Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 27 de diciembre de 2002
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Política
Carta de Javier Ortiz a Marcos

Estimado subcomandante:

He seguido a través de La Jornada de México sus últimos intercambios epistolares referidos a los problemas de mi terruño.

Le diré con sinceridad que su primera misiva me produjo una reacción agridulce: comparto sus antipatías, pero no soy amigo de utilizar para la crítica ni aquello que no es elección de los criticados (el apellido, por ejemplo), ni las enfermedades (¿qué tiene de ridículo el estreñimiento?), ni los oficios (el dignísimo de payaso, sin ir más lejos). Dicho con franqueza: su carta al Aguascalientes de Madrid me pareció innecesariamente discursiva, de escasa utilidad para nuestros propios esfuerzos y, por momentos, hasta caótica.

A cambio, no vi en ella lo que tanto se le ha criticado: respaldo a ETA. Tuvo usted la inteligencia de referirse en exclusiva a la lucha política en pro del derecho de autodeterminación.

Pero una cosa es lo que está escrito y otra lo que cada cual quiere leer.

Disfruté y reí con gusto y sin reticencias, a cambio, leyendo su respuesta a la carta que le remitió Garzón. De ésta me gustó -aparte de su festiva recreación de las reglas propias de los duelos- que dejara claro que los problemas de Euskadi deben ser abordados y debatidos entre los actores directos del drama. (Aunque le aseguro que tampoco nos viene nada mal, de vez en cuando, que nos dé su opinión franca la gente honesta que está lo suficientemente lejos de nosotros para contemplar nuestro bosque sin irse por las ramas.)

Leí luego su carta a ETA, que me pareció en extremo oportuna, particularmente por su muy sensata demanda de una tregua que cree condiciones propicias para el diálogo. Al igual que usted, yo también creo que no hay mejor vía para superar realmente los conflictos que el diálogo: un diálogo basado en la justicia, pero también en la comprensión de los intereses y las necesidades de todas las partes. Porque creo en la negociación y el diálogo, soy miembro del Foro de Madrid por la Paz en Euskadi y he dado mi apoyo incondicional a la iniciativa del Aguascalientes de Madrid: dos apuestas diferentes, pero confluyentes en la defensa de la primacía de la palabra.

Remedando el título del poemario de mi muy admirado Blas de Otero, bilbaíno de pro, yo también Pido la paz y la palabra. Frente a la violencia ciega y agresiva -¡incluida la verbal!-, reclamo la superioridad del argumento, de la razón, del buen sentido, del firme deseo de no herir (¡no digamos de matar!).

Otro gran poeta, Angel González -éste asturiano-, escribió en los años 50 un libro cuyo título siempre me ha parecido una declaración de principios: Sin esperanza, con convencimiento. Cuando hablo de mi apuesta por el diálogo (se lo digo de verdad... y de verdad que lo siento) no estoy expresando mi fe en el futuro. Veo muy difícil el progreso del diálogo por la paz en mi tierra. Porque, como alguna vez he escrito con tristeza, "dos no dialogan cuando ninguno quiere". El gobierno de José María Aznar, patéticamente auxiliado en esto por el partido mal llamado socialista, ha decidido que la paz en Euskadi ha de pasar por el exterminio del bando opuesto, realizado con la colaboración de toda suerte de sicarios, Garzón incluido.

Es una locura.

La posición de ETA tampoco contribuye en nada a mejorar la perspectiva. Las exigencias que plantea no sólo son inaceptables para el Estado español (extremo que podría incluso considerarse secundario, a estos efectos). Lo son también -y esto es lo principal- para la propia población de Euskadi.

Es esto último lo que me ha animado a mandarle estas líneas: el deseo de aportarle algunos datos complementarios que le ayuden a apreciar la complejidad del conflicto que afrontamos los vascos, que no tiene nada que ver con las simplezas que cacarea el gobierno español, pero que tampoco encaja con la pintura, entre idílica y maniquea, que le ha llegado a usted en forma de carta, remitida por Batasuna al EZLN el pasado 12 de diciembre, y que, a no dudar, ya habrá recibido.

En ella, la dirección de Batasuna se esfuerza por explicar a ustedes cuál es la situación real de Euskadi y qué es lo que verdaderamente defiende su organización.

Le escribo para prevenirle: no le cuentan la verdad.

Es verdad, en líneas generales, lo que le dicen sobre el Estado español y su política represiva. No insistiré en ello: me limito a decirle que lo tenga seriamente en cuenta porque, en efecto, el Estado español está haciendo barbaridades en Euskadi. Contra lo que le prevengo es contra lo que Batasuna dice de sí misma.

Quizá lo primero que sea necesario desmontar es el esquema ideológico del que parte su escrito.

"Nuestro pueblo nunca ha sido un pueblo belicoso, pero sí un pueblo rebelde", dice.

Queda solemne, y hasta bonito. Pero es una tontería. Lo es, en primer lugar, porque nuestro pueblo no tiene un carácter inmanente, metafísico, que haya perdurado intacto por los siglos de los siglos. Y lo es, en segundo término -y principal, a efectos de utilidad-, porque nuestro pueblo carece de opciones políticas unánimes. Está dividido en clases, grupos de interés, banderías ideológico-políticas... Hay en él gente belicosa y gente rebelde, y hay en él también gente pacífica, y gente sumisa. Hay, en suma, de todo.

Conviene mantenerse a muy prudente distancia de los esencialismos nacionales porque, a nada que uno los descuida, se encuentra con que las esencias etéreas aparecen es escena de la mano de muy terrenales representantes. Batasuna, por ejemplo.

Batasuna no tiene legitimidad para hablar en nombre del pueblo vasco. Puede proclamarse portavoz del porcentaje de la población cuyas simpatías recoge. Un porcentaje que es minoritario, pero importante, en Gipuzkoa (Guipúzcoa), menor, pero aún considerable en Bizkaia (Vizcaya), escaso en Araba (Alava), cada vez menor en Nafarroa (Navarra) e insignificante en Iparralde (País Vasco-Francés).

Espero que entienda por qué me refiero (y critico) los esencialismos. En la medida en que se acepta una determinada caracterización del "ser vasco", se tolera una criba ideológica de la población: de un lado, quienes son verdaderos vascos; del otro, los malos vascos, los vasco-traidores, los españolistas o, directamente, los españoles. La nacionalidad deja de ser un dato que viene dado por hechos objetivos -nacimiento, residencia, trabajo-, para convertirse en un beneficio que se gana reuniendo méritos ideológicos.

Como sé que no le aburre leer, y a mí tampoco escribir, aprovecharé este punto para contarle una anécdota. Era aquello en los primeros años de la década de los 60, y a éste que suscribe le tocó participar en una discusión política (clandestina, por supuesto) entre nacionalistas vascos radicales y comunistas españolistas. Le aclararé que yo estaba por entonces, teóricamente, entre los nacionalistas radicales. El caso es que se empezó a debatir acaloradamente sobre si Euskadi era (es) una nación o no. Los unos decían que por supuesto que sí, y los otros que no del todo. Me vino entonces a la cabeza un suceso protagonizado en 1902 por un señor ruso sobre un puente de Londres e intervine para decir que, en mi criterio, Euskadi no era una nación, sino dos. Una, la de los poderosos; otra, la de la gente explotada y oprimida. Logré una rara unanimidad de criterios... contra mí. Un joven, que pasados unos años se convertiría en dirigente de ETA, me espetó: "Tú no es que seas españolista. ¡Tú eres español!"

Todavía conservo, como se puede ver, el recuerdo de esa utilización de la nacionalidad como insulto. Pero volvamos al hilo de la carta de Batasuna.

Le escriben: "Batasuna nunca ha justificado ni fomentado el recurso a la lucha armada". Vamos a ver. Si lo que tratan de decir es que Batasuna, como organización, a través de sus portavoces o de sus comunicados, nunca ha justificado ni fomentado la actividad de ETA, es cierto. Pero implica una estafa intelectual presentar como definición de principios lo que no es sino un mero artificio defensivo en atención a la legalidad. En Batasuna hay mucha gente que no está de acuerdo con ETA, pero bastante otra que sí. Y la posición de la organización, como tal, se halla más próxima de la actitud de éstos que de la de aquellos. Yo no he visto nunca al servicio de orden de Batasuna reclamar silencio a quienes en sus manifestaciones gritan: "¡ETA, mátalos!" Y supongo que no tratarán de convencernos de que, cuando sus agrupaciones locales organizan homenajes a gente que ha perdido la vida cuando intentaba colocar una bomba, lo hacen sin que ello implique la menor muestra de simpatía.

Batasuna les escribe a ustedes: "Nos negamos a condenar 'la violencia de ETA' porque la condena no resuelve el problema político de fondo". Esa es otra triste falsedad. Téngalo por seguro: se niegan a condenarla porque, sencillamente, a buena parte de ellos les parece bien. Es comprensible que no se atrevan a admitirlo, pero que no eleven la doblez a la categoría de argumento, y menos en una misiva al EZLN.

Le reconozco que ese absurdo según el cual es "inútil" formular condenas porque "no resuelven los problemas de fondo" me enfada particularmente. Me irrita que me tomen por tonto. Sabrá usted, subcomandante -y, si no, se lo cuento-, que Batasuna, al igual que sus muchas antecesoras en el mundo de las siglas, ha funcionado siempre como una fábrica de conferencias de prensa y comunicados de condena dedicados a todo lo habido y por haber. Aunque nada de ello resolviera ni de lejos "los problemas de fondo".

Queda un último punto de la carta de Batasuna que no quisiera dejar de comentarle. De hecho, es el que ha acabado por decidirme a escribirle.

Me refiero al llamamiento que hace para que se respete el deseo de "la mayoría de los vascos".

Tanto ETA como Batasuna saben de sobra que "la mayoría de los vascos" estamos hasta las narices de que haya quien trate de suplantar al propio pueblo en su lucha por la libertad. De que haya quien se dedique a repartir condenas de muerte y beneficios de vida desde la altura de no se sabe qué habitáculo de las esencias.

La mayoría, la inmensa mayoría del pueblo vasco ha dejado clarísimo que no necesita para nada a este Robin Hood sanguinario, que es destilado de muchísimos rencores -tantos de ellos comprensibles, y hasta obligados-, pero también odiosa excrecencia de las peores místicas mesiánicas, de las que, por desgracia, tanto sabemos los viejos militantes de la izquierda.

Euskadi -la sociedad vasca, que es de lo que se trata- habrá de ser lo que quiera, no lo que quisieran obligarle a ser sus enemigos de toda suerte. Incluidos los osos que la quieren tanto que la están matando con sus abrazos.

Estoy convencido de que comparte mis sentimientos. Sólo he tratado de aportarle algunos puntos de vista complementarios.

Con mi sincera admiración y respeto.

* Javier Ortiz es escritor y periodista. Veterano luchador antifascista y militante de ETA en los orígenes de la organización, fue detenido, torturado y encarcelado en varias ocasiones por la policía política de Franco. Desde el arribo del régimen parlamentario, en 1977, ha participado en buena parte de las iniciativas periodísticas de izquierda que se han puesto en marcha en España. Durante toda la pasada década fue subdirector y jefe de opinión del diario El Mundo, cargo del que dimitió en 2000 por razones de incompatibilidad ideológica. Actualmente es columnista y comentarista radiofónico.

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