Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 7 de diciembre de 2002
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Cultura

Juan Arturo Brennan

Oídos bien abiertos

Es bien sabido que el pequeño auditorio de El Colegio Nacional no es, ni mucho menos, un lugar particularmente adecuado para la música. Su diseño es el de un salón de conferencias, sus condiciones acústicas (tanto internas como externas) son deficientes, y la labor de producción televisiva para consumo interno que se realiza en cada concierto tiende a ser más un factor de distracción que una verdadera contribución audiovisual. A pesar de todo ello, de vez en cuando vale la pena hacer la peregrinación hasta la calle de Donceles para asistir a algunos de los conciertos y recitales que organiza El Colegio Nacional como parte de sus actividades académicas. Una de esas ocasiones tuvo lugar la semana pasada, por medio de un amplio y extenso recital dedicado por el pianista Alberto Cruzprieto al piano contemporáneo.

Como primer elemento positivo del recital hay que destacar la inclusión de obras de Franz Liszt y Claude Debussy (modernos y futuristas en sus propios términos) como referentes a los lenguajes más actuales. Las obras de estos dos compositores, junto con las partituras de Stockhausen, Messiaen y Nancarrow, sirvieron de contexto al plato fuerte del recital de Cruzprieto: el estreno en México de la soberbia Musica ricercata, del húngaro György Ligeti. Esta notable serie de 11 piezas es un ejemplo ideal de la música que, surgida de un marco conceptual aparentemente rígido, ofrece riquezas sonoras y expresivas que rebasan los parámetros mecánicos y técnicos de su propuesta.

En la Musica ricercata, Ligeti comienza con materiales mínimos y en cada pieza va añadiendo una nota más al arsenal sonoro disponible. El resultado es una obra de un desarrollo orgánico en el que, además de una lógica impecable, se perciben numerosos hallazgos estrictamente musicales. Virtud fundamental de Cruzprieto fue el atender cuidadosamente a la progresión dramatúrgica de la obra y darle, efectivamente, un perfil unitario que aludió a algo más que la secuencia progresiva y la acumulación de recursos. Los logros más notables en la ejecución sucedieron en las primeras piezas de la serie, cuya austeridad las hace particularmente expuestas.

Notable, también, el inteligente manejo que el pianista hizo del contraste entre las articulaciones de cada pieza y los diversos y sutiles niveles de resonancias propuestas por el compositor. Vale la pena recordar, también, que esta música de Ligeti (como toda su obra) se inscribe en un contexto político e ideológico particular. En una entrevista incluida en un documental reciente sobre el genial cineasta Stanley Kubrick, el compositor húngaro afirmaba (refiriéndose en particular a la segunda pieza de la Musica ricercata, incluida por Kubrick en su filme Ojos bien cerrados) que las insistentes, penetrantes, casi violentas notas de su obra eran como feroces puñaladas dirigidas al corazón de Stalin.

Antes de la Musica ricercata, Alberto Cruzprieto interpretó otras tres piezas de Ligeti, dos caprichos y una invención, en las que el lenguaje personal del compositor está hilvanado inteligentemente con referencias a diversos pasados musicales y, de manera particular, a las texturas sonoras surgidas del pensamiento de Bela Bartók. En la pieza titulada La lúgubre góndola No. 2, de Franz Liszt, el pianista manejó con especial claridad los perfiles de las severas melodías desnudas planteadas como materia prima por el sensual abate húngaro.

Más tarde, tres piezas de Debussy en las que Cruzprieto, además de enfatizar su afinidad personal con los repertorios franceses, hizo una atractiva disección de las polifonías de timbres sugeridas en las partituras, que adquieren su carácter evocativo en la materia sonora misma más que en los descriptivos títulos asignados por el autor. La afinidad mencionada volvió a hacerse presente en las sólidas (y muy contrastadas) ejecuciones de dos de las Veinte miradas al niño Jesús, de Olivier Messiaen, en las que los extremos dinámicos y expresivos fueron sabiamente acotados e integrados a una compleja estructura rítmica y armónica.

El programa fue redondeado por Blues y Preludio, de Conlon Nancarrow, y la muy especulativa Pieza para piano IX de Karlheinz Stockhausen. Entre toda esta oferta de la modernidad pianística destaco, además del importante estreno de la Musica ricercata, las obras de Liszt, Debussy y Messiaen, en las que Alberto Cruzprieto logró los momentos más sólidos de su recital.

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