Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 16 de abril de 2003
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Cultura

EL ECO Y LA SOMBRA

ricardo yáñez

Mimus polyglottos

YA SE SABE que igual que el zenzontle, pájaro de 400 voces, todo mimo es políglota. De alguna manera esa, la del zenzontle, la del mimo, es mi modo de trabajar: imitando, sé.

HACE ALGUNOS DIAS, en Guadalajara, presentamos sendas antologías personales el tocayo Castillo y quien esto escribe. Recordé ahí, públicamente, que se nos relaciona, y que tal relacionarnos no es incorrecto. No ennumeré, innecesario, el montón de puntos que nos unen. Pero ahí mismo, en parte motivado, tan deportiva como amistosamente, por el propio tocayo, se evidenciaron las diferencias, que deben ser, si no cómo.

DIJE ''MIMO". RICARDO Castillo aparece en su primer libro, publicado por precisamente su tocayo, como mimo. Y recuerdo que me platicó alguna muy antigua vez que la gente confundía su personaje, o sus personajes, de El pobrecito señor X, con él. Si mal no recuerdo, me dijo que al respecto procedía como compositor de canciones (puedo, no lo pongo en duda, recordar mal).

PERO NO RECUERDO mal lo que me dijo esta última vez que estuvimos juntos: ''Yo también sé cantar", un tanto juguetona, un tanto retadoramente (alguien comentaría después que parecíamos Jorge Negrete y Pedro Infante, lo que sí es que nos divertimos, y que la gente se divirtió, sin dejar de sufrir, de asombrarse, de comprender -que es, en poesía, lo mejor). Y bueno, cómo no he de recordar que alguna menos vieja vez, en Cuernavaca, con otros dos escritores, cantamos a cuatro voces, sorprendidos y contentos todos, y a capella. Así es que le contesté por diversión, pero yo lo sabía desde cuándo.

Y DESDE CUANDO sé que es poeta, y desde cuándo sabe que lo sé. Unas cosas no sabe, así está hecho el mundo. Pero quién puede afirmar que, por mínimo que sea, le he restado en ese sentido crédito. Lo contrario es más fácil, y no sé si muy fácil pero sí muy abundantemente demostrable.

HEMOS, EL Y yo, trabajado en taller por varias ocasiones, más de tres, incluso coordinamos un taller compartido, en el que Castillo se encargaba de la parte lúdica y yo, así lo dije, y él puso cara de no mames, de la militar. Eso fue, curiosamente, en un castillo (fuimos a tomarlo), el de Chapultepec.

EN LA LECTURA, breve y chispeantemente acotada, reconocí que en mi libro había más de tres poemas que llevaban su marca, menos la influencia de su poesía que de su persona (eso no lo aclaré, pero tampoco quedó dudoso). En un tiempo de árida aridez, si así puede decirse, por ejemplo, mientras le escribía una carta y le contaba mis penas (acaso no lo recuerde) me decidí a escribir un texto, que no salió del todo mal (luego de retirarle un verso, el último).

HACE POCO, EN Michoacán, le noté cierto disgusto porque no había leído un libro suyo, que ya leí (pero me falta el juego, porque es un libro que propone un juego). Bueno, el jugar, aun cuando en una de sus instancias, el deporte, sólo pueda decir que trabajé en la sección a eso abocada durante un año en el periódico que antecedió directamente a éste, es algo que se nos da con naturalidad. El jugar y el humor. Termino con esto: uno de los ejercicios que dejó cuando dábamos juntos el taller fue inventar un juego. La conclusión, que Duvignaud no del todo comparte, pero es impresionante en tratándose de arte: sin reglas no se puede jugar.

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