Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 17 de febrero de 2003
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Cultura

Hermann Bellinghausen

El bosque sabe

Es Danae que yace contra una cordillera del almohadas blancas mientras del cielo llueve oro a cubetadas. Sobre las revueltas sábanas, desnuda, ajena a la avaricia o el interés, mira hipnotizada en el infinito como amante satisfecha. El chubasco de doblones y uno que otro lingote la tiene sin cuidado.

Quién sabe qué piensa. Su brazo derecho escurre, blanco y lánguido, por las laderas de la última almohada. La mano cuelga con los dedos en reposo, salvo el dedo medio que se extiende hasta tocar con la punta de la uña la nuca anestesiada de Timón, su pequeño perro de compañía, que se deja hacer.

La nube que llueve el oro muestra un rostro, distinto del que tiene el sol. Afilada como zorra o armiño, y rasgos casi humanos, la nube ocupa el tercer plano de una perspectiva renacentista. Y qué perfección podría ser más Tiziano que los muslos de Danae, mármol fuerte en esplendor.

Danae jala la sábana y se cubre hasta la frente, y protesta contra la irrupción del oro y de la luz.

Rosías, uno de los criados, recoge en un sayal abierto lo que puede de la lluvia, pero el oro se escurre en la entretela, cae al piso y se encharca en un choque incesante de monedas. Rosías está alucinado, no lo puede creer.

-Ay Rosías, a qué hora entraste que no te sentí.

-Señora, llueve oro. Ƒ Se da cuenta?

-ƑQué haces en mi recámara?

-Señora, llueve oro. Yo pasaba. Ésta, con todo respeto, no es su recámara, es el bosque. Llegué aquí guiado por la nube.

-Qué sabes tú cuál es mi recámara. Vete ya.

Rosías mira todo el oro regado. Se percata del fastidio que causa en su ama.

-Anda, recoge el oro que puedas en tus bolsas, en tu pañoleta. Y desaparece.

Danae se incorpora, cubierta de los hombros a los tobillos por la sábana que acaba de jalar. Timón bosteza y ladra perezosamente. Tan a gusto que estaba.

Otras fuentes afirman que Danae teje. En todo caso, hoy no. Fue visitada en la noche, y aunque su amante partió de madrugada untándole un beso en el sueño, conserva un dulce escozor de noche entera.

Cargando lo que pudo agarrar (y le parece poco), Rosías hace mutis y el ridículo.

Danae camina hacia el arroyo y patea en el trayecto las copas con restos de vino que se derraman en la yerba. Las secas agujas de pino hieren sus plantas descalzas pero ella no siente dolor. Timón la sigue, menea la cola, cree que entiende.

Ella se inclina, hunde en el agua las manos y las lleva a su cara. La sábana, suelta, desliza en un rápido despliegue los dobleces y cae al suelo.

-Timón, tráeme el periódico. Y las pantuflas.

El perro la mira, estúpidamente, y se sienta sacando la lengua. Danae ríe sola de su chiste. Timón está mal amaestrado, sólo entiende lo que le conviene. Y en este bosque no hay pantuflas ni periódico. Al fondo, más allá de la cama en la intemperie, llueve oro. Danae no voltea. ƑAcaso le importa? Siente en la piel y lame en la memoria mejores cosas.

El día, sendero hacia la noche próxima, ya pasará, y sabe que su amante habrá de visitarla. Siempre lo hace. Sin ella, él no puede vivir, Danae sospecha.

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