Alfonso Marcial: las vueltas de la vida

De pollero a compositor

Alberto NAJAR/TIJUANA, BAJA CALIFORNIA, DOMINGO 3 DE NOVIEMBRE DE 2002

Fue uno de los polleros más jóvenes y exitosos de la Tijuana de los setenta, pero esa etapa quedó atrás. No se arrepiente, pues en el fondo, insiste, se trató de un negocio muy rentable. Su vida es otra. Hoy lo más importante es terminar su autobiografía... Y que un cantante famoso se anime a entonar alguna de las 800 canciones que ha escrito
 
 
L A RELUCIENTE PISTOLA REPOSA SOBRE EL BURO, colocada como al descuido frente a fotos de familiares. 

Alfonso Marcial Santana capta la mirada y sonríe. "Siempre me han gustado las (calibre) 25", confiesa como si revelara su marca favorita de ropa. 

Se nota. El arma brilla como recién pulida, e incluso podría ser tomada como un adorno más en la recámara ?de muebles blancos con detalles en nácar y un enorme jacuzzi? donde se realiza la entrevista. 

La pistola, empero, no es un lujo, sino el único recuerdo de sus antiguos negocios, una especie de conjura a las cuentas pendientes. 

Alfonso Marcial, El Flaco, fue pollero. Y de los buenos, juran quienes le conocieron en su época dorada, justo en los días que el tráfico ilegal de personas a Estados Unidos era uno de los motores principales de la economía tijuanense. 

Ganó fama por la seguridad en sus cruces, cuenta a Masiosare, pero sobre todo porque era el coyote más joven de la ciudad. "Tenía a chavitos de 10, 12 años trabajando conmigo para juntar los pollos", relata. "Eso ahora es común, pero antes era toda una novedad". 

Los clientes llegaban de todas partes, incluso de Nicaragua y El Salvador, para que les ayudara a cruzar la frontera, un trámite que en esa época era tan sencillo como caminar un rato por los cerros cercanos y aguantar unas horas en la cajuela de un auto. 

Eran otros tiempos, sin helicópteros sobre la línea fronteriza, sin detectores de movimiento para interceptar a los migrantes, ni mucho menos un ejército entero para custodiar bardas de tres metros. 

Los únicos obstáculos eran las unidades de la Patrulla Fronteriza y las bandas de bajapollos (asaltantes de indocumentados). Nada más. 

"Para mí cruzar era facilísimo, pa qué le miento", presume el pollero, oriundo de Puerto Vallarta, Jalisco. "Una vez metí a 30 en una camioneta Van, me los llevé hasta Los Angeles. Y otra vez metí a 16 en la cajuela de un Riviera (un auto mediano modelo 1956). Nadie se dio cuenta". 

Sí. La vida era complaciente con Alfonso Marcial. Hasta una tarde de 1978 en que fue detenido durante un operativo antidrogas y al investigar los antecedentes se descubrió su participación en un homicidio. 

Cosas del contrabando: el crimen por el que pasó 13 años en el penal de La Mesa fue cometido con una pistola calibre 25. 

Su favorita. 

"No se le olvide: es un negocio"

Doscientos dólares. 

Ese fue el primer pago que Alfonso Marcial recibió como pollero, y curiosamente fue durante una operación fallida para transportar a una docena de indocumentados. 

"Tuvimos que bajar a los pollos del coche en la garita de San Clemente (California) porque no mandamos a chequear (verificar si había paso libre en el retén). Salieron todos corriendo, yo alcancé a uno y me lo llevé de raite hasta Los Angeles. Cuando lo entregué me dieron dos billetes de 100 y yo me sentí realizado, porque apenas era el comienzo". 

Era una fortuna para el jalisciense, quien apenas un mes antes había llegado a Tijuana, a dormir en autos abandonados primero y después en una pequeña habitación llena de basura en un taller mecánico donde ganaba 14 dólares semanales. 

"Y de ahí pa'l real", recuerda. "Trabajé primero con varios polleros que me enseñaron los trucos, luego me aprendí los caminos más seguros y después empecé a buscar pollos por mi cuenta y a llevarlos". 

Un año después ya tenía 12 autos y camionetas para transportar a indocumentados, además de una banda que le ayudaba en el negocio. "Recluté amigos y, no te miento, había chamaquillos de 10, 13, 15 años; yo era el pollero, es decir, yo decía lo que tenía que hacerse. Nos acoplamos bien porque yo también era chavalo". 

El grupo trabajaba, como la mayoría de los coyotes, en los alrededores de la central telefónica de Tijuana, que en ese entonces estaba en el centro de la ciudad, a unas calles de la línea fronteriza. Era, aclara Alfonso Marcial, el sitio favorito para enganchar pollos, pues todos llegaban allí para reportarse con sus familiares. 

"A nosotros nos tenían confianza porque éramos jóvenes, además los convencíamos con un buen verbo". 

?¿Y cómo le hacían? 

?Nos acercábamos y le preguntábamos si iba al otro lado, luego decíamos que había un amigo que los podía llevar segurito, sin caminar mucho. Eramos como vendedores, tratábamos de envolverlo para que se fuera con nosotros. 

Ya para ese entonces, El Flaco era famoso por la cantidad de cruces seguros que realizaba. "Era muy precavido, si había que arrastrarse, nos echábamos de panza; si había que mojarse, cruzábamos todos con la ropa en una bolsa", explica. "Una vez hasta me disfracé de mujer, pero nomás pa pasarlos, no por otra cosa". 

-¿Por qué? 

?Es que en esa época a las mujeres no las revisaban, y por eso me puse una peluca, una blusa y me pinté la cara. De todos modos llevaba un jugo para disimular. 

Y es que, añade el pollero, cruzar a indocumentados tiene su chiste. "Nosotros ya sabíamos la hora en que los agentes de San Clemente no estaban o tomaban un descanso, además de que siempre mandábamos a chequear primero si se podía cruzar o no. En cuanto recibíamos la señal metíamos a los pollos en las cajuelas ?los más delgados y los chaparros hasta adentro, luego los otros y el resto encima de los demás? y arrancábamos". 

Esta operación se realizaba ya en territorio estadunidense, a donde los pollos llegaban después de cruzar por los cerros cercanos a Tijuana. "Descansábamos en el clavadero de Encinito, en hoteles o ranchos donde nos cobraban cinco, 10 dólares por pollo". 

Por cada indocumentado, El Flaco cobraba entre 125 y 200 dólares. Y cada semana cruzaba entre 50 y 100 personas. 

Era, pues, un negocio redondo. "Hubo un momento en que yo me quedaba en Tijuana a esperar el dinero. Cuando regresaban los chavalos rendían cuentas: de este hay tanto, otro no pagó... 

-¿De verdad hay quienes no pagan a los polleros? 

-Sí, se ponen muy roñosos, sacan la pistola o se hacen como que no traen dinero. Los de Michoacán eran especiales, les decíamos las piedras porque siempre salían de pleito. 

En esos casos, afirma Marcial Santana, los polleros abandonaban a los clientes "en un free?way o lejos de su destino, para que les costara trabajo llegar". 

-¿Y en el desierto? 

-No, eso nunca porque no cruzábamos por allí. 

-Ahora es común. 

-Está mal, porque no tienes ninguna necesidad de abandonar a la gente en el desierto, porque de eso vives, del dinero que les cobras. Yo pienso que los que lo hacen es porque les salen mal las cosas, porque no creo que les convenga llevar a la gente nomás a morir. No se le olvide que esto es un negocio. 

"A mí me gusta más estar en la frontera..."

Alfonso Marcial sube el volumen de la grabadora. 

"Amigo Juan Gabriel/ perfecto don que va/ alegrando al mundo cada día/ cada día más con su cantar/ amigo Juan Gabriel". 

La canción forma parte de un disco que en homenaje al cantante michoacano grabó el pollero hace seis años. El mismo compuso la música y escribió la letra de esa y las otras 15 canciones del CD. 

Sorpresas de la vida. 

El pollero ahora se dedica a cantar, aunque sólo las canciones que él compone. Ya lleva 800, escritas sobre todo durante los 13 años que pasó en la cárcel. 

Hace unos meses conoció a Juan Gabriel durante una visita que hizo a Tijuana. Del encuentro quedó el compromiso del cantante de escuchar el disco, leer el libro que Marcial Santana escribe sobre su vida y una foto donde aparecen sonrientes los dos. 

Nada más. No hubo ofrecimientos para apoyar la carrera artística del pollero. 

Pero de todos modos, Alfonso Marcial hace su luchita. "Estuve en la ciudad de México y canté en un homenaje a Silvia Pinal", cuenta. "Me iban a dar chance en el (teatro) Blanquita pero ya no se pudo". 

La edición de sus dos discos ?además del dedicado a Juan Gabriel tiene otro que lleva su nombre? la pagó con su dinero ("vivo de mis rentas", afirma, sin revelar detalles de sus negocios actuales), y dedica parte de su tiempo en buscar un cantante que se anime a entonar alguna de sus composiciones. 

Esa es ahora su vida, muy distinta a la que llevó hace tres décadas. 

"Sé que no fue correcto lo que hice, pero yo nunca había tenido nada y de esa forma ganaba dinero", subraya. 

"Yo siempre vi a los pollos como personas vulnerables, me preocupaba de que comieran y llegaran seguros. Que los cruzaba ilegalmente, pues sí, pero era recíproco: ellos necesitaban de mí para alcanzar una mejor vida y a mí me servía su dinero. No veo nada malo en ese servicio".