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  • Se volvieron respondonas y aventadas
    Las mujeres de Atenco atisban la autonomía
  • "Cómo que ahora regresen a sus casas ¡sí cómo no! ¡hay que poner todo patas pa´ arriba!", dicen ellas
  • "Los molcajetes están arrumbados, abren una lata de salsa y ni modo ¡qué les vamos a decir!¡Ya hasta nos contestan!" se quejan ellos

María Rivera

 

Cortaron carreteras, participaron en marchas, enfrentaron las fuerzas policiales, tomaron la palabra. Desde el 22 de octubre del 2001, fecha en que se dio a conocer el decreto que expropiaba la mayor parte de las tierras de cultivo de San Salvador Atenco para la construcción del nuevo aeropuerto capitalino, las mujeres, machete en mano, se colocaron al frente de la resistencia, y a ellas se debe en gran medida el primer gran triunfo en muchos años de una movilización popular.
En los nueves meses que duró la lucha muchas cosas se transformaron en la región. Hasta las aguas profundas de la cotidianidad resintieron los cambios. Por ejemplo, las rígidas estructuras familiares que existían hasta entonces empezaron a ser cuestionadas por la vía de los hechos. Si las madres hacían guardias no podían cuidar los hijos. Si intervenían en las manifestaciones, menos. Al preguntarles por sus niños cada vez se volvió más frecuente escuchar: "están con su papá, en la casa".
El pasado 1 de agosto, tras la derogación del decreto, estalló la alegría entre los campesinos. Volvían a respirar tranquilos. Sus tierras, el patrimonio que les legaron sus antepasados, continuarían en sus manos. Pero en este territorio rebelde nadie habla de una vuelta a la vida anterior, y menos las mujeres.
Reconocen que ahora viene la parte más difícil, porque la construcción del municipio autónomo que se han fijado como meta, apenas comienza, y además, hay que generar un proyecto alternativo de desarrollo para sacar a la región de su ancestral marginación. Saben que hay que rehacer Atenco, pero no le temen a los retos. Si pudieron defenderlo también podrán enmendarlo, argumentan. "Cómo que ahora regresen a sus casas ¡sí cómo no! ¡hay que poner todo patas para arriba!", ríen retadoras.
Antes de la expropiación, relatan las campesinas, llevaban una vida apacible. Era un mundo tan tranquilo que un viaje a Texcoco, municipio colindante, era motivo de plática semanas enteras. Pero de pronto, el ver su patrimonio amenazado pasaron a la movilización de tiempo completo. Vivían alertas de que tronara un cohete -el medio de comunicación que enlazaba los pueblos amenazados- para correr a la plaza a ver qué sucedía.
En la primera manifestación que realizaron en el Zócalo a la desolación se sumó la inexperiencia en los menesteres políticos. El llanto se mezclaba con las consignas. En la siguiente marcha, rodeadas de policías y perros -"como delincuentes cuando lo único que hacíamos era defender lo nuestro"-, llegó la humillación y el temor.
Con los meses se empezaron a sentir más seguras. En las calles además de solidaridad encontraron su fuerza. Surgió en ellas una rebeldía que tal vez siempre habían albergado pero que nunca había tenido oportunidad de expresar. Hartas, indignadas, enfurecidas, tomaron los machetes sin importarles que muchos las calificaran de "mujeres malas". Se enfrentaron a los granaderos pese a los gritos de sus compañeros que les pedían que se retiraran -"lo que nos pase a nosotras le pasará a ellos", respondían inmutables-, y aprendieron a contener el asco que produce una granada de humo sin retroceder.
Una de estas mujeres, tal vez la más simbólica es María de la Luz González, mejor conocida por doña Lucha. "Yo entré al movimiento desde el principio porque no había de otra, comenta. Me he dedicado a trabajar nuestra parcela, que está en el paraje de Santa Rosa, desde hace muchos años. No alcanzaba con los 40 pesos diarios que ganaba mi esposo en la fábrica y panzona o no yo tenía que luchar para sostener a mis nueve hijos. Mis vecinas me decían a veces: ´ya no te montes en el surco porque te va a hacer daño´, pero qué me iba a cuidarij
"Por eso me dolió mucho ver cómo el infame gobierno nos iba quitar nuestra tierra, cuando era lo único que teníamos. Queremos seguir trabajando lo nuestro, no vivir como esclavos de otros".
Doña Lucha comenta que debido a su participación política recibió amenazas y su esposo perdió su puesto de empleado de limpia del ayuntamiento. "Yo le dije a él esta razón: el trabajo te durará un año, en cambio el terreno nos permitirá sostenernos siempre. A las que participamos en el movimiento trataron de presionarnos de muchas formas, nos dijeron escandalosas, mugrosas, porque de todo nos mal miran, pero gracias a Dios nunca nos echaron para atrás. Dejamos la casa, todo por andar aquí defendiendo lo nuestro.
__¿Y ahora, van a regresar a la casa para volver a lo de antes?
__¡A no, claro que no! Falta mucho que hacer por nuestro pueblo y nosotras queremos ser parte. Pero además ya no somos las mismas, hemos cambiado. Con el respeto que me merecen mi esposo y mis hijos pero la que grita en la casa soy yo.¡Ya va a ser que me voy a dejar! ¡Yo mi lugar me lo he ganado a pulso! Desde chica aprendí a defenderme en el campo porque nosotras las mujeres, andando afuera, cualquier pendejo quiere pasarse de listo. Por eso siempre he cargado mi machete, para cuidarme tanto de los animales como de los cristianos.
__¿Y ahora doña Lucha, qué sigue en Atenco?
__Ya nos dimos cuenta en este pueblo de lo que somos capaces. No vamos a dejar que vuelvan las anteriores autoridades porque nos vendieron. Los que ahora necesitamos es ser autónomos, que si algo decidimos lo hagamos entre todos. Vamos a seguir defendiendo lo nuestro. Ya no queremos que nos vengan a decir de afuera qué sí o qué no. Yo ya soy grande, voy a cumplir 60 años, pero quiero enseñar a mis hijos a luchar por sus tierras, para que cuando les toque hacerlo sepan cómo.
La participación de las mujeres en el movimiento también se ha hecho sentir en el discurso. Se han vuelto respondonas y aventadas. Cada vez que pueden piden el micrófono y se expresan con una elocuencia sin igual.
Dos ejemplos de este nuevo liderazgo son América del Valle y Marta Pérez. Ambas provienen de familias involucradas en el movimiento, pero cada una tuvo diferente motivación para incorporarse a la lucha por la defensa de la tierra.
Hasta antes del 11 de julio, fecha en que se suscitó el enfrentamiento entre campesinos y policías que derivaron en la posterior detención de algunos dirigentes de la Unión de Pueblos por la Defensa de la Tierra, a América -de 22 años- se le identificaba como la hija de Ignacio del Valle. Después de la crisis, en que asumió buena parte de las labores de dirección del movimiento, se ganó el derecho a tener una historia independiente de la de su padre.
La estudiante de Pedagogía reconoce que queda mucho por hacer para lograr una plena igualdad de géneros en Atenco, pero que en el tiempo que duró la movilización se generaron cambios importantes. "El machismo es algo muy arraigado en el pueblo. Yo también soy resultado de él, aunque trato de deshacerme de esa herencia. No hemos llegado al grado en que se reconozca totalmente a la mujer, pero se ha avanzado mucho desde el momento en que juntos estamos discutiendo qué vamos a hacer, cómo vamos a participar, a quien le toca hacer una guardia y a quien cuidar a los niños. Además hay que recordar que esto ha ocurrido en tan sólo nueve meses. Es difícil pensar que después de lo vivido las mujeres de Atenco se volverán a meter al hogar".
Por su parte la psicóloga Marta Pérez, de 40 años, indica que se involucró en el movimiento para poner en práctica sus ideas religiosas. Recuerda que desde pequeña participaba en las actividades de su parroquia, retiros espirituales y pláticas donde aprendió que los valores cristianos son universales, y corresponde a los humanos dotarlos de contenido.
"Para mí se trató de pasar de la teoría a la práctica, porque siempre he considerado muy importante la congruencia entre fe y vida. Cuando se dio a conocer la expropiación sentí como si me hubieran robado. De pronto algo que era nuestro, que nos pertenecía, nos lo quitaban. Siempre me han indignado las injusticias en cualquier parte del mundo, por eso mi reacción fue la misma que de la mayoría: incorporarme a las protestas".
También coincide con América del Valle en que después de su participación en el movimiento, las mujeres no podrán regresar a sus papeles anteriores de amas de casa. "Hemos entrada en una dinámica en la que buscamos mejorarnos y realmente practicar aquello en lo que realmente creemos, no creo que abandonemos fácilmente lo que hemos conseguido".
¿Y los hombres? Pues al menos en el discurso los dirigentes del movimiento han hecho constantes reconocimientos a la participación femenina. Pero en el ámbito cotidiano no faltan las quejas. "Ya no quieren guisar ahora prefieren andar macheteando -dice el ejidatario Manuel Álvarez-. Los molcajetes están arrumbados, abren una lata de salsa y ni modo, qué les vamos a decirij ¡Ya hasta nos contestan!".
Hace días, tras un encuentro campesino que se llevó a cabo en el pueblo, el cantautor Cayo Vicente empezó a cantar Tambores de Atenco, una pegajosa tonada, basada en un ritmo panameño, que se ha convertido en el himno del movimiento. Tras los primeros compases las mujeres se levantaran a bailar enarbolando machetes, y expedientes agrarios, en el caso de las visitantes. Ante el entusiasmo de las alegres bailarinas la canción tuvo que repetirse en varias ocasiones: en este momento ellas tienen la última palabra.

 

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