Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 21 de octubre de 2002
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Política

Carlos Fazio

El factor Giuliani

La inseguridad ciudadana, producto de "la epidemia del crimen" y la violencia urbana y rural desbordadas, es hoy la mayor causa de miedo en la mayoría de los países latinoamericanos, México incluido.

En años recientes, el recurso al "gatillo fácil" policial se ha convertido en una arista visible en grandes urbes convertidas en "selvas", donde a diario se libra una lucha neodarwinista de todos contra todos. Pero también es un fenómeno que se ha recrudecido en el campo, donde el viejo pistolerismo de los terratenientes -con sus caciques y guardias blancas- ha sido desplazado por la irrupción de grupos paramilitares, como una forma de sustitución privada de la seguridad del Estado.

La nueva situación alentó el desborde de la delincuencia en todas sus gamas: atraco a mano armada a treanseúntes y casa-habitación, asaltos a bancos, robo de autos, diversas variedades de secuestro, violaciones en serie de mujeres como en Ciudad Juárez, ejecuciones sumarias, narcotráfico, tráfico de armas, crimen organizado. En algunos barrios de Tijuana, Guadalajara y la ciudad de México, mafias criminales imponen "la ley y el orden", creando un Estado dentro de otro Estado.

En la lógica de la globalización neoliberal se globalizan también las "guerras": guerra contra el eje del mal, contra el terrorismo, el narcotráfico, la criminalidad. Se exportan modelos y los modelos son, en su mayoría, de factura estadunidense. Ahora las autoridades capitalinas y sus mecenas parecen haber encontrado la solución para la violencia como lenguaje cotidiano de la megalópolis: la doctrina Giuliani. La mano dura o el "estilo Giuliani" como modelo de importación made in USA.

Se trata de un nuevo orden de seguridad preventivo-oligopólico. El monopolio estatal del poder, la autoridad y la fuerza pierde vigencia y es remplazado por zonas segmentadas de seguridad bajo control privado. El Estado cede sus atribuciones soberanas en materia de seguridad. La seguridad se transmuta en mercancía, se privatiza y surgen zonas extraterritoriales de seguridad controladas por las empresas.

No hay duda de que Rudolf Giuliani, el ex alcalde de Nueva York, hizo escuela con su doctrina de la tolerancia cero. Su modelo es un éxito; lo dicen las estadísticas y lo multiplica la propaganda. Poco importa si se ha guetizado el delito, si se da pie a la brutalidad policial, si en nombre de la prevención se termina desdibujando la frontera entre delito y falta, y si los transgresores se convierten en el imaginario colectivo en criminales en potencia.

La toleracia cero es una respuesta punitiva -con ingredientes de control de población- a los problemas de inseguridad y marginalidad sociales y su aparente clave de éxito es la aplicación inflexible de la ley, bajo una filosofía sencilla: la lucha palmo a palmo contra los pequeños desórdenes cotidianos a fin de acorralar las grandes patologías criminales. Participar en actos de vandalismo, orinar en la calle, pintar grafitis en los muros, mendigar son consideradas acciones que deben ser reprimidas para impedir que se desarrollen comportamientos criminales más graves.

Para vastos segmentos poblacionales del Distrito Federal, la ilegalidad se ha convertido en la única posibilidad de sobrevivencia. Años de "modernización" del Estado, de "reformas" económicas neoliberales, de ajustes tras ajustes han dejado una sociedad resquebrajada y polarizada. Informalizada. De grandes masas que viven en el apartheid de la pobreza (Peter Lock). La marginación se ha convertido en exclusión económica y ésta en exclusión social. Para muchos el futuro es un "no futuro" y la posibilidad de enfrentarlo es recurrir a actividades al margen de la ley (una ley -jueces y policías- que, a la vez, está inmersa en los círculos institucionales de la corrupción, la impunidad y la criminalidad).

Asistimos a una "emigración hacia la ilegalidad" (Adriana Rossi). Pobreza y exclusión son reconocidas como causas de violencia y criminalidad, pero los proyectos de ingeniería social no dan respuesta política a esos fenómenos. Queda el recurso de la fuerza y la pobreza termina siendo un estigma. El estigma de la peligrosidad. Para Loic Wacquant, la tolerancia cero es una nueva "droga" que sirve para encubrir la exportación de las tesis de seguridad estadunidenses que criminalizan la miseria y la marginalidad. Un nuevo ethos punitivo que en vez de crear empleos construye comisarías y prisiones.

En rigor, la doctrina de la tolerancia cero otorga a la policía un cheque en blanco para perseguir a la delincuencia común y arrinconar a los indigentes en los barrios desheredados. Por esa vía se abren puertas al autoritarismo, a los espacios segregados. Se deja el campo abierto al accionar represivo. La convivencia civil deja de serlo y el Estado paternalista se convierte en un Estado punitivo.

Ese tráfico de categorías afín al pensamiento neoliberal, que opta por la "represión total" en vez de concentrar los medios en la prevención o buscar vías intermedias, forma parte de una temática político-propagandística destinada a facilitar la redefinición de los problemas sociales en términos de seguridad. Una seguridad privatizada destinada a garantizar, en definitiva, la hegemonía del pensamiento único.

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