Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 25 de abril de 2003
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Cultura

Olga Harmony

Destino gritadero

A pesar de que el dramaturgo francés nacido en Dakar, Guy Foissy, estuvo en nuestro país en 2001 y dictó una conferencia en el Centro Universitario de Teatro en el contexto de la Semana de Teatro Francés -organizada por Boris Schoemann, el teatrista antologador del volumen correspondiente para Ediciones El Milagro que propició el encuentro- conocemos poco de su obra, a diferencia de otros países de América Latina y de España, en donde se han escenificado algunos textos suyos.

Destino gritadero, que aparece en la antología mencionada, traducida por Ilya Cazés, con el título de Dirección gritadero, que es con el que mejor se le conoce, ha tenido en México algunas versiones, como la que hiciera el grupo de Guanajuato, Luna Negra, dirigida por Javier Avilés, y el muy reciente espectáculo de teatro y videoinstalación llevado a cabo por La Muta Teatro en diferentes espacios.

No conozco ninguna de las dos, y si las menciono es para hacer ver la atracción que este texto tiene para los teatristas. Ganador, entre otros galardones, del Gran Premio de Humor Negro del Espectáculo, Foissy realiza, por lo menos en esta única obra que le conocemos, un sobrecogedor texto que puede ser entendido en cualquier lengua, en cualquier parte (y tan es así que es muy difundida la anécdota de que un teatro en Tokio lleva su nombre y sólo ofrece escenificaciones de sus obras).

Destino gritadero es la feroz metáfora de una sociedad monótona, cuyos miembros aceptan cualquier restricción por arbitraria que sea con un conformismo que se disfraza del deseo de ser como los demás. El autor la ubica en Francia, como se desliza en algún parlamento, pero nosotros bien podemos reconocer personajes y situaciones, por absurdas que parezcan a primera vista. Ese marido de la Señora 1 que cuando no ve ''las imágenes" -seguramente la televisión- se sumerge en Internet sin tiempo para su esposa, o el hecho de que ya no existan desempleados, sino ''ciudadanos en cese temporal de actividades remuneradas" (que nos recordaría la autosatisfecha palabrería de cualquiera de nuestros políticos), la dificultad de encontrar trabajo de la intelectual Señora 3, la soledad de las tres mujeres, sobre todo de la Señora 2, y su falta de tiempo libre, todo ello y mucho más resulta una virulenta sátira de cualquier sociedad moderna -se entiende que en las clases medias-, a pesar de que cada vez se nos dan más datos de lo que está prohibido en ese mundo absurdo. La represión -ignorada conscientemente por las tres, que, irónicamente, siempre hablan de estar en una sociedad libre y democrática- conlleva un gran deseo de gritar, por eso existen los gritaderos que ''son normales, si no, no existirían" -en donde en cuartitos separados y en diferentes turnos para hombres y mujeres, pueden gritar, lo que no está permitido en otra parte, antes de salir y que les entreguen una pastilla de valium.

Las mismas tres señoras que esperan son muy representativas de un modo de ser. La Señora 1, frívola y desenvuelta, con muchos amantes. La Señora 2, envejecida antes de tiempo, ama de casa que se prodiga en las faenas domésticas para atender a la familia. La Señora 3, intelectual, soltera y desempleada, la que inquiere en todo pero sin profundizar en nada. Las relaciones que establecen en la espera del ómnibus que las llevará al Gritadero fluctúan entre la violencia, la camaradería y la sospecha. De pronto la 1 y la 2 se alían contra la 3, o la 2 y la 3 se hacen una ante la 1. El mundo en que viven no es propicio para fincar amistades.

Un texto de este tipo entraña muchas dificultades para no irse por el camino fácil de la risa. Lorenza Maza, quien afortunadamente regresa al teatro, dirige a sus tres excelentes actrices (Montserrat Ontiveros, como Señora 1, Verónica Langer, como Señora 2, y Emma Dib como Señora 3), en ese filo de la navaja que es encontrar el tono justo para cada momento, incluidos los monólogos histéricos, en que el humor y lo negro tienen igual poco feliz escenografía de Carlos Trejo -en cuyo cielo nuboso se reflejan las luces escénicas de manera muy desagradable-, con tres sillas que las actrices mueven según sus estados de ánimo, traza una excelente puesta de teatro de cámara en la que el vestuario de Sergio Ruiz define de entrada a los personajes.

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