Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 19 de febrero de 2003
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Política
Arnoldo Kraus

Eutanasia: otra mirada

Sampedro y Malévre. Ramón Sampedro y Christine Malévre. Tetrapléjico y enfermera. Vivencias paralelas y destinos que se entrecruzan. La imposibilidad de llevar a cabo una decisión y la valentía de resolver y actuar. Ambos unidos por la ceguera de la sociedad. Ambos estigmatizados y aislados. Ambos, parteaguas para incontables preguntas y no pocas querellas morales, religiosas y sociales. Sampedro y Malévre.

Ramón Sampedro fue un tetrapléjico durante décadas -producto de un accidente mientras nadaba en el mar-, cuya realidad se reducía a ser una persona que conservaba la razón, la mirada, la audición, el habla, el sentimiento y la deglución. De la cabeza para abajo no había nada salvo el corazón que latía sin cesar. Sampedro era una cabeza viva dentro de un cuerpo muerto. Era la conciencia de saberse vivo sin desearlo y dueño de un físico ausente: brazos y piernas carentes de movimiento, esfínteres inservibles e intestino perezoso. Existir era depender. Depender de todo. Incluso, para morir, requería de otros.

Durante años, Sampedro solicitó a la justicia española que se le ayudase a bien morir, pues consideraba que su condición era insostenible. Para él, la cotidianidad era sufrimiento y la idea de futuro era tan absurda como la inutilidad del presente. Era una cabeza dentro de un cuerpo inservible y vivía encadenado a una agonía y un dolor que se incrementaban por no poder morir. Su lectura, su propia lectura, era clara: vivir en esas condiciones carece de sentido. Y su solicitud para que se le permitiese morir "con dignidad" también era sólida: el ser humano es autónomo y tiene derecho a decidir sobre su destino.

A pesar de reiteradas peticiones y de contar con apoyo para terminar con su vida, las autoridades denegaron repetidamente su solicitud. Sampedro falleció muchos años después de su reclamo inicial. La carga de dolor moral y el atropello a su dignidad seguramente son indescriptibles, tanto por su situación física como por la sordera de las autoridades. Aunado a lo anterior su final fue malo.

Sampedro pidió que se filmase el último día de su vida -tras casi 30 años de permanecer en cama- donde se observa la crudeza de su realidad y su dependencia total para cualquier acto. En el video, emite su último mensaje dirigido a los "señores jueces, autoridades políticas y religiosas" a quienes pregunta: "¿Qué significa para ustedes la dignidad?", y añade "pienso que vivir es un derecho, no una obligación". A continuación se muestran las imágenes de Sampedro bebiendo cianuro de potasio y su angustiosa agonía durante 20 minutos. Es decir, Sampedro no obtuvo los medicamentos adecuados que le hubiesen permitido partir sin dolor, por lo que tuvo que ingerir raticida. El video ha sido remitido a la Comisión de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con la finalidad de que se reconozca el derecho a morir dignamente.

Christine Malévre, enfermera francesa de 33 años ejemplifica otras de las caras de la eutanasia. Malévre, quien trabajaba en el hospital de Mantes-la-Jolie colaboró en la muerte de "varios" enfermos terminales, aparentemente, siempre con la aquiescencia del paciente. La audiencia provisional de Yvelines la condenó a 10 años de prisión tras ser declarada culpable del fallecimiento de seis pacientes. Para su defensor, el veredicto es hijo "de la hipocresía de una sociedad que habla de cuidados paliativos o acompañamientos de enfermos terminales" y no es capaz de mirar a los ojos "la realidad de la eutanasia". Durante el juicio, varios médicos admitieron "haber precipitado la muerte de enfermos incurables con una sobredosis de medicamentos". Sin embargo, para el fiscal, el caso Malévre "no permite abrir el debate sobre la conveniencia o no de legalizar la eutanasia".

Sampedro y Malévre preguntan: ¿es el ser humano autónomo?, ¿debe hablarse públicamente sobre eutanasia?, ¿cumplen la medicina, la religión y la sociedad sus "obligaciones" hacia los pacientes terminales? Sampedro era un ser humano que ya no se sentía humano. Era una persona que solicitaba ayuda para despedirse con entereza del mundo. Durante décadas se le denegó ese derecho y murió al ingerir raticida. Malévre escucho las peticiones de enfermos desahuciados -muchas veces abandonados y víctimas de sufrimientos anímicos y físicos- y los ayudó a bien morir. El primero murió sin dignidad. La segunda actuó con dignidad y se encuentra en la cárcel.

No hay duda que la hipocresía de la sociedad es infinita. No hay duda que el silencio es enorme. Quedan varias tareas: el Comité de Derechos Humanos de la ONU deberá responder acerca del caso Sampedro y la sociedad debe tomar nota por el atropello a Malévre. Malévre y Sampedro ilustran algunas de las contradicciones de sociedades incapaces de entender el valor que cada quien da a su vida, y, denuncian, la ceguera de conductas religiosas, legales y médicas.

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