Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 30 de diciembre de 2002
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Política

Carlos Fazio /II

ƑUn imperio descentrado?

En nuestra entrega anterior comenzamos a abordar de manera esquemática, dadas las consideraciones de espacio, algunos elementos sobre la polémica desatada en la izquierda a partir de las tesis desarrolladas por Michael Hardt y Antonio Negri en su obra Imperio. Básicamente, sostienen que vivimos una época de "imperio sin imperialismo". El imperio sería hoy la incorporación al capitalismo de toda la humanidad. Ya no hay primero, segundo y tercer mundos. El imperio es imperial pero no imperialista. El imperialismo desapareció y el nuevo imperio no tiene centralidad. Estados Unidos -dicen Hardt y Negri- no constituye el centro de un proyecto imperialista. El poder está disperso.

El estudio destaca, también, la obsolescencia del Estado-nación y de las fronteras territoriales. Hay una nueva forma global de soberanía: el imperio, como "aparato descentrado y desterritorializador". El imperio no tiene límites ni fronteras temporales. El Estado-nación "ha sido derrotado" y las grandes compañías multinacionales gobiernan la tierra. Según Hardt y Negri, "la decadencia del Estado-nación (...) es un proceso estructural e irreversible". Las tareas y funciones del Estado-nación habrían migrado hacia "los mecanismos de mando del nivel global de las grandes empresas transnacionales".

Es decir, en la "nueva época", el capital no tiene casa, circula por todo el mundo, genera su propio poder, sus propias instituciones y su propia dinámica. La vieja soberanía estatal fue reconvertida por "toda una serie de cuerpos jurídico-económicos, tales como el Acuerdo General de Aranceles y Comercio, la Organización Mundial de Comercio, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional".

Por otra parte, Hardt y Negri se deshacen de las clases y los conflictos de clase. El nuevo sujeto político es la "multitud biopolítica de producción". La contradicción, hoy, sería la multitud versus el imperio. La subjetividad libertaria colectiva de la multitud del futuro habría sustituido al concepto de clase obrera, es decir, a los sujetos predeterminados por su ubicación en el aparato productivo. "Las fuerzas creativas de la multitud (...) construirán autónomamente un contraimperio, una organización política alternativa", dicen. "La multitud tendrá que inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constitutivo que algún día nos conduzca a través del imperio y nos permita superar su dominio."

La "democracia de la multitud" -expresan los autores en un trabajo posterior- será "absoluta, ilimitada e inconmensurable" ("La multitud contra el imperio", Observatorio Social de América Latina, número 6, Buenos Aires, 2002). Esa "democracia revolucionaria" estará caracterizada por "el combate contra la nación". Es decir, la multitud no guarda correspondencia alguna con el concepto -ya obsoleto según Hardt y Negri- de "pueblo", ligado a la idea de Estado-nación y a la noción de "identidad-unidad" que le es sustancial. La nueva noción de "contrapoder" de Hardt y Negri implica tres componentes: resistencia, insurrección y poder constituyente, lo que, presumiblemente, sería la prefiguración y el núcleo de una formación social alternativa.

Recapitulando, Hardt y Negri basan sus argumentos sobre la existencia de un imperio sin imperialismo, sin estados nacionales, sin un centro real de poder (hablan de "un no lugar"), sin periferia, sin "eslabones más débiles", sin clases sociales -se evaporó la distinción entre explotados y explotadores-, sin un enemigo concreto. En una noción de un mercado mundial dominado por corporaciones multinacionales "globales", que han convertido a las naciones y a los estados imperiales en anacronismos. El nuevo sujeto histórico es la "multitud" abstracta (sumatoria de singularidades, "el otro idealizado", Atilio Borón), que sustituye al "pueblo".

En una entrevista reciente, Michael Hardt reconoció que, cito, "en nuestro libro el concepto de multitud funciona más como un concepto poético que fáctico" (Adrián Cangi, "Pequeño saltamontes", Página 12, Buenos Aires, 31 de marzo de 2002). Lo cierto es que más allá de su licencia poética, Hardt y Negri no se aventuran a identificar quiénes podrían ser los sujetos de semejante proyecto liberador, aunque el nuevo "paradigma" del militante comunista de la resistencia contraimperial posmoderna se asemeja más a San Francisco de Asís que al Che Guevara. Según Hardt y Negri, el santo católico denunció la pobreza de la multitud de su tiempo y luchó contra el poder y la corrupción del capitalismo naciente. Como primer elemento de un programa político en favor de la multitud global, proponen la "ciudadanía global", algo que está en el Manifiesto comunista redefinido en el marco del internacionalismo. Pero como recuerda Borón, la ciudadanía significa derechos, prerrogativas, participación política dentro de un marco legal e institucional que, en la historia contemporánea, fue provisto por el Estado-nación. "Quien habla de ciudadanía habla de poder, de relaciones de fuerza y del Estado como el marco básico dentro del cual se elabora y sostiene un orden jurídico".

Finalmente, nada nos dicen Hardt y Negri sobre "las formas de lucha", "las estrategias de movilización y las tácticas que utilizará la multitud en su enfrentamiento con el imperio (...) qué aspectos militares asumirá la subversión de la multitud, para hacer qué y para construir qué tipo de sociedad" (Borón, Imperio e imperialismo, 2002). La problemática del poder y cómo se obtiene, cómo se ejerce y cómo se pierde, está ausente en el libro de Hardt y Negri. Preguntas que valdría la pena dilucidar, por ejemplo, en algún caso concreto como el de la Venezuela actual o la disputa por los Montes Azules.

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