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México D.F. Viernes 30 de mayo de 2003

José Cueli

Regresar a Vasco de Quiroga, según Zaid

En la época de la globalización, el análisis del campo mexicano, la profundización del por qué de la tan sabida pobreza, que se incrementa día a día con índices alarmantes, es un problema apremiante y por demás complejo. Los intentos explicativos económicos, administrativos, políticos, sociológicos e inclusive de sicología son insuficientes para comprender la complejidad del campesino indígena.

El hombre del campo al dejar la noche campesina llena de melancolía y misterio, de amargura y nostalgia, de creencias y magia, expulsado de su tierra y atraído por el espejismo de la ciudad (que poco tiene para ofrecer, inclusive para la mayoría de los citadinos), hechizado por el fuego asesino de las llantas viejas, se convierte muchas veces en vendedor citadino de todo y nada; se le diluye el recuerdo de las siembras y sus animales, soñar bajo los árboles y el frescor y el aroma de los pinos.

Los signos del campesino en la ciudad son lo transitorio, lo inestable, las pérdidas, la imposibilidad de inserción en un sistema en desarrollo tecnológico. Al terminar su juventud, aquél no puede incorporarse a la sociedad ni al sistema. No encuentra su identidad y difícilmente la trasciende para vincularse con los otros.

Sin la confianza en sí mismo no puede hacer frente y confiar en las relaciones con los demás, no puede afiliarse a grupos y menos cumplir con los compromisos sociales, económicos y políticos que trae aparejado lo que sería su adhesión a la colectividad. Lentamente se aleja y se aísla de los demás, se margina cada vez más y lo que empezó como una exclusión del sistema termina por ser una autoexclusión. Neurosis traumáticas transgeneracionales, simbologías distintas, pobreza y depresión extremas. Y eso, Ƒcómo se globaliza?

Ante un problema tan severo, Gabriel Zaid, en un lúcido artículo Confusiones sobre el campo (Reforma, 24 de mayo), sugiere importantísimas puntualizaciones que cito a continuación. Zaid enfatiza que ''aunque el campo está poblado en grado mayoritario por campesinos, no todos los que viven en el campo son campesinos. Las mejores tierras y el grueso de la producción son producto del campo moderno''. Hace alusión a cifras que clarifican la situación del campesino en el campo: ''En la agricultura tradicional, 95 de cada cien personas producen alimentos para sí mismas y las cinco que viven en las ciudades; mientras en la agricultura moderna bastan cinco en el campo para alimentar a cien (...) Los campesinos destinan su producción al autoconsumo y a los mercados locales (...) Casi todo el comercio exterior agropecuario se mueve entre el campo moderno de unos países y las grandes ciudades de otros".

Según Zaid, los campesinos no piden ni deben con el campo moderno. Las mejoras en sus siembras deberán ser enfocadas a mejorar la dieta local. Resulta más económico y más práctico crear fuentes de empleo para ellos en el campo que en la ciudad. La industria ligera y las artesanías pueden ser fuente de empleos con una mínima inversión para mover al campesino, como señala Zaid, de una economía de subsistencia al margen de los grandes mercados. Por tanto, el acento debiera colocarse en el hecho de lograr que el campesino sea productivo en su propia comunidad sin competir (en francas condiciones de desventaja) con la agricultura del campo moderno. Las actividades microindustriales pueden ser una solución al problema del campesino. Y como ejemplo, Zaid señala la industria artesanal desarrollada por Vasco de Quiroga en Michoacán.

Tales alternativas tendrían además la gran ventaja de no desarraigar al campesino de su comunidad -con graves consecuencias-, sus raíces y tradiciones y, sobre todo, de su simbología propia.

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