Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 4 de septiembre de 2002
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Política

José Steinsleger

Teitelboim y la cultura chilena

Desde el momento en que un jurado de alto nivel decidió la entrega del Premio Nacional de Literatura 2002 a Volodia Teitelboim (1916), un tembladeral de opiniones mantiene en vilo a la sociedad chilena. Creáse o no, en Chile se deliberó durante muchos días acerca de algo más que de tarjetas de crédito y fluctuaciones mercantiles en la bolsa.

Raro. Excepcional. Inusitado. Fuera de las posiciones en danza, el debate en torno a que si Volodia se merecía o no el galardón ha devenido en acontecimiento trascendente. Se trata de un acto que rindió homenaje implícito a la cultura del país andino, acaso lo único que le queda tras 17 años de dictadura militar y 12 de chatura educativa, institucionalmente programada.

Algunos intelectuales y escritores chilenos, de insobornable y probada mezquindad espiritual, se preguntaron qué obra de Teitelboim tiene un "... cierto valor literario" (Roberto Bolaños, El Mercurio, 10/08/02). Con la mala leche que le caracteriza, Jorge Edwards dijo por televisión: "...Creo que las razones más poderosas para dárselo son su avanzada edad y el haber escrito cuatro biografías bastante interesantes...".

Sin embargo, pocos repararon en que precisamente el género literario que domina Teitelboim es el que urge en Chile: la crónica, la memoria, la investigación biográfica. Que en el "país del olvido", como decía José Donoso, no es poco. En este sentido, la opinión del poeta Gonzalo Rojas fue contundente: "No existe siglo XX chileno sin Volodia Teitelboim, gran crítico y memorialista, el mejor que hemos tenido desde Vicente Pérez Rosales (1807-1886)".

ƑCuán importante resulta para la cultura nacional que un gran autor haya tenido o tenga esta o aquella ideología o trayectoria política? Ningún historiador puede prescindir de Recuerdos del pasado (1882), del conservador Pérez Rosales, o ignorar los libros del comunista Teitelboim para entender el Chile de hoy. De lo contrario habría que subrayar que Bolaños poco y nada sabe de su país. O que Edwards, pinochetista vergonzante, recibió el Cervantes gracias a los oficios de su padrino ideológico, Mario Vargas Llosa. Y esto no ayuda.

Con distintas posiciones, Nicanor Parra y José Donoso tampoco fueron destacados militantes antipinochetistas. El uno se llamó a silencio y el otro entró por el aro del escepticismo. Y tampoco aquel estalinista que fue Volodia pudo imaginar que el general Vladimir Kovalenok, director de la Academia de Guerra Zhukovski, dictaría poco antes de la salida de Pinochet una conferencia en su homóloga de Santiago para luego invitar a los oficiales de la Fuerza Aérea a presentar sus postulaciones para participar en el programa espacial ruso.

La vida da muchas vueltas. El caso de los restos de Pablo Neruda es patético. Cuando el gobierno de Patricio Aylwin los trasladó a Isla Negra, se realizó una ceremonia a la que asistieron el presidente y algunos miembros del gabinete. Ni un solo poeta fue invitado. El de Donoso, ídem. Este escritor, a quien al cumplir 70 años el gobierno de la "concertación" lo trató poco menos que de "prócer literario", quiso antes de morir (1996) que sus restos descansasen "frente a mar", en un pequeño cementerio ubicado entre Papudo y Zapallar. Allí están. Mas no por mucho tiempo, pues los terrenos serán removidos para levantar en el sitio un hotel de cinco estrellas.

Lo importante sería indagar en las causas por las que Volodia Teitelboim, viejo luchador y escritor de 86 años, figura a la vanguardia de una juventud que, a diferencia de otras épocas, fue entrenada para averiguar el "cómo" en lugar del "porqué" de las cosas. Por qué nadie conoce a Alfredo Gómez Morel, suerte de Genet o nuevo Gorki (Neruda), publicado por la editorial francesa Gallimard y traducido a cinco idiomas, o por qué pasó inadvertida la muerte del escritor Francisco Coloane, cuya obra ha sido mundialmente reconocida, el 5 de agosto pasado, a los 92 años, .

El día en que le comunicaron la noticia en su casa de Nuñoa, Volodia declaró a los medios: "La cultura ha sido en Chile una especie de flor en el ojal; nos la ponemos en los días de fiesta. Y esto tiene relación con el libro que debe ser más barato, al alcance del pueblo, al alcance de los estudiantes, de los que no tienen plata..."

Arreglándose el cabello, pendiente de las cámaras y los reflectores, la ministra de Educación, Mariana Aylwin, trató de interrumpirlo: "Volodia... estái pasando harto avisos..." Sin inmutarse, el viejo siguió hablando: "...este premio lo dedico a quienes tienen la esperanza de que este país recuperará totalmente la democracia y que habrá cabida para todos..."

Una vez más, Volodia no hablaba para los ilustrados. Hablaba para el pueblo que a mediados de julio pasado montó una gran olla popular frente al Palacio de la Moneda, mostrando la miseria y la pobreza existente de millones de chilenos sacrificados por el "milagro económico". Hablaba para quienes, por ahora, no podrán leer sus libros.

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