Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Viernes 1 de noviembre de 2002
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Política

Horacio Labastida

Lula y Brasil

En casa de Aníbal Pinto, entonces en Río de Janeiro, nos reunimos un grupo de latinoamericanos, principalmente argentinos, que por razones de trabajo visitábamos las maravillosas tierras que en sueños de Vasconcelos habitaría la redentora raza cósmica. La charla era vivísima en torno al gobierno de Joao Goulart, sucesor del sorpresivo renunciante Janio Quadros, en agosto de 1961. Goulart, ministro del Trabajo con Getulio Vargas, asumió el poder en septiembre de ese año y pronto se vio acosado por las fuerzas que cuidan el mantenimiento y reproducción de la política de enajenación, o sea, el statu quo que garantiza la prosperidad del capitalismo trasnacional representado por el gobierno de Washington y sus asociados locales, con motivo de medidas anunciadas por la administración goularista. Se trataba de mejorar las lamentables condiciones en que vivían las masas urbanas y de iniciar la reforma agraria exigida por los campesinos, cuya situación en el nordeste reflejaba en la tierra el infierno descrito por Dante. Lo recuerdo muy bien.

En las cenas que nos congregaban con Javier Rondero en su casa de Cuernavaca, al lado del obispo Sergio Méndez Arceo y de otros sabios amigos, Francisco Juliao, célebre líder agrario brasileño y luchador incansable al lado de las pluralidades rurales, describía los gravísimos y lamentables problemas en que se debatía la sociedad de su país, azotada por paramilitares que asesinaban sin piedad a los protestantes contra la injusticia. Con agudeza desde entonces señalaba las semejanzas que existen en el nordeste brasileño y las montañas y tierras bajas de Chiapas.

Y todo eso me viene a la memoria después del espectacular triunfo de Lula en las elecciones del domingo pasado.

Con abrumadora mayoría en una votación casi sin abstención, el antiguo obrero de Sao Paulo, con el apoyo de una coalición presidida por el Partido de los Trabajadores y luego de haber sido derrotado en comicios anteriores por Fernando Collor de Mello (1989) y Fernando Henrique Cardoso (1994 y 1998), que entregará Palacio de Planalto al electo Lula el próximo primero de enero, día simbólico porque nueve años antes el EZLN anunció en palabras del subcomandante Marcos que otro mundo es posible, al rebelarse contra la opresión connotada en el TLC, que suscribió Carlos Salinas de Gortari con Estados Unidos y Canadá.

Así es el tremendo problema que rodea a Lula y a las esperanzas de millones y millones de brasileños, mexicanos y latinoamericanos. ƑTendrá Lula la acerada voluntad y el talento sublime que se requieren para cambiar al hombre de su actual avasallamiento cosificante en un ser libre de sujeciones ajenas y dueño de su destino?

Con la excepción de la gloriosa Cuba de 1959, en todas las naciones de nuestro subcontinente hay una doble realidad aperplejante y compleja. Desde su independencia de España y Portugal en el amanecer o en el ocaso del siglo XIX, sin excepción alguna existe al lado de un extrañamiento deshumanizante o impuesto por multifacéticos poderes capitalistas que extraen sus ganancias de los trabajadores, una acción liberadora de la expoliación y del aniquilamiento de los valores que configuran e identifican las diversas culturas latinoamericanas en el conjunto mundial, doble realidad tensada por una contradicción radical entre minorías explotadas y mayorías liberadoras. Las batallas de estas últimas no tienen fin como lo desearían los acaudalados círculos metropolitanos, porque sus derrotas significan innovadoras experiencias que reorientan los caminos de la libertad. Hay ejemplos supremos de victorias y reveses aleccionadores en la medida en que develan al verdadero enemigo.

Citemos casos relevantes. La liberación encabezada por Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz en la Guatemala de 1945-1954, fue derrotada por un ejército entrenado y armado por la Casa Blanca. La revolución sandinista entró a Managua en 1979 y expulsó al criminal Anastasio Somoza; resultó al fin saboteada por una contra militar que Washington financió en Honduras junto con la generalizada y corrupta compra de votos en las elecciones de 1990.

El heroico Salvador Allende, apoyado por su pueblo, encontró la muerte (1973) en Palacio de la Moneda cuando un gran felón llamado Pinochet y apoyado por la CIA y el presidente estadunidense Nixon dinamitó la naciente democracia chilena. Los operadores de la enajenación se impusieron sobre colectividades que buscan afanosamente su libertad.

Lula recibirá el poder político de Brasil el año entrante en medio del azoro y la inquietud de los mercados, es decir, de los dueños del dinero, dispuestos a destruir el amanecer de la democracia brasileña. Lula representa al pueblo en el gobierno, el lugar donde se toman las decisiones públicas y el punto central del mandar obedeciendo, y seguro es que la aurora que echó abajo la monarquía de Pedro II (1888) e iluminó al trágico suicida Getulio Vargas -arrebató el petróleo a las siete hermanas al fundar Petrobras (1951)-, se verá amenazada por tinieblas del capitalismo trasnacional y la hegemonía que hoy manipula el Tío Sam, porque la liberación de un pueblo es incompatible con el imperial Consenso de Washington, pero la salida del laberinto está a la vista: es la solidaridad de los pueblos latinoamericanos con el pueblo brasileño para transformar en historia el proyecto liberador connotado en la elección de Lula.

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