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México D.F. Miércoles 18 de junio de 2003

BAJO LA LUPA

Alfredo Jalife-Rahme

ƑRenunciará Dick Cheney "por motivos de salud"?

Fue falsa la "conexión de Níger" para la venta de uranio a Irak
John Dean, certero crítico

EL PARTIDO REPUBLICANO simboliza los escándalos politicofinancieros y geopolíticos (Watergate, Irán-contras, "síndrome Enron", y ahora el Irakgate). Richard Nixon perdió la presidencia por una mentira menor en comparación al Irakgate del equipo Cheney. Los republicanos "civiles" que gobiernan desde el Pentágono no aprendieron las enseñanzas del Irán-contras que llevó la criminalidad del poder a grados nauseabundos sin la mínima restricción ni contrición. Hoy casi todo el equipo del Irán-contras ha resucitado en el equipo de Baby Bush, al haber evadido por medio de artilugios la condena que se merecían, y vuelven a reincidir impúdicamente, como suele suceder con los criminales consuetudinarios que no han sido rehabilitados.

SI EL VICEPRESIDENTE Dick Cheney hubiese sido encarcelado, como se merecía, después de la exhumación de sus truculencias financieras en la petrolera texana mafiosa -válgase la tautología- Halliburton, de la que fue su fraudulento director, el género humano se hubiera ahorrado el caos geopolítico en el que han desembocado sus decisiones.

LOS MISMOS PERSONAJES que avalaron el "síndrome Enron" -es decir, el putrefacto sistema institucionalizado de fraudes contables en Wall Street- son los que engañaron al Congreso y a la gran nación estadunidense con el montaje hollywoodense de las "mentiras de destrucción masiva" en Irak para llevar adelante la agenda oculta de la petrocracia texana; son los mismos fariseos que juraron sobre la sagrada Biblia "decir la verdad y solamente la verdad".

LA EPOCA DE Nixon era mucho más gloriosa que la decadencia presente del nepotismo texano de la familia Bush, que consideró "ridícula" la comparación con el Watergate que en su histórico ensayo jurídico (FindLaw, 6 de junio) formuló John Dean, el ex asesor presidencial que vivió la tortura del escándalo cuando todavía existía la vergüenza que hoy se ha esfumado lastimosamente en la Casa Blanca: otro signo inequívoco de la decadencia.

CHENEY NO FUE ninguna lumbrera académica (tampoco Baby Bush: ahora se entiende por qué Wolfowitz y Perle los tienen subyugados a ambos): su currículum es exageradamente raquítico y muy bien podría ser sacrificable en el altar de las culpabilidades expiatorias, no por su historial académico sino por el de fraudes permanentes que ya no pueden ser ocultados ni tolerados. La única gracia, si la fuere, del anterior secretario de Defensa y todavía vicepresidente, se centra en ser un incansable burócrata que ejecuta sin miramientos éticos ni estéticos los objetivos de la petrocracia texana de la que se volvió el operario perfecto. Su esposa Lynne, mucho más brillante (relativamente hablando), despacha en un puesto ejecutivo del influyente American Enterprise Institute "consagrado" -como reza su tarjeta de presentación supremacista- a "sacar de apuros al blanco estadunidense promedio por doquier" (no especifica dónde, pero se infiere que sus alcances van de los oleoductos de Afganistán, pasando por los yacimientos petroleros de Irak, hasta el Hoyo de la Dona del golfo de México).

CARENTE DE ESCRUPULOS, el mitómano cuan anticarismático Cheney falsificó documentos con el fin de probar que el régimen de Saddam Hussein estaba por adquirir "armas nucleares": el 16 de marzo apareció en la televisión nacional de Estados Unidos para propalar que Irak poseía una "capacidad nuclear", según datos duros de inteligencia. La CIA recibió copias de documentos de una supuesta carta del gobierno de Níger (no confundir con la potencia petrolera Nigeria), en la que se asentaba la disposición del régimen de Saddam Hussein en la compra de grandes cantidades de óxido de uranio ("pastel amarillo") para la virtual fabricación de armas nucleares. La "fabricación" tenía que ver más bien con los datos que propaló impúdicamente el falsificador Cheney para congraciarse con sus patrones petroleros texanos, que lo hicieron muy rico en Halliburton. Cínico como él solo, para cubrir el expediente burocrático envió en febrero a un embajador de Estados Unidos en Africa (se desconoce la identidad, pero pronto se sabrá) a verificar la carta, que resultó falsa, y la venta del precursor de uranio de parte del gobierno de Níger, que redundó en un engaño adicional. Lo más grave radica en que el Departamento de Estado aseveró el 19 de diciembre pasado la comprobación de la "conexión de Níger" y, peor aún, el propio Baby Bush lo avaló en su mensaje a la nación el 26 de enero.

LE ASISTE TODA la razón (y la experiencia, por su conmovedora tragedia personal en el Watergate) a John Dean, quien diserta que "las declaraciones presidenciales, particularmente en asuntos de seguridad nacional, son tomadas con una expectativa del más alto nivel de verdad. Un presidente no puede alargar, torcer o distorsionar los hechos y salir tan campante como si nada". ƑEntendido, solapadores de los "Amigos de Fox y Zedillo", que son los mismos defraudadores, en el pestilente IFE?

EL PROBLEMA DE Cheney y Bush, no se diga de Rumsfeld, Wolfowitz y Perle (en México: de Zedillo, Fox y Woldenberg) es que son unos ignorantes jurídicos de las sacrosantas "leyes que permiten que funcione todo lo demás", como proclamó Kant, y por las cuales ofrendó didáctica y generosamente su vida el glorioso Sócrates, frente a un juicio injusto, para no violentar el orden jurídico de la Atenas eterna. La observancia consciente de las leyes armónicas, es decir, el supremo acto de la civilización, constituye la diferencia abismal entre el auge y la decadencia, no se diga entre el genio, quien aspira a la eternidad, y el mediocre, un ser ahistórico y obnubilado por la efímera codicia.

JOHN DEAN BRILLA intensamente en un ensayo previo del primero de junio (FindLaw), donde recuerda cómo Cheney obstruyó las investigaciones del Congreso sobre el plan energético que fue diseñado desvergonzadamente por el cártel de los piratas petroleros y gaseros texanos, entre quienes se encontraban las fraudulentas Enron y Halliburton. Desesperado, Cheney intenta salvarse de la hoguera pública y le echa la culpa a otro sacrificable sin expiación, ayudado por Walter Pincus, un reportero parcial de The Washington Post (un periódico a modo del establishment que, por lo visto, no aprendió la infame lección de The New York Times y sus historietas plagiadas): George Tenet, director de la CIA, quien supuestamente "no detalló sus investigaciones". Yeah, yeah!

LA CIA, QUE no es ninguna perita en dulce, fue avasallada por el confidente de Cheney, Lewis Lobby (miembro destacado de la autonombrada secta esotérica de La cábala straussiana de Wolfowitz y Perle), para entregar los documentos falsos sobre la "conexión Níger" al sueco Hans Blix y al egipcio Muhamed El-Baradei. En honor de este último, con todas las presiones encima no solamente se mantuvo firme, sino que afirmó categóricamente que Irak no poseía "armas nucleares", mientras Blix estuvo a punto de claudicar, y a momentos coqueteó con la falsedad, aunque ahora pretenda vestirse de héroe.

LOS DIAS DE Cheney están contados y si no renuncia "por motivos de salud" tendrá que encarar varias investigaciones en curso, entre ellas las del general Brent Scowcroft, ex asesor de Seguridad Nacional y hombre de todas las confianzas de Daddy Bush, que preside el Consejo Consultivo de Inteligencia Exterior de la Presidencia (PFIAB, por sus siglas en inglés), quien tiene en sus manos el acuse de recibo por el acorralado vicepresidente de un documento de la embajada de Níger en Roma donde resalta el engaño del "pastel amarillo" (el uranio primitivo).

CHENEY LE DEBE su ascenso inicial en la burocracia federal a Donald Rumsfeld, el septuagenario y polémico jefe del Pentágono, quien desea revolucionar el despliegue del ejército con medidas controvertidas (v. gr. recorte radical del personal y empleo de mercenarios al estilo de las legiones coloniales) que lo han llevado al choque frontal con los militares de carrera (varios generales de alto nivel han renunciado, por lo que ha tenido que recurrir a generales retirados, unos verdaderos cartuchos quemados).

LA DINAMICA DE las "mentiras de destrucción masiva" está cobrando un ritmo que comienza a arrastrar a sus actores. Todo puede suceder. John Dean afirma que el presunto crimen de Baby Bush ("haber usado a la CIA para librar una guerra"), en caso de demostrarse, puede llevar al enjuiciamiento del presidente 43 de Estados Unidos. Desde luego que sí, pero Baby Bush goza paradójicamente de una popularidad avasalladora pese al 6.1 por ciento de desempleo (maquillado, a nuestro juicio). En medio de un vacío real de iconos en Estados Unidos (sus "ídolos" pertenecen al mundo del cine), difícilmente alguien se atreverá a defenestrarlo, lo cual, después del montaje del 11 de septiembre, equivaldría a un acto "antipatriótico". Tampoco se trata de dejar huérfana a la nación estadunidense, que se encuentra en un momento crítico de su historia (su inexorable declive), aunque sea el texano Baby Bush su nuevo ídolo de barro. De todas maneras, Baby Bush, con sus legendarias limitaciones consustanciales, reina pero no gobierna. La lucha por el poder está más abierta que nunca entre el grupo que encabeza el general Colin Powell desde el Departamento de Estado y el grupo Cheney-Rumsfeld-Wolfowitz-Perle (los "civiles" del Pentágono en la etapa de Daddy Bush y Baby Bush) que fue atrapado, más que por sus "mentiras de destrucción masiva", por su disfuncionalidad global que está aislando absurda y peligrosamente a Estados Unidos.

QUIZA LA MEJOR salida airosa para Cheney, quien llega a sus 62 años en forma desastrosa y desaseada, sea asirse a la única verdad de toda su vida: su verdad clínica; su enfermedad cardiaca que ha requerido dos intervenciones quirúrgicas que lo mantienen con un marcapasos. Por la salud de la república, no del iluso imperio estadunidense, y por la suya propia, Cheney es un hombre liquidado: la primera víctima aparente del Irakgate, quien "por motivos de salud" no podrá soportar el rigor de una investigación.

DEL OTRO LADO del Atlántico, el premier Blair, otro engendro de la perfidia, está a punto de desmoronarse, y el premier Berlusconi enfrenta líos con la justicia por su tenebroso pasado mafioso. Y de Aznar ni quien se acuerde, porque sus afrentas no ofenden en las grandes ligas. Más que el Irakgate propiamente dicho, la maldición sumeria milenaria empieza a cobrar sus primeras víctimas con quienes se atrevieron a desacralizar su pasado glorioso: haber sido la cuna de la civilización occidental; la real, no la falsificada.

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