Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 30 de diciembre de 2002
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Política

León Bendesky

Nada

Cuando los días del final del año pueden dedicarse un poco al ocio es posible descubrir el significado de hacer nada. Literalmente siempre se hace algo, y cuando decimos que hacemos nada nos referimos a que nos dedicamos a actividades que no se toman como hechos específicos que merecen la pena describirse como tales. Hacer nada en ese sentido puede, no obstante, significar que se realizan actos relevantes como son: contemplar una vista desde una ventana, leer un poema, escuchar una música querida, caminar por la calle, hablar con un amigo o, simplemente, imaginar. El asunto es que si a alguien que nos pregunta qué hacemos le respondemos con alguna de esas ocupaciones entenderá que hacemos nada.

Buena parte de la vida cotidiana se trata precisamente de nada, es decir, de una serie de hechos que no suelen señalarse como una actividad concreta. Eso lo entendió bien Jerry Seinfeld en una serie muy exitosa de la televisión estadunidense que estuvo al aire durante muchos años y que aun se trasmite en repeticiones. La serie que se desarrollaba en Manhattan y giraba en torno a la vida de cuatro personajes trataba de nada, sólo transcurrían las cosas más comunes y simples, incluido el trabajo o la falta de él, y eso era, por supuesto, nada. Esa era la gran ironía que mantenía a la gente frente al televisor, ocuparse de nada.

Hacer nada tiene que ver con el tiempo, no sólo en cuanto al paso de las horas y los días, sino a nuestra percepción del mismo. Hacer nada tiende a entenderse como perder el tiempo, lo que puede ser muy erróneo. No se necesita ser un físico famoso como Stephen Hawking y estar pendiente de la esencia del tiempo, tampoco se tiene que apelar a Hans Castorp para pensar en el paso del tiempo a partir de la reclusión entre los enfermos en un sanatorio de las montañas suizas. El tiempo es un fenómeno complejo y ya san Agustín advertía que sabía muy bien lo que era mientras no le pidieran una definición.

Como individuos es preciso hacer una defensa de nuestro tiempo y con ello reivindicar el hacer nada. Hacer nada debe tener una legitimidad social, aunque si me apuran también un sustento legal y político que le permita coexistir de modo respetable con el cúmulo de obligaciones que llenan la existencia día con día. Así que este fin de año me pronuncio por el derecho de hacer nada, así como antes Lafargue había demandado el derecho a la pereza.

Uno de los problemas para hacer efectivo el derecho de hacer nada tiene que ver necesariamente con el entorno social en el que se vive. Una sociedad rica y próspera genera y recrea de modo permanente un mayor espacio para ejercerlo. Así que el tiempo y su uso en la vida colectiva no es por completo un tema independiente de la posibilidad de ocuparnos de nada, requerimos de las condiciones para hacer nada de la manera más provechosa. Nuestra sociedad no lo facilita en un sentido amplio del término; perdemos demasiado el tiempo y, así, reproducimos las formas, las situaciones y los comportamientos que nos mantienen atorados. El bienestar general y con él la disminución de las desigualdades son un factor de la democracia que incluye la posibilidad de hacer nada productivamente.

No se trata de las situaciones que en toda sociedad ocasionan dificultades transitorias, asociadas con una gran diversidad de cuestiones, que van desde los fenómenos atmosféricos hasta los ciclos económicos. Se trata, en cambio, de la serie de circunstancias de carácter secular que previene el mejoramiento de las condiciones de existencia de la mayoría de los mexicanos. La lista es inmensa. Esta segunda condición es pura pérdida de tiempo en una dimensión que no puede compararse con la que atañe a los individuos. Es una diferencia esencial la que hay entre lo que constituye una posición moral en términos de la visión del hombre y su existencia individual y aquella que conforma la política como modo de conducir una sociedad, especialmente cuando lleva 20 largos años de estancamiento. Mantener esa condición equivale a hacer nada en un sentido negativo que no puede reivindicarse en su expresión burguesa a la manera en que lo ha hecho Seinfeld, o bien, en su forma literaria como lo hizo Thomas Mann en La montaña mágica.

Si el final del año es tiempo de hacer nada por unos días preciosos, se cree también que es tiempo de fijar propósitos. Hay esa costumbre de proponerse ser mejor, ganar más dinero, viajar y hasta bajar de peso. Hay incluso quien se compromete a hacer algo a cambio si consigue su propósito en un acto de fe muy respetable. Todo esto necesita de ocuparse. No hay propósitos colectivos del nuevo año que nos pongan en el camino del bienestar, eso corresponde a otro terreno de la existencia. Mientras tanto seguiré haciendo nada por unos días más.

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