Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 8 de diciembre de 2002
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Capital
En 1992 Alfonso Martín del Campo fue condenado a 50 años de cárcel

"Fui obligado a declararme culpable del asesinato de mi hermana y su esposo"

Me torturaron hasta que firmé mi confesión, narra desde el reclusorio de Pachuca

VICTOR BALLINAS PRIMERA PARTE

La noche del 29 de mayo de 1992, en la casa ubicada en Amores 1523, colonia Del Valle, fueron asesinados Patricia Martín del Campo, de 21 puñaladas, y su esposo, Gerardo Zamudio Aldaba, de 35. De ese lugar los asesinos se llevaron a Alfonso Martín del Campo, hermano de Patricia, y lo dejaron en la carretera a Cuernavaca. Horas después del crimen la Policía Judicial capitalina lo torturó para obtener su confesión. Con esa única prueba, obtenida bajo tortura, fue condenado a 50 años de prisión. Tras 10 años de encierro, Alfonso Martín del Campo narra a La Jornada, desde el reclusorio de Pachuca, Hidalgo, su testimonio. Es una historia que lo mantiene en lucha por su libertad y que revela el grado de corrupción en el sistema judicial mexicano.

reproduccion foto"Yo dormía en mi cuarto -recuerda Alfonso Martín del Campo-, cuando me despertaron los gritos de pánico de mi hermana Patricia, cerca de la medianoche. Me levanté, y al abrir la puerta me topé con un hombre que tenía la cara cubierta con una media negra. Por la sorpresa, el hombre me aventó a mi cuarto, empezamos a pelear, de pronto apareció otro sujeto, también con la cara cubierta y un cuchillo.

"El que tenía el cuchillo salió de la habitación de mi hermana Paty y su esposo. Se me acercó y me dijo: '¡Tú eres Chacho! -me sorprendió, porque así me apoda mi familia. ¡No!, le dije, no soy. Se volvió a acercar, esta vez poniéndome el cuchillo en el cuello. ¡Sí, sí soy Chacho!, le contesté.

"¿Dónde está tu coche?, me preguntó. No sé. Debe estar allá abajo, respondí. Me siguieron golpeando. Me cuestionó: ¿dónde está el dinero? En el cuarto de enfrente, en el tercer cajón, ahí hay dinero -en la recámara de mi hermana y mi cuñado-, respondí. Uno de ellos salió a buscar el dinero y el otro se quedó conmigo.

"Regresó el del cuchillo y me volvió a preguntar: ¿dónde tienen más dinero? En la bolsa de mi pantalón, le respondí. Me volvieron a pegar y me lanzaron a la cara los muñecos de porcelana del buró. 'Hay que desmayarlo', oí que dijeron entre ellos. El del cuchillo se acercó, y asustado le dije que no me mataran, que cooperaría con ellos, pero que no me fueran a matar.

"Vístete, ordenaron. Tu familia está bien, no te preocupes, sólo están desmayados. ¿Dónde están las llaves del coche azul?, me preguntaron, mientras cortaban una toalla para vendarme los ojos. Las debe tener mi cuñado en su bolsa, respondí, y uno de los hombres fue a buscarlas. Regresó y me dijo que las había encontrado; entonces me pidió las llaves del coche negro y aflojaron la venda de los ojos. Busqué en la bolsa de mi pantalón, ahí estaban y se las di.

"Me volvieron a apretar la venda de los ojos y me metieron en la cajuela del coche. Lo sacaron y encendieron la radio. Escuché música. Transcurrieron como 15 minutos y se detuvieron, apagaron el motor y oí que se abrían y cerraban las puertas. Pasaron como dos minutos, se volvieron a subir y arrancaron a gran velocidad. Pensé que íbamos por la carretera porque mantuvieron la misma marcha de manera continua. Transcurrieron como 20 minutos y frenaron. Sentí que daban vuelta en redondo y escuché un impacto como a los 10 minutos. Oí muchos ruidos y que abrían y cerraban las puertas, y pronto todo quedó en silencio.

"Me quedé sin moverme hasta que escuché algunos coches pasando al lado. Debajo de mí había una llave de cruz, con ella rompí la calavera y saqué la mano por el hueco. Vi que estaba en una autopista. Cuando pasaban los coches yo agitaba la mano con una varilla, sin embargo ningún automóvil se detuvo. De pronto se abrió la cajuela, me bajé muy agitado, fui al asiento delantero y vi que ahí estaba la bolsa de mi hermana. Saqué dinero, las llaves de su coche, y me fui corriendo.

"Cada vez que pasaba un coche pedía auxilio, pero nadie se paraba. Amaneció y yo seguía corriendo. Vi a un hombre con una bolsa de mandado, lo alcancé, le pregunté dónde estábamos, y me dijo que en la carretera a Cuernavaca, y me preguntó: ¿Qué té pasó? ¿Por qué tienes sangre en la cara y la camisa? Me secuestraron, le dije. Le pregunte dónde podía tomar un camión y me respondió que como a un kilómetro estaba la parada y caminé hasta ese punto para abordar un autobús.

"Hasta que estuve en el camión me preocupé por mi familia. A todos los que iban en el autobús les veía cara de secuestradores. Al llegar a la caseta de cobro vi unas patrullas y le dije al chofer que me permitiera bajar. Atravesé la carretera y llegué al puesto de la Policía Federal de Caminos. Ahí les conté lo que me había ocurrido y les pedí que se comunicaran con unos primos para que fueran a mi casa y vieran cómo se encontraba mi familia; me dijeron que no tenían teléfono pero que iban a comunicarse por radio a la central y que ellos hablarían a mi casa.

"En una patrulla me llevaron hasta donde estaba mi coche. Uno de los agentes se metió entre la maleza y encontró un guante y un cuchillo. Me preguntó si con ese me habían amenazado y le respondí que sí. Regresamos al puesto de la policía y me recomendaron que fuera a poner mi denuncia a la delegación de Tlalpan, por secuestro y robo de vehículo. Y en una patrulla me llevaron a la casa de mi hermana.

"Al llegar había mucha gente. Conforme nos acercábamos vi una ambulancia y al bajarme de la patrulla para entrar a la casa, un policía de Protección y Vialidad me preguntó si ahí vivía mi familia; le respondí que sí y entonces me dijo: Tienes que ser fuerte. Los mataron. Me quedé en shock, recargado en una jardinera. Delante de mí pasaban policías judiciales y unas personas con batas blancas. El policía vino hacia mí, me dijo acompáñanos a la delegación Benito Juárez a levantar tu denuncia".

Tortura en los sótanos de la delegación

bessie_dodd 6"Llegamos a la delegación y me dijeron que esperara. Pasaron unos minutos -prosigue Alfonso- y llegaron dos policías, gordos, morenos, ataviados con chamarras negras. Me preguntaron si yo tenía que ver con el crimen de la calle Amores. Les respondí afirmativamente y me pidieron que los acompañara; bajamos unas escaleras hasta el sótano. Ahí me sentaron en un sillón negro de vinil y a mi lado se sentó uno de los policías gordos y el otro permaneció de pie, frente a mí. A ver, con calma, dínos qué pasó, dános detalles. No te precipites -pidieron. Entonces les relaté lo que había ocurrido.

"A ver, otra vez, vuelve a empezar. Dános más detalle, repítenos tu historia. Y otra vez, les conté lo que había pasado. Me pidieron que les dijera a qué se dedicaba mi familia y qué había hecho yo durante la semana. Volví a repetir lo que me pasó.

"Apenas había terminado mi relato, cuando el policía que estaba sentado junto a mí me pegó en la espalda con gran violencia. ¡No te hagas pendejo!, mejor dínos ya cómo los mataste. Me quedé paralizado del terror. El policía que estaba frente a mí me golpeó en la cabeza. ¡Tú lo hiciste! Mira cabrón, mejor dínos cómo los mataste, me decía.

"Me ordenaron que me desvistiera y con un trapo húmedo me pegaron en la espalda y me patearon, insistiendo en que les dijera por qué los había matado y que con eso me iba a ahorrar muchos problemas. Los dos me golpeaban y luego entraron otros dos policías judiciales, que en forma amigable me decían que me iban a echar la mano. Tú nomás firmas y ya, me sugerían. Al poco venían los otros dos a golpearme. Así estuvieron como cinco horas.

"Posteriormente me colocaron una bolsa de plástico en la cabeza y la apretaban para que me faltara aire. Me amenazaban con asfixiarme si no firmaba, continuaron ahogándome hasta que ya no pude más y les dije que firmaría lo que quisieran pero que ya no siguieran. Luego supe que uno de los que me torturaron era el subcomandante Manuel García Rebollo. Una vez que firmé se pusieron contentos. Me dijeron que me vistiera. Ya eran como las 5 de la tarde. Después, como a la medianoche, me sacaron de la delegación por el sótano en una camioneta Volkswagen. Iba tirado en el piso del vehículo y me llevaron a la casa, donde me tomaron varias fotografías. Pónte así, me decían. Ahora así. Sacaron unos guantes rojos y me los pusieron. Ellos movían mis manos.

"Me sujetaron por las muñecas y hacían movimientos como si yo estuviera apuñalando a alguien. Luego supe que esa era la reconstrucción de los hechos. Como a las dos horas me llevaron unos papeles y me dijeron que los firmara. Era la reconstrucción". Con esa declaración, arrancada bajo tortura, Alfonso fue acusado del homicidio de su hermana y su cuñado. Ese fue sólo el comienzo de las irregularidades en su proceso. En la averiguación previa 10/2160/92-05, de fecha 30 de mayo de 1992, a las 13:30 horas, el policía judicial Sotero Galván Gutiérrez declaró ante al Ministerio Público que ponía a su disposición a Alfonso Martín del Campo como presunto responsable del doble homicidio.

En su testimonio el policía asegura "que encontró en la casa de Amores 1523 a Alfonso Martín del Campo, quien primero le dijo que unos encapuchados habían matado a su hermana y a su cuñado, y que a él lo habían golpeado. Luego empezó a caer en contradicciones y se le veía nervioso, por lo que al seguir preguntándole qué había pasado, confesó que él había asesinado a su hermana y a su cuñado". Según consta en el acta, el policía dijo que "el acusado me confesó que se encontraba borracho y que empezó a discutir con su cuñado por un dinero que le debía: 700 viejos pesos. Que se hicieron de palabras, intercambiaron golpes y lo acuchilló. Enseguida, como su hermana le reclamó su proceder, también la mató".

Con esa declaración del policía y la confesión obtenida bajo tortura, a Alfonso se le condenó a 50 años de prisión. En poco tiempo este caso podría reabrirse ante la justicia internacional. 

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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