Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de marzo de 2003
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Mundo
Neil Harvey*

México ante la guerra en Irak

La política exterior mexicana tradicionalmente ha sido basada en dos puntos centrales: el derecho a la autodeterminación y el principio de la no intervención. El compromiso del gobierno con estos ideales está siendo probado como nunca antes. Como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, México pronto tendrá que votar sobre la resolución presentada por Estados Unidos y Gran Bretaña para el desarme de Irak antes del 17 de marzo. La cuestión de cómo va a votar México es también una cuestión acerca de la relación de largo plazo entre México y Estados Unidos y la posición del mismo México en el mundo.

Entre 1945 y mediados de los 80, las élites de México y Estados Unidos participaron en un juego de imágenes. El gobierno estadunidense dejó que México apareciera independiente en temas de segunda importancia, mientras aseguraba que apoyaría a Estados Unidos cuando fuera necesario. Este juego permitió a los gobiernos priístas presentar una imagen nacionalista en el interior del país, sin que esto pusiera directamente en peligro los intereses de Estados Unidos. Sin embargo, durante los pasados 15 años se ha desmantelado cualquier apariencia nacionalista, debido al acercamiento de las nuevas élites políticas y económicas mexicanas con los intereses de los grupos dominantes estadunidenses. Aunque la elección de Vicente Fox acabó el reinado del PRI, su política exterior ha confirmado su convergencia con la del país vecino. Ejemplo de ello fue en Monterrey hace un año, cuando Fox pidió a Fidel Castro que dejara la Conferencia sobre el Financiamiento para el Desarrollo antes de la llegada de Bush.

La imagen que se ha cultivado en años recientes no es la de una nación que se oponga a la hegemonía de Estados Unidos en el hemisferio ni en el mundo. En su lugar, la nueva imagen es la de un socio respetuoso que coopera con la última superpotencia. Salinas fue quien impulsó esta revisión de la relación bilateral en 1989, cuando argumentó que México debía ver su cercanía con Estados Unidos como un punto positivo y no negativo. Su vigorosa campaña en favor del TLCAN llevó esta idea a la práctica, beneficiando a nuevos grupos de la elite. Desde entonces, estos grupos han cultivado una nueva imagen internacional en la cual México figura como socio confiable de Estados Unidos frente a la competencia global. La nueva política exterior también buscó elevar a México a una posición de igualdad en el escenario internacional. De esta manera se entiende la decisión de buscar un lugar en el Consejo de Seguridad. La imagen que Fox busca crear no es la nacionalista de antaño, sino la de un miembro igual de la comunidad económica y diplomática global.

Sin embargo, esta imagen es contradictoria con la realidad de dependencia económica frente a Estados Unidos y el apego a un acuerdo de libre comercio cuyos beneficios se concentran en una minoría privilegiada. Una imagen de socios iguales sólo tendrá eco entre la mayoría de la población cuando se reduzca la capacidad Estados Unidos para actuar unilateralmente en temas de importancia para México.

En México hay un rechazo muy grande hacia la guerra. Todos los partidos declararon hace una semana que apoyarían al presidente para resistir presiones de Estados Unidos. Aunque algunos han hablado de las graves consecuencias para México si el gobierno decide votar en contra, no están claro cuáles son los beneficios de un voto en favor. Algunos hablan de la posibilidad de reactivar las discusiones sobre un eventual acuerdo migratorio, pero esta es una ruta muy perversa para lograr el respeto de los derechos de los inmigrantes. Además, en un escenario de guerra los derechos civiles se limitarán aún más, sobre todo para los inmigrantes. Los inmigrantes deben gozar de sus derechos porque viven y contribuyen a la sociedad, no porque representan algo que se puede canjear para facilitar la aprobación de una nueva guerra de dimensiones incalculables.

El hecho de que el gobierno de Fox no haya logrado una real y respetuosa cooperación por parte de Estados Unidos no quita la posibilidad de que el gobierno vote en favor de la resolución en el Consejo de Seguridad. En vez de diseñar una estrategia que pudiera llevar a una transformación de la relación bilateral, el gobierno parece más interesado en mantener la nueva imagen de socio confiable. Quizá la realidad de la relación económica no permite otra decisión y si es así demuestra con toda claridad la debilidad de la posición mexicana. Sin poder ni siquiera esperar concesiones de Estados Unidos, Fox se sentirá obligado a apoyar a Bush. Pero hay que recordar que un voto así mantendrá una relación desigual, no una afirmación de respeto entre iguales. Un voto por la guerra no sólo destruye vidas y la autodeterminación, sino también expresa la subordinación de México a la política exterior de Estados Unidos.

* Historiador inglés autor de La Rebelión de Chiapas, Ed. Era. Catedrático de la Universidad de Las Cruces en Nuevo México

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