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México D.F. Domingo 22 de junio de 2003

Angeles González Gamio

Encaje de piedra

No es exagerado afirmar que una de las construcciones barrocas más finas del mundo es el Sagrario de la Catedral Metropolitana, una auténtica joya de piedra exquisitamente labrada. Se construyó 200 años después de que se inició la segunda Catedral. La primera, muy simple, se edificó al poco tiempo de la conquista.

El autor del Sagrario fue el arquitecto andaluz Lorenzo Rodríguez, quien se inició como carpintero -seguramente ebanista-, lo que quizás explica el tallado de la piedra, que más pareciera madera por lo refinado del labrado. Su construcción se comenzó en 1749 y se concluyó en 1760, época del apogeo del barroco. Los materiales fueron los característicos de ese estilo en la ciudad de México: el tezontle color vino y la elegante cantera plateada.

En la fachada que da a la Plaza de la Constitución, se pueden admirar a los 12 apóstoles, esculpidos en los espacios de las cuatro columnas estípite, con forma de pirámides invertidas, truncas en la base, de las que se dice que semejan el cuerpo humano.

Otros participantes de este festín pétreo son los padres de la Iglesia, algunos santos fundadores de órdenes, mártires, santos y santas y, como detalle original, dos blasones: uno con el león rampante y en el otro el águila mexicana.

En la impactante portada no hay un solo espacio que no esté labrado; entre las múltiples formas que la decoran, hay repisas de nichos de formas caprichosas, paños flotantes y rozagantes querubines. También tienen su lugar las frutas, entre las que sobresalen racimos de uvas, símbolo del vino transformado en sangre de Cristo, y las granadas, que representan a la Iglesia.

Las flores no podían faltar; con exhuberancia conforman un encaje de piedra: margaritas, rosas, botones y flores de cuatro pétalos, de gran semejanza con los chalchihuites indígenas, lo que nos habla de las manos que con infinita paciencia y cuidado, herederas de la maestría de sus antepasados prehispánicos, tallaron maravillosamente las piedras, dejando su huella ancestral. Esto se aprecia igualmente, en los penachos que coronan las cabecitas de los ángeles.

La fachada que ve al oriente no tiene este grado de magnificencia, sin embargo no desmerece, compartiendo la profusión de imágenes y la exquisitez del trabajo. Aquí se alternan figuras del Antiguo Testamento con devociones comunes de la época.

No es exagerado afirmar que ambas portadas podrían ser retablos, de esos recubiertos de oro, que todavía adornan muchos templos, comenzando por la propia Catedral.

El interior es de cruz latina, unida por uno de sus brazos al edificio principal. En sus cuatro esquinas están instalados el bautisterio, el cuadrante, habitaciones para los presbíteros y la notaria, ya que hay que recordar que aquí se imparten los sacramentos y se lleva el registro de los feligreses. En el centro del crucero luce airosa la hermosa cúpula. La decoración interior, en estilo barroco, fue sustituida en el siglo XIX por una neoclásica.

Aquí se encontraba hasta hace unos días un enorme y valioso óleo de seis metros de altura por 3.50 de ancho, pintado en el siglo XVIII. Ahora se encuentra en el taller Restauro y Conservación que dirige Mónica Baptista de López Negrete, quien conjuntamente con el Festival de México en el Centro Histórico, que este año cumple su vigésimo aniversario, se han abocado a la altruista tarea de restaurarlo para devolverle su antiguo esplendor y probablemente descubrir quién fue el autor. Lo podremos admirar el próximo año durante el festival.

Mientras tanto, hoy puede darse una vuelta para solazarse con el bello Sagrario y asistir a la degustación de 40 paellas, que atrás de la Catedral, en la calle de Guatemala, está organizando -para reunir fondos para una barredora- la dinámica Guadalupe Gómez Collada, con el apoyo de los mejores restaurantes del Centro Histórico: Casino Español, Mesón del Cid, Albufera, Hórreo, la Casa de España, el Círculo Vasco y el Café de Tacuba, entre otros. Importante participación tiene la Cofradía de Covadonga, que ese día festeja a la Virgen, lo que nos dará la oportunidad de escuchar a un gaitero vestido con su traje típico.

Gracias a la colaboración del Fideicomiso del Centro Histórico, la Canaimpa, Cavas Freixenet, la Fundación del Centro Histórico, la Cofradía del Arroz y otras instituciones, por una módica contribución podremos degustar los suculentos arroces acompañados de pan chapata, vino y, de postre, pastelillos de El Globo.

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