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México D.F. Miércoles 28 de mayo de 2003

Arnoldo Kraus

Epónimos

Cuando joven pensaba que los epónimos implicaban honor, deferencia. Así lo entendí cuando aprendí en la facultad de medicina algunos epónimos. Con el tiempo, los nombres de algunas calles, ciudades o parques desmitificaron ese concepto. Los mapas y la historia contienen epónimos cuya moral no es precisamente un espejo ético. Luis Echeverría, Hank González, José Stalin o Saddam Hussein figuran en las listas. Con el Diccionario de la lengua española a la mano, comprendí mi equivocación: "Se dice del nombre de una persona o de un lugar que designa un pueblo, una época, una enfermedad, una unidad". Es decir, epónimo no implica necesariamente respeto, sabiduría o moral. Puede significar poder y ambición.

Cuando adulto pensaba que los epónimos médicos se distinguían de los no médicos porque éstos sí reflejaban sabiduría y los frutos por haber descrito una enfermedad o un signo. Sin embargo, no todos los epónimos médicos son dignos y, como en otras ramas del saber, la medicina padece muchas enfermedades.

Dentro de esos males sobresalen que sea elitista -los pobres mueren de enfermedades que en los ricos son curables-, racista -en Estados Unidos la atención a negros e hispanos es de menor calidad que la que reciben los blancos-, desigual -en Comitán los recién nacidos mueren por epidemias que raramente se observan en el Distrito Federal-, utilitarista -los negros reclutados en Africa para investigar medicinas contra el sida son maltratados cuando se les compara con los pacientes de otros países-, moralmente dicotómica -muchos médicos poseen laboratorios- y capaz de prostituir -algunos doctores que trabajan de investigadores para ciertas compañías farmacéuticas reciben jugosas prebendas como viajes en avión u hospedajes en lujosos hoteles.

Los anteriores son males comunes cuya erradicación parece imposible y cuya realidad ha labrado la mala fama de la medicina. Pero eso no es todo. Narro dos historias de epónimos cuyos nombres denuestan la medicina.

El síndrome de Reiter -artritis, uretritis y conjuntivitis-, amén de no haber sido Hans Reiter (1881-1969) quien primero lo describió, ha dejado de llamarse así y ahora se le conoce como "síndrome oculo-cutáneo artrítico". ƑLa razón? Reiter era defensor del movimiento eugenésico a principios del siglo xx, idea que al ser apoyada por el nacionalsocialismo, lo atrajo al partido nazi. Fue uno de los primeros médicos que juraron lealtad a Hitler, lo cual le valió un ascenso meteórico en su profesión, pues, inter alia, fue profesor en la Universidad de Berlín, presidente del Instituto Robert Koch, así como de la Oficina de Salud del régimen nazi. Su ideario puede resumirse así: 1) garantizar que el material genético pueda transmitirse sin alteraciones, 2) asegurar que el material genético inferior sea desechado, y 3) garantizar que el material genético mediocre sea mejorado por cualquier vía para que dañe lo menos posible.

Reiter realizó muchos experimentos en campos de concentración. Dentro de los más "celebres" destaca haber infectado a sus víctimas con Rickettsia, microorganismo que produce tifo. La mayoría de los prisioneros fallecía a consecuencia de la inoculación. Promulgó, además, la tristemente famosa eutanasia nazi, que promovía la muerte de todas las personas con defectos físicos.

El segundo epónimo que debe ser eliminado es el de Hallervorden-Spatz, médicos e "investigadores" durante el régimen nazi. Este síndrome se caracteriza por distonía, parkinsonismo y acumulación de hierro en el cerebro. Al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, Julius Hallervorden era el patólogo del hospital de Brandeburgo, uno de los seis centros encargados de llevar a cabo el programa de eutanasia para adultos Aktion T-4. Entre 1939 y 1941 este proyecto, del cual fue participe Hallervorden, mató a 70 mil 273 personas.

En ese centro, Hallervorden se benefició académicamente, pues se le permitió seleccionar pacientes vivos antes de extraerles personalmente el cerebro. Estas "investigaciones" fueron material para la publicación de 12 artículos "científicos" después de la guerra. Cuando se le interrogó sobre los aspectos éticos de sus trabajos respondió: "Si van a matar a esas personas, por lo menos denme sus cerebros para que los pueda utilizar (...) dentro del material que recibí, encontré hermosos defectos mentales y malformaciones". Cuando le preguntaron, "Ƒcuántos cerebros puede revisar cada día?", respondió: "entre más, mejor (...) Por supuesto que acepté los cerebros. De donde venían y como llegaron a mí, no era mi problema". Se ha propuesto que esta enfermedad se denomine "neurodegeneración con acumulación de hierro en el cerebro".

Los ejemplos previos ilustran caras oscuras de la medicina, donde la ciencia se hizo extensión de la higiene racial y los médicos instrumentos del nazismo, quienes, cobijados bajo la esfera de la "investigación", utilizaron seres humanos para que la "ciencia avanzara". Hoy los doctores no participan en procesos como los descritos, pero no son pocos los que sepultan la ética profesional al servir al Estado en labores "sucias" o al "venderse" a las grandes trasnacionales.

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