Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 18 de febrero de 2003
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Espectáculos
Hoy en día prácticamente no hay una esquina del territorio nacional sin La Michoacana

Tocumbo colonizó el país con sus paletas, helados y aguas de sabores

El negocio ha dado fuentes de empleo y un alto nivel de vida, que distingue a esa población del resto de la zona Hay expendios en EU y su siguiente objetivo es Centro y Sudamérica

MARIA RIVERA ENVIADA

Tocumbo, Michoacan. Todas los caminos de México conducen a La Michoacana. En los años 40 del siglo pasado la gente de Tocumbo descubrió un filón en la guzguería de los mexicanos. Entendió que no hay niño, adolescente o adulto que pueda pasar de largo ante una golosina, y se dio a la tarea de colonizar al país con sus paletas, helados y aguas frescas. Hoy en día prácticamente no hay esquina del territorio nacional donde no hayan establecido una paletería.

Con una fórmula sencilla -productos del día, realizados de manera artesanal, a precios económicos- esta comunidad ha logrado no sólo proporcionarse fuentes de empleo, sino un alto nivel de vida que la distingue del resto de la región.

Nada más al cruzar el libramiento que lleva al pueblo se acumulan los signos de que el negocio de las paletas es redituable. Un arbolado parque público, con impecables albercas y juegos infantiles, recibe a los visitantes. Y a lo largo de las calles sólo se ven amplias casas con antenas parabólicas, interfonos y cuanto aditamento electrónico exprese bienestar económico. Autos y camionetas de modelos recientes. Gente bien vestida.

Todas las vías están pavimentadas, iluminadas, y los edificios públicos, comenzando por la iglesia, obra del arquitecto Pedro Ramírez Vásquez, parecen recién remozados. La mitad de la inversión en obra pública ha corrido por cuenta de la comunidad, advierte el presidente municipal, David Andrade, joven de 27 años, egresado del Tec de Monterrey, de filiación perredista y estirpe paletera.

La cifra, un misterio

Sin embargo, el éxito de Tocumbo es incuantificable. El número de habitantes y las paleterías que poseen son un misterio que ni el Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática (INEGI) ha podido resolver.

Durante el censo de 1990 trataron de contarlos varias veces sin conseguirlo. En una ocasión los encuestadores tropezaron con un obstáculo insalvable: 75 por ciento de las casas estaban vacías. Así que para apurar el trámite a la cabecera municipal le dio la cifra de 2 mil 400 habitantes y al municipio de 13 mil. Pero la verdad es que son más. Muchos más.

¿Cuántos? "Según", responden funcionarios municipales y habitantes sin asomo de sorna. Y tienen razón. Si se les cuenta entre febrero y diciembre son pocos, porque la mayoría viven donde tienen sus paleterías. Pero si el cómputo se hace en las últimas semanas de diciembre y las primeras de enero, cuando regresan al pueblo a pasar las fiestas navideñas, aprovechando que baja el consumo de helados por la época de frío, el número llega a triplicarse.

Y es que este pueblo-franquicia sigue arraigado a sus orígenes. Podrán establecerse en Tijuana o Chiapas, pero no perdonan el fin de año en Michoacán. Es cuando regresan a compartir experiencias, a enterarse de las últimas novedades en el negocio y, sobre todo, a celebrar las bodas, 15 años o bautizos que han postergado por meses. Festividades, por cierto, fundamentales para la vida sentimental de la comunidad, porque es ahí donde comienzan los romances o se arman los noviazgos, debido a que la mayoría sigue buscando pareja entre los suyos.

En cuanto al número de paleterías -que generalmente se bautizan como La Michoacana, La Flor de Michoacán, La Flor de Tocumbo o alguna de sus derivaciones-, Alejandro Andrade, quien se ha encargado de crear la imagen corporativa de La Michoacana, estima que a lo largo y ancho del país hay alrededor de 15 mil. Indica que de entrada todo adulto pone su paletería, y en cuanto los hijos o hijas llegan a la adolescencia les enseñan los rudimentos del oficio y les abren su expendio. (En el caso de las mujeres estos locales hacen las veces de dote o de resguardo por si el futuro marido resulta un desobligado.) Pero si el negocio va bien, la familia no para hasta copar de establecimientos los alrededores.

Para este empresario, egresado de la carrera de mercadotecnia, de ideas de izquierda, su pueblo cumple una función social: sirve de inspiración para el resto de las comunidades del país. "Hemos originado un medio de trabajo en que las personas, aunque tengan poca preparación académica, pueden tener una economía de mediana a buena, lo que impide que emigren a EU o se metan al narco, como la mayoría de la gente de por aquí."

Historia ruda

Como todo, la historia del auge de Tocumbo -que en purépecha significa lugar donde nacen los pinos- tiene un principio. Hasta los años 40 del siglo pasado la gente tuvo una vida ruda. La mayoría trabajaban en el campo de "azadoneros, campesinos con arado de bueyes" o en la vecina hacienda de Santa Clara, donde pagaban a dos pesos la tonelada de caña pelada a machete. "La cosa estaba tan mala que en el 42 muchos empezamos a irnos para EU -narra don Alfonso Andrade, de 83 años-. En Irapuato nos embarcamos para California y Colorado. Ibamos en 14 carros de ferrocarril."

Recuerda que las jornadas cosechando papa o betabel empezaban a las seis de la mañana y terminaban a las seis de la tarde. En ocasiones el hielo y la nieve impedían el trabajo. Sin embargo, el pago, de 18 a 20 dólares al día, hacía que valiera la pena. Para campesinos que en México ganaban cuando mucho tres pesos por semana aquello era toda una fortuna. Después empezaron a irse a California a la cosecha de naranjas, limones y flores, más que nada porque el clima era más benigno.

Y mientras unos encontraban respuesta a sus apremios en "el norte", los que se habían quedado en el pueblo hallaron otra salida. Nadie sabe cómo, pero un buen día a Rafael Malfavón, al que le decían el Garrapatillo, se le ocurrió poner la primera paletería del pueblo. Y pese a que lo que producía "no era paleta buena, pura de agua que ni azúcar le echaban", comenta don Alfonso, se vendía bien en las rancherías cercanas, adonde la transportaban sus empleados en pequeños cajoncitos de madera.

Uno de esos muchachos, llamado Ignacio Alcázar, cansado de su vida de paletero de pueblo decidió emigrar a Morelia y Guadalajara y más tarde al Distrito Federal en busca de fortuna. En la capital del país puso su primer negocio, con tan buen resultado que mandó a llamar a su hermano Luis y a su amigo Agustín Andrade. ¡Habían encontrado la fuente de la riqueza! La noticia corrió y al poco tiempo medio Tocumbo alistó sus maletas.

Los que se iban mandaban a llamar a otros. Los patrones iban dejando a sus empleados a cargo de los negocios, hasta terminar vendiéndoselos a plazos y sin intereses, para poner nuevos establecimientos. Todos los tratos se hacían a la palabra, sin documentos de por medio. También era común que se financiaran entre sí.

Esta primera generación de paleteros sentía la obligación de hacer partícipes de su éxito a los demás. La solidaridad no era casual, hay que tener en cuenta que en este pueblo prácticamente todos están emparentados. No hay más apellidos que Andrade, Alcázar, Barreto o Malfavón. Todos habían crecido juntos y aquello de hoy por ti, mañana por mí, era un credo.

En los años 60, de la mano del regente Uruchurtu, los michoacanos recibieron un impulso inesperado. Con las obras de ampliación del Paseo de la Reforma desalojaron a los ambulantes del primer cuadro de la ciudad, incluidos los carritos de paletas que transitaban por el rumbo. Como los de Tocumbo tenían locales establecidos lograron captar al público que se había quedado sin sus proveedores habituales, lo que acabó por consolidar sus negocios.

Hasta los años 70 todo fue auge. Algunos empezaron a incursionar en ciudades como Monterrey, Guadalajara o Puebla, pero la mayoría tenía al Distrito Federal como centro de operaciones. Sin embargo, con la crisis de los años 80 tuvieron que abrirse paso en otros centros urbanos, descubriendo, de paso, que el país era ancho y ajeno. ¡Y claro, lo llenaron de paleterías! Los que tenían un expendio tuvieron que poner cuatro para obtener los mismos márgenes de ganancia y en poco tiempo no dejaron ciudad o pueblo sin helados.

Para conseguir la mano de obra que requerían primero recurrieron a las comunidades cercanas, pero para su desasosiego ahora tienen que echar mano de personal de otros estados.

Con la multiplicación de los negocios llegó la competencia. Los lazos de solidaridad empezaron a resquebrajarse. Todavía es común que entre los del pueblo se respeten los territorios, aunque ya se han presentado casos en que no. Debido a estos roces y a la necesidad de adaptarse a los tiempos que corren hubo dos intentos de organización que terminaron fracasando. El individualismo pesa mucho en las nuevas generaciones. No obstante, para todos quedó claro que tienen que recuperar la solidaridad de los pioneros, porque en aquellos valores se sustentó su éxito.

También por esa época surgió la idea de crear una imagen corporativa de La Michoacana, con logotipo, envases especiales y todo lo que corresponde. La primera generación de paleteros desechó la idea, pero la segunda, que ya está a cargo de buena parte de los negocios, se mostró receptiva y ya es común ver la muñequita rosa por todos lados.

Parteaguas

En medio de estas transformaciones hace tres años ocurrió un hecho que puede ser considerado como un parteaguas para esta gente. El hombre que en la práctica era el banco de los tocumbeños, don Luis Alcázar Pulido, fue asesinado en su casa de la ciudad de México junto a su esposa y sus trabajadoras domésticas. Recuerdan que hacía sus préstamos sin pedir garantías, ejerciendo una especie de padrinazgo. Conocía a la familia de todos y cuando alguien llegaba a pedir su ayuda le decía: "Tu papá es tal. Orale, te presto tanto". Cuando no pagaban a tiempo se les ponía enfrente de la casa reclamando el adeudo, y enseguida aparecía el dinero.

El origen de los crímenes no quedó esclarecido, pero se sospecha que pudo ser un deudor sin fondos. Lo cierto es que a partir de entonces sus familiares cancelaron los créditos o los circunscribieron a las familias inmediatas.

Pese a todo los tocumbeños han podido librar bien la llegada de las transnacionales del helado al país. Para empezar saben que la paleta es un negocio popular. Mientras las empresas foráneas expenden en locales bien puestos productos estandarizados, y gastan grandes cantidades en publicidad y envolturas elegantes, los michoacanos son flexibles, ahorrativos y muuuy trabajadores. Abren de la mañana a la noche todos los días del año (cuando se van al pueblo dejan a sus empleados a cargo), hacen poca producción para que los helados sean del día, no utilizan productos químicos y se adaptan a los gustos y a la capacidad adquisitiva de cada región.

Explican que en el norte hay que tener paletas y helados de mango porque es la fruta que más gusta, mientras en el sur hay que ofrecer mamey, zapote prieto o plátano. Y que la bola de helado que venden a los chihuahuenses o neoleoneses a siete pesos hay que dárselas a cinco a los chiapanecos o oaxaqueños. No gastan nada en publicidad o envolturas y sus locales son sencillos para no inhibir la entrada de su público. "Es más fácil para nosotros atacar el mercado de Bing, Holanda o Dolphins que a ellos el nuestro", sostienen con la sabiduría que les ha dado tantos años en el oficio.

Mucho calor, de preferencia

¿Cómo eligen sus locales? Nada de marketing. "Puro colmillo", responden muy ufanos. Luego ya sueltan algunos datos: de preferencia buscan que en el pueblo o ciudad haga mucho calor y luego eligen locales cercanos en los que haya concentración de gente, como escuelas, plazas, mercados o unidades deportivas.

A finales del siglo pasado, cuando ya no quedaba territorio sin explorar ni esquina sin Michoacana, empezaron a emigrar a Estados Unidos. Desembarcaron primero en California, Texas y Florida. Ya hay informes de expendios en Pittsburgh, Pensilvania y Chicago. Sin rubor ya hablan de su siguiente objetivo: Centro y Sudamérica.

-¿Y luego?

-¡Pues Europa! Hay que enseñarles a los italianos cómo se hacen las nieves...

El expansionismo tocumbeño es de temer. Por eso a nadie puede extrañar que a la entrada del poblado, en lugar de la clásica estatua a los héroes que nos dieron patria, hayan erigido un monumento a la paleta, que más que un reconocimiento al producto que les ha dado fama y fortuna es una declaración de principios. A la enorme golosina la atraviesa un cono de helado, cuya bola de nieve, pintada de azul, representa a la Tierra. Este mundo, ¡por supuesto!, está cubierto de paletas de todos colores y sabores. No se necesita ser Freud para concluir lo que esta comunidad se trae entre manos...

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