Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de marzo de 2003
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Cultura
LA MUESTRA

Carlos Bonfil

Vera

De Francisco Athié, uno de los realizadores más impredecibles del cine mexicano, se esperaba, a cuatro años de su película anterior, Fibra óptica, y a diez de su debut en el largometraje, con Lolo, una propuesta eminentemente personal, habiendo mantenido el cineasta una relativa independencia en el marco de la industria de cine, y dado muestras de gran habilidad en su oficio. Vera es efectivamente una película muy personal -el resultado de una búsqueda estilística y temática que parece prescindir de la comprensión y aceptación del público, ateniéndose a que un puñado de espectadores consiga (o se interese en) descifrar sus intenciones y valorar su posible trascendencia. En este sentido, Vera es un islote en el paisaje fílmico mexicano actual: una experiencia a la vez arriesgada y complaciente, enigmática e irritante. Interesa sin duda su exploración del lenguaje digital y su mezcla de animación y danza butoh; interesa particularmente su tratamiento del tema de la muerte en alegorías que igual aluden a mitologías occidentales (Caronte conduciendo una barca por la Estigia rumbo a la isla de los muertos) que a modos orientales de concebir la trasmigración de las almas. Interesa todo eso y también la metáfora de la dilatación del tiempo: hacer que en la experiencia sensorial de un anciano, Don Juan (Marco Antonio Arzate), su paso de la vida a la muerte deje de ser instantáneo para prolongarse en un estado alucinatorio atemporal.

Athié ha elegido el tránsito del formato tradicional de 35 mm al tratamiento digital para señalar precisamente el paso de la realidad (tratada escuetamente, un accidente en una mina) a la fantasía onírica (su encuentro con un androide, primero virtual, luego encarnación oriental femenina -Urara Kusanagi). Desafortunadamente, un talento reconocido en Athié, su fluidez narrativa (Lolo) y una manera atractiva de contar una historia de múltiples derivaciones (Fibra óptica), se encuentra prácticamente ausente en esta nueva experiencia. Sería difícil reprochar al cineasta su exploración tecnológica y sus pretendidas aplicaciones artísticas, pero una exigencia mínima es el talento de combinar dicha exploración con una mayor habilidad narrativa. Sin esta última, el resultado es una serie de viñetas ocurrentes, a veces atractiva, a veces profundamente ociosa. En las visiones de Don Juan se entremezclan caprichosamente simbologías prehispánicas y signos orientales (otro tanto sucede con la pista sonora); alusiones al sincretismo cultural -lugar común de turistas antropólogos; imagen de una virgen guadalupana digitalmente travestida en lo que a usted se le antoje, combinaciones cromáticas (el verde y el azul de la androide Vera, guía de Don Juan); y una calavera danzante que acompaña al androide en su coreografía butoh, detalle humorístico (queremos suponer voluntario) que remite más a la película Jasón y los argonautas que a cualquier otro referente cultural o esotérico. Al final, las sugerencias de Athié, interesantes como punto de partida, se dispersan, multiplican y diluyen en un marasmo visual sobrecargado de símbolos y alegorías. La duración de largometraje conviene mal a una cinta que podría haber resuelto su propuesta en un corto de media hora, al prescindir, como lo hace, de una narración ágil y atractiva, y de una preocupación real por capturar el interés de sus espectadores. En más de una ocasión el realizador ha expresado que no le preocupa que el público entienda o no su película. Esto tal vez sea una señal elocuente de que Athié desea hacer un cine cada vez más personal -al límite casi del monólogo. 

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