Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 6 de abril de 2003
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Contraportada

MAR DE HISTORIAS

Parte de guerra

CRISTINA PACHECO

Ofelia se esfuerza para repetir que está bien, si desea quedarse a solas es para descansar. No basta: sus padres, su hermana, su cuñado y la sobrina de ojos tristes siguen rodeándola, observándola, tratando de leer sus pensamientos. Para liberarse, Ofelia promete que no cometerá ninguna locura y pide el aval de su madre:

-Me conoces. No miento. Si tuviera planeado hacer algo... lo sabrías.

La madre se estremece y sollozando dice que no quiere ni imaginarse que eso pudiera ocurrir. Un sentimiento solidario la lleva a pensar en cómo se sentirá su consuegro, el padre de Fabián, cuando se entere de que su único hijo se quitó la vida a los 46 años. La hermana de Ofelia pregunta quién irá al pueblo para darle al viejo la noticia que no quisieron decirle por teléfono. Ofelia responde como autómata:

-Iré yo, en cuanto logre ordenar un poco mi cabeza. Pero necesito tiempo.

Su madre y su hermana se ofrecen para acompañarla el día en que se decida a visitar a don Bernardo. Tiene que ser pronto, no es justo mantenerlo en la ignorancia. Ofelia asiente y se dirige a la puerta. La abre con delicadeza. La familia desfila reiterando las condolencias por la muerte de Fabián y su oferta de apoyo: "Si te sientes mal y me necesitas..." "Ya sabes que nos dormimos tarde: llámanos a cualquier hora". "Tía: Ƒpuedo quedarme a dormir contigo?" Antes que Ofelia responda interviene su cuñado: "Hija, mañana es lunes, tienes que ir a la escuela y no creo que tu tía pueda llevarte. Comprende".

Ofelia siente dolor en el pecho. Se lo provoca el recuerdo de Fabián. Le parece verlo, allí donde ella está ahora, recién afeitado, oloroso a loción, y a punto de salir: "Bueno, a lo mejor este lunes sí tengo suerte". Al paso de los días el entusiasmo de Fabián iba cuarteándose hasta desmoronarse y dejarlo sin soporte para mantenerse en pie y continuar la lucha por conseguir empleo.

Cuando lo despidieron de la empresa Fabián ocultó su pánico y, para tranquilizar a Ofelia, fingió alegrarse: "Ya estaba necesitando un cambio, Me tomaré unos días de descanso y luego me pondré a buscar". Al principio él aspiraba a cargos ejecutivos relacionados con su profesión de químico. Los rechazos lo obligaron a sacrificar sus aspiraciones y a ofrecer sus servicios en empresas ajenas a sus conocimientos e intereses.

En los renglones de las solicitudes destinados a la autoevaluación siempre expuso los mismos argumentos: "Creo ser apto para el cargo porque a) siempre me ha interesado este ramo; b) tengo una experiencia profesional de veintidós años; c) estoy dispuesto a invertir ese capital -mi experiencia- en beneficio de su empresa, a la que confío llamar muy pronto "mi casa de trabajo".

Tras dos años de fracasos Fabián cambió de táctica: acudió a todos los lugares donde veía el cartel "se solicita personal". Ante los jefes se manifestó dispuesto a desempeñar cualquier trabajo, fuera cual fuese el horario. "Déjenos su teléfono. Si hay algo lo llamaremos". Eso nunca ocurrió.

II

Ofelia apenas escucha la última condolencia de su madre y cierra la puerta. Permanece allí hasta que dejan de oírse pasos y voces en el corredor. Entonces se vuelve y enfrenta la casa vacía. La sorprende que todo siga en su lugar, que la muerte de su esposo no haya alterado el color de las paredes, la disposición de los muebles, el ronroneo del refrigerador.

Le basta con cerrar los ojos para imaginarse que Fabián está esperándola en alguna de las habitaciones. Para hacer más real su sueño se dirige al televisor, lo enciende y va a sentarse en el sillón. La pantalla se ilumina con el pavoroso resplandor del bombardeo. Los estallidos apenas dejan oír la voz del reportero: "Las hostilidades se recrudecen en Bagdad. La falta de luz y de agua acrecientan el pánico y las dificultades que enfrenta la población civil. Decenas, cientos de familias permanecen en sus casas preguntándose cuándo terminará esta guerra".

Era lo mismo que se preguntaba Fabián cuando veía la invasión a Irak en el televisor. En los últimos días no hizo sino mirar las imágenes de la destrucción. Cuando Ofelia regresaba de la fábrica lo encontraba en la puerta listo para rendirle un informe:

-Arrojaron bombas sobre un mercado. Murieron muchos civiles. Personas que tenían familia, amigos, proyectos, trabajo, šderecho a vivir! Fue algo espantoso. Ya lo verás en el noticiario porque de seguro lo repiten.

Una noche, cuando ya estaban en la cama, Ofelia escuchó llorar a su marido. "ƑQué te pasa?" El la rechazó: "Nada, déjame". Ella insistió: "ƑYa no me tienes confianza?" Fabián se levantó y salió de la recámara. Ella fue tras él y le exigió una explicación.

Ofelia se vuelve hacia el comedor para mirar el sitio donde aquella noche encontró a Fabián sirviéndose un vaso de ron. Se esforzó para que su pregunta no tuviera ni sombra de reproche: "ƑAhora vas a empezar a beber?" El pareció no oírla y habló para sí mismo: "El mundo es injusto. No sirvo para nada, no produzco nada y sin embargo estoy aquí, en mi casa, seguro de que no me caerá la bomba que ordene disparar un loco".

Ofelia le preguntó adónde quería llegar y él señaló hacia el televisor: "Los hombres que vimos caer despedazados, heridos, muertos, eran capaces de mantener a sus hijos y a sus mujeres. ƑYo para qué sirvo? šPara nada! Y estoy aquí, sin una herida, sin un rasguño".

"šEstás borracho y acabarás volviéndote loco!", gritó Ofelia, pero enseguida fue a abrazarlo y a suplicarle que rechazara esos pensamientos. El no prometió nada y se sirvió otro vaso de ron. "Así no arreglarás nada. ƑQué te ganas con beber?" "Necesito relajarme, a ver si puedo dormir. Quiero levantarme temprano y presentarme en la embotelladora. Dejé mi solicitud hace una semana, a lo mejor me tienen buenas noticias".

Ofelia sintió renacer la esperanza. Su optimismo duró hasta la mañana siguiente. Al levantarse encontró a Fabián sentado frente al televisor que mostraba más imágenes atroces de Irak. Se impacientó: "De una vez por todas olvídate de la maldita guerra. Ocúpate de tu vida. Ahorita lo más importante es encontrar empleo. šHazlo por ti!" Fabián le pidió calma y volvió a hundirse en el escenario de la muerte.

Al volver por la noche, Ofelia se sintió feliz de hallar a su marido sentado a la mesa, escribiendo. "ƑQué haces?" "Lleno otra solicitud". La voz de Fabián reflejaba energía, entusiasmo. Ofelia se arrepiente de no haberse acercado para mirar el papel antes de que él lo ocultara dentro del fólder donde archivaba sus cartas. Estaban dirigidas a los empresarios y también al Presidente y al secretario del Trabajo.

En ellas protestaba contra una política que pregona las bondades del mercado y al mismo tiempo priva a las personas de su derecho al trabajo. Todas terminaban en los mismos términos: "ƑQué pretenden con esto? ƑEliminarnos porque somos superfluos y desechables? ƑO sólo obligarnos a que lo hagamos por nuestra propia mano? šQue responda su conciencia!"

El fólder sigue en el trinchador. Impulsada por la necesidad de recorrer las líneas manuscritas por Fabián, Ofelia se dirige al mueble y abre el cajón, toma el fólder y lo oprime contra su pecho. Eso le da valor para seguir adelante. Con el brazo despeja la mesa y distribuye con cuidado cartas y solicitudes.

Sólo hasta las fechas de 2002 puede entenderse la letra. En las siguientes se deforma. En las escritas durante las últimas tres semanas resulta ilegible. En conjunto, los papeles parecen más bien un mapa en que Fabián señaló sus batallas perdidas antes de ser derrotado por completo en la guerra.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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