Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 28 de octubre de 2002
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Política

Iván Restrepo

Dos maestros verdaderos

Acaba de morir en España Antonio González y González, renombrado científico pionero de numerosos proyectos de investigación, defensor y estudioso de la incalculable riqueza que los países, en especial los de América Latina, poseen en sus áreas naturales.

El también llamado "científico de los pobres" había nacido en 1917. Luego de doctorarse en química con los más altos honores fue becario en la Universidad de Cambridge, donde trabajó, en 1949, bajo las órdenes de Alexander Todd, premio Nobel de Química, galardonado por su síntesis de las vitaminas B, E y B12 y sus investigaciones con los ácidos nucleicos que contribuyeron a descubrir la estructura del ADN. No fueron pocos quienes le criticaron su deseo de emigrar en busca de mayor conocimiento: en la España franquista, le decían, ya todo se sabía.

Don Antonio ejerció la docencia en el área que mejor conocía: la bioquímica, e hizo de la Universidad de La Laguna un centro de importancia en la materia. Sus méritos fueron reconocidos con el Premio Príncipe de Asturias y con otros en su país, así como en Francia, Inglaterra y Estados Unidos. No obstante, en México fue un virtual desconocido, por ello resulta importante recalcar sus méritos. Por ejemplo, su lucha para que los países conservaran su biodiversidad y la utilizaron en su beneficio. Fue uno de los primeros en advertir el peligro que significaba que esa riqueza natural se convirtiera en propiedad privada al caer en manos de las trasnacionales farmacéuticas y químicas, cuyo poder quitaría a las comunidades locales la posibilidad de beneficiarse de recursos que siempre han estado con ellas y que muchas veces conocen mejor que nadie.

Hace 30 años tuve la fortuna de conocer a don Antonio, cuando me asomaba con gran impericia a los principales problemas que existen en el trópico mexicano. Recuerdo su insistencia en que América Latina hiciera frente común para detener la destrucción de sus recursos naturales, la urgencia de iniciar la formación de especialistas capaces de obtener en laboratorio sustancias útiles al hombre a partir de los incontables vegetales y animales que existen en nuestros bosques, selvas y desiertos. Repetía que era urgente crear centros de investigación especializados sobre el tema. Hoy sus advertencias tienen mayor vigencia y las relativas a la biodiversidad figuran en la agenda de muchos gobiernos de la región, pero todavía no se hacen realidad.

Rendir un mínimo homenaje al maestro González, a su incansable labor al frente del instituto de Bio-Orgánica que fundó y alentó en su universidad, la de La Laguna, donde tantos especialistas latinoamericanos se han formado, obliga mencionar a otro científico, un mexicano que también dedicó su vida a investigar y a formar cuadros técnicos para trabajar al lado de los indígenas y los campesinos para así conocer mejor la riqueza natural de nuestro país, para rescatar y reafirmar sus conocimientos ancestrales y mejorarlos en beneficio de la sociedad. Me refiero al maestro Efraín Hernández X, uno de los más prestigiosos egresados de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, pero no por eso suficientemente reconocido en su alma mater ni en México.

Como el de González, el mensaje de Hernández X no sólo fue incomprendido por las burocracias académicas, sino en no pocas ocasiones combatido y visto con desprecio por no pocos doctorados en las universidades estadunidenses, que luego desde cargos públicos fueron la avanzada de la globalización a toda costa, de la modernización del agro al precio de dejar en la miseria a millones, de entregar los recursos naturales a grandes intereses.

Con su obra, quizá sin proponérselo, Antonio González y González y Efraín Hernández X libraron también una lucha contra los intereses creados, las mafias que controlan los presupuestos de investigación y las burocracias educativas y científicas. Alejados de grillas y ceremonias palaciegas, su ejemplo debe servir hoy más que nunca, cuando se nos quiere convencer de que el destino de la humanidad es la uniformidad, no la diversidad ni la tolerancia. Y cuando otros falsos maestros reciben loas, edifican su fama con el esfuerzo ajeno y pretenden ocupar en la historia el sitio que en justicia corresponde a otros, los verdaderos. El tiempo pondrá a cada quien en el lugar que merece.

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