Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 16 de diciembre de 2002
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Política

Armando Bartra/ III y última

Un campo que no aguanta más *

VII

Esta es la oferta general agropecuaria del presente gobierno. La otra se refiere específicamente al México de la cintura para abajo y fue bautizada eufónicamente como Plan Puebla-Panamá (PPP). Un programa que le apuesta a una nueva colonización del sur y sureste, favorecida por desregulaciones, incentivos fiscales y obras de infraestructura. Una operación mercadotécnica en la que los programas sociales no son más que cortinas de humo declarativas para ocultar la venta de garaje de la mitad feíta del país que aún no ha sido comprada por las trasnacionales. En la versión de Santiago Levy, cuya paternidad del programa no ha sido desmentida, la tarea consiste en seducir al ahorro externo exhibiendo sin pudores las ventajas comparativas de la región, lo que traerá inversiones y con ellas crecimiento económico, que es lo que hace falta. Porque, según el director del Instituto Mexicano del Seguro Social, el problema del sureste no es social; la pobreza y la marginación del sur se resuelven solas gracias al éxodo de los desahuciados, que se van a causar vergüenzas en otra parte. Entonces hay que olvidarse de la pobreza y promover la inversión a toda costa, sin incómodas preocupaciones societarias. Y si el modelo de crecimiento genera más pobres no importa, ellos solitos se irán a otra parte.

Plantaciones privadas intensivas y especializadas, corredores comerciales y de servicios que favorezcan el flujo de mercancías entre la costa este estadunidense y el Pacífico, maquiladoras, turismo dorado, bioprospección, son algunos de los ejes de un "desarrollo" del que, bien lo dice Levy, no hay que esperar bondades sociales, si acaso lo contrario. Sólo que el PPP ha estado malito. A dos años de su puesta en marcha poco se ha hecho, además de hablar, porque la recesión mundial no favorece nuevas inversiones, sino la retracción de algunas de las que ya existían, como las plantas de maquila y el turismo, y también porque las finanzas públicas no están para derrochar en infraestructura y la magnitud de la deuda desalienta la contratación de nuevos préstamos en el fondo ad hoc que negoció recientemente el BID.

Entonces, se alejó el peligro. No, en lo más mínimo. Lo que pasa es que con o sin PPP, la globalización salvaje sigue su curso depredador de la naturaleza y el hombre. De antiguo en el sur y sureste del país priva un orden injusto y excluyente en el cual la creciente pobreza es contraparte de la nueva riqueza. Los mesoamericanos vivimos dentro de este orden y padecemos sus crónicas inequidades. Pero el modo de sufrirlas y su intensidad dependen de las tendencias y coyunturas propias del corto plazo. Hay periodos de expansión del capital en los que éste se apropia de nuevos espacios, recursos y capacidades, rompiendo equilibrios previos y por lo general incrementando y extendiendo la expoliación y la marginación. Hay también periodos de retracción, cuando las inversiones se estancan o repliegan, dejando sin sustento a ciertos sectores que pasan de explotados a excluidos. Dentro de un orden opresivo e inicuo, como el del sureste, tanto la expansión como la retracción son indeseables. Pero es necesario reconocer que en los últimos años hemos vivido la segunda situación.

El que la retracción o estancamiento transitorios de las nuevas oleadas colonizadoras no acarreen bienes, sino males de otro orden -como desempleo en la construcción, en las maquiladoras, en las ficampesinos-edomex2ncas y en el turismo, así como reducción de la demanda de ciertas materias primas agropecuarias- pone en evidencia que la trasnacionalización de Mesoamérica, como la globalización, en sentido estricto no pueden evitarse. Y no se pueden impedir, no porque sean fuerzas de la naturaleza, sino simplemente porque ya están ahí, y desde hace mucho rato. Porque vivimos en ellas, y mientras duren dependemos de ellas para subsistir. Lo que en verdad hace falta no es tanto esforzarse para parar, detener, impedir la llegada de un orden que, bien visto, nos rodea por todas partes. Lo necesario, lo urgente, es cambiarle el rumbo al desarrollo, girar las prioridades, voltear la tortilla.

VIII

El éxodo masivo y creciente de mexicanos que buscan en el norte un porvenir que en su país los rehuye, es el saldo más ignominioso de la vía de desarrollo adoptada desde los 80. Un modelo que nos llevó de la explotación a la exclusión; de un sistema injusto en el que los campesinos producían alimentos y materias primas baratos subsidiando con ello el desarrollo industrial; a un sistema marginador en el que los productores nacionales de básicos son arruinados por las importaciones y los agroexportadores por la caída de los precios internacionales. La diáspora que nos aqueja no es una migración que pueda contenerse con métodos represivos, que pueda atajarse neocolonizando el sur, o que pueda atenuarse significativamente capitalizando las remesas, como no la hará remitir el TLCAN, ni el presunto ALCA.

Hoy más que nunca es necesario demandar el derecho de los mexicanos a la comida y a un trabajo digno (o "decente" como dice la OIT), es decir, reivindicar la seguridad alimentaria y la seguridad laboral del país. Y esto no será posible si no rescatamos nuestra hipotecada soberanía, y en particular nuestra soberanía alimentaria y nuestra soberanía laboral. Es necesario que el Estado mexicano le imprima a la economía el curso que demanda el bienestar de los ciudadanos, y no el que sacrifica a los ciudadanos a los requerimientos del mercado. Aunque tampoco esto es cierto, pues en verdad las políticas públicas neoliberales han estado y están al servicio de las grandes corporaciones y no del abstracto mercado. Así, mientras los trigueros truenan, el grupo Bimbo, de Lorenzo Servitje, embarnece gracias a importaciones subsidiadas; y lo mismo sucede con el grupo Bachoco, de los Robinson Bours, que importa maíz y sorgo sin pago de arancel, por mencionar sólo algunas. A éstas hay que agregar trasnacionales como Cargill, que en la práctica controla nuestra producción cerealera; Purina, que opera con insumos pecuarios; Nestlé, que controla regiones lecheras completas; PepsiCo, que es dueña de ingenios; Vecafisa-Volcafé, que compra grandes volúmenes del grano aromático. Y mientras un puñado de corporaciones se enriquece, los campesinos se arruinan y los pueblos se quedan solos.

Los transterrados en Estados Unidos envían 10 mil millones de dólares anuales, casi lo mismo que importamos de ese país en alimentos. Los campesinos son productores agropecuarios, y como tales sus reivindicaciones y organizaciones se estructuran en torno a sistemas producto; tal es el caso de los cafetaleros, silvicultores, cosechadores de granos, etcétera. Sin embargo, los trabajadores del campo son más que productores de bienes específicos, en primer lugar porque la pequeña y mediana agricultura es diversificada y por lo general combina cosechas comerciales con productos de autoconsumo, y en segundo lugar porque los proyectos económico productivos de los campesinos son inseparables de reivindicaciones económicas que tienen que ver con el abasto y otros servicios, y con demandas de talante ambiental, de carácter social, de naturaleza política y de índole cultural. Entonces, otra tendencia de las organizaciones y las reivindicaciones son los proyectos pluridimensionales promovidos por agrupamientos multiactivos. Por su propia naturaleza estas convergencias son de carácter regional. También por entrar en vigor la desgravación total de prácticamente todos los productos agropecuarios prevista por el TLCAN.

Pero, además de participar en la movilización coyuntural, los campesinos están poniendo a debate sus propuestas programáticas y sus estructuras organizativas. Y el debate es crucial.

Los proyectos y organizaciones sectoriales y los multiactivos regionales no son excluyentes, sino complementarios, dos caras de una misma lucha. Y es frecuente que organizaciones estructuradas en torno a un determinado producto o servicio diversifiquen sus frentes de acción a otras cosechas y otras necesidades campesinas. Tal es el caso de los cafetaleros del sector social, quienes siempre han sido productores diversificados y ahora, con la caída de los precios del aromático, lo son todavía más, lo que impulsa también a sus organizaciones a desarrollar estrategias multiproductivas.

Sin embargo, quisiera argumentar aquí, la conveniencia de fortalecer la perspectiva pluridimensional del combate campesino, frente a la tendencia a especializarse en torno a funciones particularizadas o sistemas producto. La razón fundamental de esta apuesta radica en la condición multifuncional de las comunidades agrarias y las familias campesinas; protagonistas de un mundo rural que sin duda genera productos agropecuarios, pero también servicios ambientales, bienes sociales, valores culturales, por mencionar algunas de sus funciones más destacadas.

Acotar la condición y la lucha campesina a su carácter de productores mercantiles más o menos especializados, no sólo es limitativo, también puede ser peligroso. Y es que de esta manera quedan desarmados frente los tradicionales argumentos tecnocráticos y neoliberales que alegan su presunta falta de competitividad. Sin duda este argumento es tramposo, pues en el mercado realmente existente la competencia desleal y los países más desarrollados favorecen su propia agricultura, empleando los alimentos como instrumento de dominación. Sin embargo, tampoco parece conveniente que los campesinos de países como el nuestro centren su argumentación en el alegato de que, si la competencia fuera pareja, los nuestros serían tan eficientes como los de Estados Unidos o la Unión Europea. En mi opinión el alegato fuerte debe ser otro; no se trata de demostrar que como productores de ciertas mercancías somos tan eficientes como el que más, se trata de demostrar que además de estas mercancías producimos bienes sociales, ambientales y culturales absolutamente irrenunciables, y que en esta tarea somos mucho más eficientes que los empresarios agrícolas y que las agriculturas primermundistas, particularmente la estadunidense, caracterizada por su no sustentabilidad.

Me parece, entonces, que la mejor apuesta estratégica de los campesinos está en esgrimir y potenciar la pluralidad de sus funciones y en estructurar sus luchas de manera integral, articulando aspectos estrictamente económicos con dimensiones sociales, ambientales, culturales y políticas. Porque los campesinos son buenos productores y deben ser aun mejores, pero su proyecto histórico no se queda en la eficiencia empresarial.

Escucha, Usabiaga. Escucha bien.

* Intervención en el séptimo congreso de la Coordinadora Estatal de Productores de Café de Oaxaca, celebrado el 12 y 13 de diciembre de 2002
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