Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 21 de septiembre de 2002
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Política

Carlos Montemayor

México y Cuba

En 1810, en Dolores, ya avanzada la noche del 15 de septiembre, se convocó al pueblo de México a una de sus más extraordinarias luchas: la guerra de Independencia. Desde hace muchos años celebramos ese grito de libertad y dignidad. Hidalgo, Allende, Abasolo, Aldama, son los nombres de los primeros combatientes caídos. Fueron acosados, reprimidos, asesinados. Sus cabezas estuvieron expuestas en una fortaleza de la ciudad de Guanajuato como escarmiento para todo guerrillero que se atreviera a enfrentar el dominio colonial y defender la libertad de la patria. Después de su lucha, después de su muerte, muchos más tuvieron que combatir y morir antes de que se hiciera realidad la independencia de México.

Es decir, los mexicanos celebramos desde hace varias generaciones el inicio de un esfuerzo, no su conclusión o cancelación. Celebramos el inicio de un esfuerzo por la libertad, no el inicio de la libertad misma. Es recordar el inicio de un esfuerzo que una y otra vez debía recomenzar tenazmente; de una gesta que requirió más sacrificios que la vida misma de quienes la iniciaron. Muchos después lucharon para hacer verdadera la libertad, para que después la libertad fuera para todos y gracias a todos. Es, repito, celebrar el inicio de un esfuerzo por la libertad, no el inicio de la libertad misma. Es recordar algo no conquistado, sino un primer esfuerzo que debía continuar.

La libertad no es sólo un reducto de la memoria, una gesta del pasado, un mérito de los antiguos. La libertad es un ejercicio diario. Tenemos que construirla día con día. Si fuimos libres ayer, debemos serlo nuevamente hoy. Si no lo hemos sido, entonces debemos serlo por primera vez. Se es libre cada día, siempre, por primera vez.

Porque la dignidad de nuestros abuelos o de nuestros padres no asegura la nuestra hoy. Cada generación tiene el compromiso con su propia dignidad. Cada día la dignidad debe permanecer. Su claridad, su pujanza, su júbilo, acrecientan la fuerza del poeta, del artista, del trabajador, del político, del diplomático, del maestro. La dignidad se acrisola con el paso de los días, de los años, de las luchas, de las dudas: para no pisotear lo que orgullosamente fuimos, para que nadie se vuelva contra sí mismo y contra lo que amó, contra lo que respetó, contra lo que aspiraba ser.

Celebro estar ahora en Cuba. Recordar hoy, aquí, la gesta de la dignidad de México, la gesta de su Independencia. Los pueblos de Cuba y México han estado unidos durante muchas generaciones por su música, su canto, su danza, sus poetas, sus luchadores políticos, su mesa, sus sueños, su arte. Nunca he sentido tan cerca la dignidad de nuestros pueblos como hoy. Porque hoy, particularmente, el grito de Independencia es un ejercicio de dignidad, una demostración de libertad, una prueba irrebatible de que la dignidad y la libertad de nuestros pueblos, de nuestros creadores, de nuestra memoria, no están sujetos al capricho.

La grandeza de México no sólo se expande en su territorio y en la memoria de sus gestas libertarias. También en el corazón de los mexicanos que se encuentran en cualquier territorio del mundo. Y se engrandece ahora con el corazón de los cubanos que nos reciben y que con nosotros recuerdan esa gesta. Cuba se engrandece esta noche extendiendo su mano a estas fiestas. Se engrandece y se expande también en los corazones de los mexicanos que aquí nos encontramos, en los corazones y las convicciones de los mexicanos que en México y en otras partes del mundo saben que aquí estamos. šViva México! šViva Cuba! šVivan la dignidad y la libertad de nuestros pueblos!

 

Palabras de Carlos Montemayor, pronunciadas el 16 de septiembre de 2002 en el Teatro Carlos Marx de La Habana, Cuba

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