no puede inclinarse sino ante una violencia mayor. Ocurre a menudo que los sustentadores del sistema colonial descubren que las masas entrañan el riesgo de destruirlo todo. Veamos. El 27 de junio, un soldado del Pentágono asignado a la población civil como especialista en guerra sicológica se hallaba en una tienda de Kazimiyah, al noroeste de Bagdad. Sacó un puñado de dólares para comprar discos compactos y sonó un disparo. El militar quedó congelado y después cayó de espaldas herido de un tiro en la cabeza. El atacante huyó. Un día antes, en Najaf, un marine murió en un tiroteo. Seis soldados británicos sucumbieron en Al Amarah y dos estadunidenses más fueron secuestrados y sus cuerpos sin vida aparecieron días después a 40 kilómetros de la capital iraquí. Cuando Bush estaba en Botswana la semana pasada, un militar estadunidense fue alcanzado por un misil antitanque en Tikrit. Falleció. En Mahmudiya otros dos murieron por disparos de armas ligeras. El viernes fueron atacados dos cuarteles en Fallujah y debieron ser evacuados. Otra base militar en Sammara fue blanco de morteros.

Desde que Bush proclamó la victoria 31 soldados estadunidenses y seis británicos han perdido la vida. La moral de las tropas invasoras comienza a flaquear. El capitán James Dayhoff declaró: "Cada vez que detienes a alguien no sabes si al bajarse disparará con un rifle AK-47 o si va a activar explosivos pegados a su cuerpo". En Ramadi, el sargento John Goerger admitió: "Estoy más nervioso que al principio. La gente sigue muriendo". Según expertos los ataques son obra de insurgentes dispersos; no existe una guerra de guerrillas con un mando centralizado. Pero las tropas de ocupación se están enfrentando a un "nacionalismo progresivo bastante fuerte".

Decía Mao que sólo quienes admiten la derrota pueden ser derrotados. Si una población entera se resiste a ser derrotada su resistencia puede transformarse en una guerra de desgaste que al final será victoriosa. Es una enseñanza que conocía muy bien el general Tommy Franks cuando trató de exterminar la resistencia iraquí sacando provecho de su inmensa superioridad tecnológica-militar. En caso contrario, sabía que sus tropas po-drían verse involucradas en una "guerra de la pulga"; una guerra de guerrillas en la que la superioridad bélica de sus "muchachos" dejaría de ser una ventaja decisiva.

El vietnamita Vo Nguyen Giap, triunfador de Dien Bien Fu, definió la guerra de guerrillas como la forma en que pelean las masas de un país débil y mal equipado contra un ejército agresor con armas y técnica superiores. La guerrilla extrae provecho de sus propias fuerzas, que consiste en la extrema movilidad de un ejército ligero, sin preocupaciones por conservar territorio o portar armamento pesado. Robert Taber lo ejemplificó como un enfrentamiento en el que la guerrilla actúa en combate como la pulga y su enemigo militar tiene las desventajas del perro: demasiado que defender.

Podría ser la situación que se presente ahora en Irak. Las tropas invasoras avanzaron rápido controlando territorio y espacio aéreo. Después cercaron y tomaron las principales ciudades. Sin armas para enfrentar a la superpotencia militar mundial, el ejército local de soldados y milicianos eludió combates decisivos y le cedió el territorio. Cambiaron el espacio por el tiempo para producir voluntad para resistir al invasor y derrotarlo.

Hay indicios de que grupos en resistencia estarían reconvirtiéndose en un ejército pequeño, ágil, huidizo, con el don de la ubicuidad, que hostiga y trata de desesperar a su oponente, sin dejarse capturar. De ser así, y si el nuevo tipo de guerra se prolonga lo suficiente -eso es en teoría, y tampoco sabemos si sea esa la forma de enfrentamiento definida por un mando iraquí de la resistencia-, el "perro anglosajón" podría debilitarse mucho para defenderse. Desde el punto de vista militar se sobre- excedería, políticamente, como fuerza de ocupación extranjera se hará muy impopular; económicamente se volverá muy costoso. El ABC de la guerrilla es pegar y correr, pelear y dejar de pelear al día siguiente, desaparecer ante el avance del enemigo. No se trata de matar a su oponente de un golpe, sino de extraerle sangre y alimentarse con ella, atormentándolo y enloqueciéndolo. Trata de destruir los nervios y la moral de sus rivales. Con pequeñas victorias, la pulga se puede convertir en una plaga. Pero lleva tiempo; el tiempo que necesita una fuerza de resistencia organizada para producir en el pueblo la voluntad de defender su soberanía.

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