Robert Fisk
Pobre ministro de Defensa
Bagdad. Pobre de Geoff Hoon (mi-nistro de Defensa
de Gran Bretaña, que ha criticado los reportes de Fisk desde Bagdad).
Debe de ser duro defender lo indefendible cuando los estadunidenses insisten
en imprimir en sus misiles claves de computadora que revelan su procedencia
después de haber volado en pedazos a personas inocentes.
Pensemos en el pobre hombre -mucho más pobre en
todos los sentidos que Hoon- que encontró ese revelador pedazo de
fuselaje en Shu'ala la semana pasada, probando que el misil que se abatió
sobre el polvoriento y miserable barrio chiíta fue manufacturado
por Raytheon, la empresa fabricante de los misiles crucero.
El servicio iraquí de inteligencia es una organización
cruda y brutal; la sutileza y la sofisticación no son sus puntos
fuertes. Está más allá de toda credibilidad sugerir
que los matones de Saddam Hussein pu-dieron haberse aparecido en la ciudad
perdida -entre una población conocida por su odio hacia el partido
Baaz y quizá responsable de haber asesinado a varios de sus esbirros-
y convencido a esta gente, en general analfabeta, de contar una complicada
mentira a los periodistas extranjeros.
Por
todo Shu'ala había multitud de pedazos del misil: yo recogí
cinco, hechos de la misma aleación; dos los saqué de entre
la suciedad con mis propias manos. ¿De veras cree Hoon que los torturadores
iraquíes tienen la capacidad de ir a esos barrios hostiles y enterrar
oscuras esquirlas de proyectiles para que el enviado de The Independent
y otros reporteros los desentierren? ¿Creerá que el tío
de uno de los hombres que perecieron inventaría que vio alejarse
el avión después del ataque?
Sería lo mismo entonces con los dos misiles que
cayeron a principios de esa semana en el distrito de Sha'ab, en Bagdad.
También entonces explotaron entre chozas de musulmanes chiítas,
hogares de la misma gente que más se opone al régimen de
Saddam.
Poco antes yo había oído volar un avión
sobre Bagdad y disparar dos misiles hacia un cuartel del ejército
-me pareció gracioso que Hoon no pusiera en duda ese ataque aéreo-
y al menos tres hombres en Sha'ab me hablaron del avión que escucharon
a la hora del ataque misilístico. Y no eran miembros del régimen
de Saddam, como los calumnia Hoon; eran justamente las mismas personas
que Hoon ha jurado "li-berar" de Saddam.
Las dos explosiones ocurrieron en extremos exactamente
opuestos, una a cada la-do de la avenida de dos carriles en Sha'ab. ¿Acaso
cree Hoon que los iraquíes son ca-paces de ocasionar dos explosiones
idénticas -desde el aire- en puntos equidistantes de una calle atestada
de automóviles, peatones, porteros de edificios de departamentos,
trabajadores de restaurantes y muchachos ayudantes de mecánico?
Pero supongo que lo más patético de la declaración
de Hoon es esa conocida mendacidad de la cual el mundo está harto.
Después que los estadunidenses bombardearon Libia, en 1985, nos
quisieron hacer tragar las mismas estupideces. Los civiles muertos habían
sido asesinados por el servicio secreto o por el fuego antiaéreo
libio. Los israelíes afirmaron lo mismo acerca de muchos de los
17 mil 500 muertos durante su invasión de Líbano, en 1982.
Cuando los estadunidenses masacraron a docenas de refugiados
albaneses en Kosovo, en 1999, sostuvieron que la aviación serbia
había cometido la matanza, hasta que The Independent descubrió
los pedazos de misil -también esa vez desenterrados de los cráteres
con mis propias manos- que contenían las claves de computadora que
obligaron a la Organización del Tratado del Atlántico Norte
(OTAN) a reconocer la verdad.
¿Cuántas veces, me pregunto, creerán
los ministros que pueden engañar a los electores con esa miserable
monserga? ¿Cuántas veces personas como David Blunkett (ministro
británico de Vivienda) difamarán a periodistas por informar
"desde atrás de las líneas enemigas" en una guerra que su
gobierno apoya pero que muchos millones de británicos se niegan
a reconocer como legítima?
No puedo evitar acordarme de un tren iraní habilitado
como hospital en el que regresé del frente de guerra Irán-Irak
a principios de la década de 1980. Los vagones estaban atestados
de jóvenes soldados iraníes que tosían arrojando moco
y sangre en sus pañuelos mientras leían el Corán.
Los habían gaseado y su aspecto indicaba que iban a morir, como
en efecto ocurrió con la mayoría. Después de unas
horas tuve que ir a abrir la ventanilla de uno de los compartimientos,
porque el gas que arrojaban de los pulmones comenzaba a envenenar el aire
del vagón.
En ese tiempo trabajaba yo para el London Times
y mi nota se publi/ó íntegra. Luego un funcionario del Ministerio
del Exterior comió con el que era mi director y le dijo que mi información
"no ayudaba". Porque, claro, en ese tiempo apoyábamos a Saddam Hussein
y queríamos que el Irán revolucionario sufriera y se destruyera
a sí mismo. Saddam era entonces el mu-chacho bueno y no se suponía
que yo informara sobre sus violaciones contra los derechos humanos.
Ahora, me imagino, no se supone que deba yo informar sobre
la matanza de inocentes que cometen los pilotos estadunidenses y los de
la Real Fuerza Aérea británica, porque el gobierno de Gran
Bretaña ha cambiado de bando. Es una táctica digna sólo
de un hombre que pueda yo recordar, un maestro en el arte de hacerse la
víctima cuando se le sorprende en el acto de asesinar, un ser humano
que jamás vacila en calumniar a inocentes con tal de propagar su
propia versión de la historia. Me refiero a Saddam Hussein. Geoff
Hoon ha aprendido mucho del líder iraquí.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya