Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 10 de abril de 2003
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Mundo

Pobladores que se postraban ante los guardias de Hussein celebraron la caída del régimen

Tras la "toma" de Bagdad hizo su aparición un ejército de saqueadores

ƑAhora qué es lo que quieren de nosotros los estadunidenses?, se preguntan iraquíes

ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT

Bagdad, 9 de abril. Los estadunidenses "liberaron" Bagdad este miércoles, destruyeron el centro del poder dictatorial que Saddam Hussein ejerció durante un cuarto de siglo, pero trajeron detrás un ejército de saqueadores que desató sobre esta antigua ciudad un reinado de pillaje y anarquía. Fue un día que comenzó con bombardeos y ataques aéreos, con hospitales inundados en sangre, y terminó con la destrucción ritual de las estatuas del dictador.

Las hordas rugieron con deleite. Hombres que durante 25 años se postraron humildemente para obedecer hasta los más ínfimos policías secretos de Saddam se tranformaron en gigantes que vociferaban su odio hacia el líder iraquí cuando las inmensas y monstruosas estatuas se venían por tierra con estruendo.

"Es el comienzo de nuestra nueva libertad", me gritó un tendero iraquí. Luego se detuvo y preguntó: "Pero ahora, Ƒqué es lo que quieren de nosotros los estadunidenses?".

El gran poeta libanés Gibran Jalil escribió una vez que compadecía a la nación que daba la bienvenida a sus tiranos con fanfarrias y los despedía luego con abucheos de escarnio. Y los pobladores de Bagdad practicaron este mismo ritual mortal este miércoles, olvidándose de que ellos -o sus padres- se comportaron de idéntica forma cuando el Partido Arabe Socialista Baaz destruyó la anterior dictadura iraquí, integrada por generales y príncipes. Y olvidando también que los "libertadores" son una nueva y omnipotente fuerza extranjera de ocupación, que no tiene en común con Irak una cultura ni un idioma, ni una raza ni una religión.

A medida que miles de musulmanes chiítas pobres llegados de los barrios miserables de la Ciudad Saddam avanzaban hacia las tiendas, oficinas y ministerios gubernamentales del centro de la capital, arrasando todo a su paso -versión épica de la orgía de saqueo y destrucción generalizada que los británicos hicieron muy poco por evitar en Basora-, los marines estadunidenses se limitaban a observar, a unos cientos de metros, cómo los saqueadores robaban autos, alfombras, ahorros escondidos, computadoras, escritorios, sofás e incluso marcos de puertas.

En la plaza Al-Fardus (Paraíso), los marines ayudaban a una multitud de jóvenes a derribarbag103-143816-pih una adusta y enorme estatua de Saddam, atándola a un vehículo blindado. La estatua se desprendió amenazadoramente de su pedestal y quedó colgando horizontalmente, con el brazo derecho todavía levantado en fraternal saludo al pueblo iraquí.

Fue un momento simbólico por más de un motivo. Yo me encontraba detrás del primer hombre que tomó una hacha y se puso a destruir a golpes el imponente pedestal de mármol gris. En unos segundos el mármol se desprendió y puso al descubierto un cimiento de ladrillos baratos y cemento ya muy cuarteado. De eso sospecharon siempre los estadunidenses que estaba hecho el régimen de Saddam, aunque hicieron todo lo posible, a finales de los años setenta y principios de los ochenta, para armarlo, ayudar a su economía y ofrecerle apoyo político; para convertirlo, en fin, en el dictador que llegó a ser.

En cierto sentido, pues, Estados Unidos, al ocupar la capital de una nación árabe por primera vez en su historia, estaba ayudando a destruir lo que tanto tiempo y dinero le costó crear. Saddam fue "nuestro" hombre y este miércoles "lo aniquilamos", al menos de manera metafórica. De ahí la importancia de esa muchedumbre destructora de monumentos, de todo el saqueo y el robo.

Pero del verdadero, y algo menos imponente, Saddam, no había rastro.

Ni él ni sus hijos Uday y Qusay habían sido encontrados. ƑHuyeron al norte para ocultarse en alguna fortaleza construida en Tikrit, su ciudad de origen? ƑEstaban ocultos en alguna telaraña de túneles y búnkers subterráneos bajo los palacios presidenciales? Cierto, su régimen se ha terminado. Las cámaras de tortura y las prisiones ahora serán tranformadas en mausoleos, y la verdadera historia sobre el uso de gases tóxicos en la guerra quedará revelada al fin. Pero la historia sugiere otra cosa. Por lo general las prisiones pasan a manos de una nueva administración, con todo y cámaras de tortura, y Ƒquién querría que el mundo sepa lo fácil que es construir armas de destrucción masiva?

Habrá que abrir fosas comunes, aunque en Medio Oriente estas exhumaciones generalmente sólo se hacen para meter más cadáveres.

Nada de esto quiere decir que la pesadilla haya terminado por completo. Porque a pesar de que los estadunidenses marcarán este miércoles como el primer día de la ocupación -claro que ellos la llaman "liberación"-, áreas muy amplias de Bagdad aún permanecían por la noche fuera del control estadunidense. Y al anochecer, antes que la oscuridad acabara de posarse sobre esta tierra, atravesé el frente estadunidense para llegar a ese jirón del régimen de Saddam que se mantenía intacto dentro de la inmensa y plana ciudad de Bagdad. Circulando por las calles grises y vacías de autos, me dirigí a los grandes puentes sobre el Tigris que los estadunidenses aún no han cruzado para llegar al oeste de la ciudad. Y ahí, en la esquina de la calle Bab al Moazzam, había un pequeño grupo de combatientes mujaidines disparando sus rifles Kalashnikov contra los tanques estadunidenses al otro lado del río. Un gesto a la vez valiente, profundamente patético y dolorosamente instructivo.

Y es que los hombres resultaron ser árabes de Argelia, Marruecos, Siria, Jordania y Palestina. No había un solo iraquí entre ellos. Todos los milicianos de la Guardia Republicana del partido Baaz, los sucios espías de la inteligencia iraquí, los así llamados fedayines de Saddam, habían dejado sus puestos y huido discretamente a sus casas. Sólo los árabes extranjeros, como hicieron los franceses de la división nazi Carlomagno en Berlín, en 1945, siguieron peleando. Al final, muchos iraquíes desdeñaron a estos hombres, algunos de los cuales vinieron a plantarse fuera del vestíbulo del hotel Palestina para rogar a los periodistas que los ayudáramos a volver a su patria.

"Dejamos a nuestras esposas e hijos para venir a morir por esta gente, y ahora nos dicen que nos vayamos", dijo uno. Pero en un extremo del puente Bab-al-Moazzam otros seguían luchando la noche del miércoles, y cuando me retiré de ese lugar pude escuchar los jets estadunidenses acercándose desde el oeste. Y mientras me alejaba a toda velocidad por esas calles vacías pude escuchar el fuego de los tanques estadunidenses abatiéndose sobre el lugar donde estaban.

Pero los tanques vienen en dos presentaciones: los que son peligrosos y mortales y los que son "libertadores", desde los cuales jóvenes de rostro bronceado sonríen a los iraquíes que tienen la cortesía de saludarlos a su paso. Estos tanques traen simpáticos nombres rotulados en sus cañones; nombres como Rescate de gatitos, Testigo de la pesadilla (éste tenía una calavera debajo) y Perla.

Siempre tiene que haber un primer soldado -ya sea de ocupación o libertador- que encabeza la primera columna de un inmenso y poderoso ejército. Me acerqué, pues, al cabo David Breeze, originario de Michigan, del tercer batallón del cuarto regimiento de infantería de marina. Hacía dos meses que no hablaba con sus padres, así que llamé a su madre desde mi teléfono satelital. Del otro lado del mundo, la señora Breeze contestó el teléfono y le pasé el auricular a su hijo.

Esto es lo que el primer soldado en ingresar al centro de Bagdad le dijo a su familia la tarde del miércoles. "Hola. Estoy en Bagdad. Los llamé para decirles 'hola'. Los quiero mucho. Estoy muy bien. Oigan, los quiero mucho. Esta guerra se va a acabar en unos días. Los veré pronto."

Todos dicen que la guerra terminará pronto. Sin duda habrá una fiesta de recibimiento para el cabo Breeze. Supongo que admiré su inocencia a la vista de las realidades mortíferas que le esperan a Estados Unidos en esta tierra cruel y peligrosa.

Porque mientras los tanques de los marines avanzaban imponentes por la carretera, había hombres y mujeres que se limitaban a mirarlos, ellas con la cabeza cubierta, ellos observándolos con la más aguda atención, y que hablaban de su miedo al futuro y de que Irak jamás podrá ser gobernado por extranjeros.

"Usted verá las celebraciones y vamos a estar contentos de que Saddam se haya ido", me dijo uno. "Pero luego vamos a querer librarnos de los estadunidenses y conservar nuestro petróleo, y habrá resistencia; entonces nos van a llamar terroristas."

Tampoco los estadunidenses tenían aspecto de felices "libertadores" Apuntaban con sus rifles a las calles y ordenaban a gritos a los conductores que se detuvieran. Un conductor que no lo hizo, un anciano que iba en un auto viejo, recibió un disparo en la cabeza ante la mirada de dos periodistas franceses.

Por supuesto, los estadunidenses pensaron que recibirían notas favorables en la prensa si "liberaban" a los periodistas extranjeros alojados en el hotel Palestina. Se tendieron sobre el crecido pasto de la plaza más cercana a nuestro hotel y fingían apuntar sus rifles a las azoteas mientras las cámaras los filmaban. Luego hicieron ondear una enorme bandera de su país desde uno de sus tanques y sonrieron a los periodistas, ninguno de los cuales les recordó que apenas 24 horas antes su ejército mató a dos periodistas occidentales con fuego de tanques en este mismo hotel, y que además mintió al explicar el crimen.

Pero fueron los saqueadores los que marcaron este día como algo siniestro en vez de jubiloso. En Ciudad Saddam habían dado la bienvenida a los estadunidenses con la V de la victoria, con gritos de "Arriba Estados Unidos" y las fanfarrias acostumbradas, pero se lanzaron hacia el centro de la ciudad para una cita más importante. En el Ministerio de Economía se robaron todos los expedientes sobre exportaciones e importaciones iraquíes, contenidos en discos de computadora, con todo y computadoras, refrigeradores, sillones y pinturas. Cuando traté de entrar al edificio los saqueadores me insultaron. A un reportero francés le robaron su dinero y su cámara.

En las oficinas del Comité Olímpico, que había estado a cargo de Uday Hussein, hicieron lo mismo. Un anciano salió del edificio tambaleándose con un enorme retrato de Saddam, contra el cual la emprendió a puñetazos. Otro hombre salió de las oficinas trastabillando para sostener un enorme jarrón chino.

Cierto, esas instalaciones eran parte del régimen, pero muchos en la multitud se fueron sobre las tiendas de muebles y los despachos privados. Llegaron con camiones de redilas y carretas jaladas por burros escuálidos y sucios para llevarse el botín. Vi a un muchacho cargando una máquina de rayos X y a una mujer robándose un sillón de dentista.

En el Ministerio del Petróleo, los saqueadores descubrieron la limusina Mercedes Benz negra del ministro. Como no encontraton las llaves destrozaron el vehículo, le arrancaron las puertas, las llantas y los asientos, y dejaron sólo el chasís frente a la gran entrada principal.

En el hotel Palestina destruyeron el retrato de Saddam que colgaba en el lobby y le prendieron fuego a la imagen de ese mismo miserable que colgaba en la recepción. Todos gritaban Alahuakbar -Dios es el más grande-, con lo cual mandaban de paso un mensaje a los marines que los observaban, si es que lograban entenderlo.

Así pues, la noche del miércoles, mientras los proyectiles lanzados desde los tanques aún retumbaban por la ciudad, Bagdad se postraba a los pies de un nuevo amo. A lo largo de la historia de la ciudad los amos han llegado y se han ido: los abasíes, los umayades, los mongoles, los turcos, los británicos y ahora los estadunidenses.

La embajada de Estados Unidos fue reabierta este miércoles y sin duda muy pronto, una vez que los iraquíes aprendan a quién tienen que obedecer ahora, el presidente George W. Bush vendrá y habrá nuevos "amigos" de Estados Unidos con quienes empezar una nueva relación con el mundo, nuevas fortunas económicas para quienes los "liberaron" y, desde luego, nuevas relaciones con Israel y hasta una auténtica embajada israelí en Bagdad,

Pero ganar una guerra es una cosa. Tener éxito en el proyecto ideológico y económico que está detrás de toda esta guerra es muy otra. La "verdadera" historia del dominio estadunidense sobre el mundo árabe apenas comienza ahora.

©The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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