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Las mujeres en la resistencia argentina al neoliberalismo:

Garantizan la sobrevivencia, alimentan la rebeldía y carecen de tiempo para pensar en qué es ser mujer

  • Continuamos la historia de aquellas mujeres que, en siglos anteriores, lucharon por su derecho al pan y a las rosas
  • "Ni capitalismo ni patriarcado" dicen obreras de fábrica tomada
  • Hemos puesto nuestros cuerpos en la escena pública pero nos cuesta construir un espacio propio donde irrumpa con toda su ferocidad el mundo de lo privado
Olga Viglieca
 

En esta Argentina neoliberal...

¿Qué es el neoliberalismo en la Argentina? Es esa realidad donde muchas trabajadoras hace meses que no cobran su sueldo y sobreviven con pagos a cuenta para que vuelvan al trabajo el lunes: "Pero si las cosas mejoran me va a pagar, es como si tuviera un plazo fijo en un banco", dice Rosa, enfermera, irónica media sonrisa de pocos dientes, que nunca jamás tuvo un plazo fijo y difícilmente lo tendrá. En esta Argentina neoliberal vive Analie, una chica bajita, periodista por más de 15 años. Después de que la echaron del diario Clarín no encontró otro empleo, vive de su indemnización y un día se pintó, se puso una falda elegante y fue a ofrecerse al despacho de un legislador "progresista" para trabajar... gratis: "Me estaba volviendo loca en casa" --explica Analie. En esta Argentina vive Ana, 46 años de edad, 25 años de oficio, tal vez la periodista más prestigiosa en temas de energía de este país --dicen que cuando la echaron del diario, en una famosa petrolera brindaron con champán: no le perdonan sus notas sobre las privatizaciones--. Hace casi dos años que los rosales de Ana están exultantes: tiene tiempo de cuidar su jardín. En esta Argentina vive mi madre, maestra rural y económicamente autónoma desde los 16 años, educadora por más de medio siglo. Hoy, a los 77, esta anciana orgullosa y afable cobra una jubilación que no alcanza para sus remedios: la obra social de los jubilados --el cuarto presupuesto institucional del país-- fue vaciada por los gobiernos y ha dejado de atenderlos. En esta Argentina viven Irene, 26, y su hijo Leo, de 5. Son HIV positivos: los médicos olvidaron pedirle el análisis cuando se embarazó. Irene invierte dos semanas de cada mes en llevar sus cositas al trueque y las otras dos en trámites, sellos, maltratos, papeleos, necesarios para conseguir la medicación que la ley exige que el gobierno les entregue. Hace unos días en el hospital le avisaron que le iban a cambiar la medicación a Leo por otra más barata: Irene gritó, suplicó, amenazó y volvió al hospital decidida a encadenarse hasta que compraran el remedio indicado. Esta rubia pálida, delgadísima, dura como una estaca, les ganó la partida. Hasta la próxima vez. En esta Argentina vive Andrea, que este sábado en la asamblea del barrio contó que tiene estudios secundarios, que antes vivía en un departamento y que tenía coche. Pero que hace dos años que no trabaja y perdió todo y vive hacinada con sus dos hijos en los hoteles que paga el gobierno a (algunos) indigentes. Pero el gobierno avisó que no iba a pagar más, ella resistirá cualquier intento de desalojo. En esta Argentina vive Silvia a oscuras: hace más de un mes que le cortaron la luz por falta de pago. Dice que, sin luz, es difícil no caer en la depresión; todas las tardes va, solitaria, con su cartel, a hacer su escrache individual frente a la empresa Edesur. En esta Argentina vive Nina Peloso, una correntina bajita que no llega a los 40 pero que dirige desde su metro cincuenta a miles de piqueteras y piqueteros del Movimiento de Inquilinos, Desocupados y Jubilados. Su marido, Raúl Castels, hace un par de años que está preso. En esta Argentina vivía María Adela Gard de Antokoletz, una anciana distinguida y cordial, fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Murió hace unos días, avanzados los 90: el diario La Nación se negó a publicar su aviso mortuorio porque lo firmaba el hijo desaparecido. "A los muertos los despiden los vivos", arguyó un empleado. María Adela pidió que sus cenizas se arrojaran al río, allí donde la Fuerza Aérea arrojó desde sus aviones a los desaparecidos. Este fin de semana la Fuerza Aérea hizo acrobacias en ese lugar, celebrando el día del Niño. Raquel, Marta y sus compañeros de HIJOS elevaron carteles sostenidos con globos que decían:. "Desde esos aviones se arrojó a nuestros padres". En esta Argentina vive Norma, piquetera de Avellaneda, la zona del conurbano donde, en un corte del Puente Pueyrredón, la policía mató a dos jóvenes e hirió de balas de plomo a 140 personas a fines de julio. Ese día le cuajaron la espalda con balas de goma. Pero hoy está feliz: se va con dos centenares de piqueteras al Encuentro de Mujeres de Salta: "Las mujeres sostenemos nuestro hogar, la crisis cae sobre todo en nuestras espaldas. Necesitamos hablar y decidir un rumbo entre todas", dice con convicción.
Hace una década, aunque parezca un siglo, este país llamado Argentina garantizaba la atención médica. Pero los gobiernos redujeron los aportes patronales y privatizaron la seguridad social, que quedó en manos de capitales internacionales, las Aseguradoras de Fondos de Pensión. Antes tener luz eléctrica era un derecho humano. Pero las empresas públicas se privatizaron y las privatizadas no tienen posición tomada sobre más derecho que el de sus ganancias. Antes, una docente jubilada vivía una vejez serena, pero sus aportes fueron usados para pagar los servicios de la deuda externa y hoy cobra las migajas. Antes no había ni niños ni lisiados mendigando en las calles porque para albergarlos estaban los hospitales, la escuela y la casa. Pero ahora las escuelas se quedan sin alumnos, las villas miserias duplicaron su población y tres de cada cuatro niños viven bajo la línea de pobreza.

El mal chiste de la comunicación y el mundo sin fronteras

La globalización globalizó sobre todo la miseria y la degradación. En el mundo global sin fronteras, el "sin fronteras" sólo se hace verdad para los capitales que fluyen por el planeta sin que nadie controle ni las áreas de inversión, ni las remesas que envían a sus países de origen ni mucho menos qué dejan y qué se llevan cuando deciden irse. Mientras el dinero se mueve sin fronteras, los traficantes de personas burlan las fronteras y estas se endurecen para la migración dividiendo a los humanos en legales e ilegales.
En este mundo global, sobre cuyas ventajas,sesudos académicos nos adoctrinaron hasta el aburrimiento, lo hemos perdido todo. Las maravillas de la comunicación inmediata son un mal chiste si cancelan miles de líneas telefónicas, cada mes, por falta de pago, o si se lee a la luz de la vela, o si los supermercados exhiben delicias pero la yerba mate cotiza en dólares o si los medicamentos son inaccesibles y no se los puede producir porque a la hora de defender las patentes medicinales todos los epígonos del mundo global se vuelven tenazmente nacionalistas.
En los últimos tres años, ¿dos mil? ¿tres mil? mujeres dominicanas llegaron a Buenos aires. A ningún funcionario de Aduanas lo inquietó esta inmigración poco convencional. Tampoco se extrañó su embajada. Y mucho menos la policía se extrañó de que las estaciones de trenes se poblaran de prostitutas negras. Es lógico. Hace un par de meses se supo que el enigmático asesino serial que llevaba años asesinando prostitutas en la zona de Mar del Plata no era un asesino sino varios, asociados en el tráfico de mujeres: todos vestían el uniforme de la policía bonaerense.

Neoliberalismo, resistencia y doble jornada

En el último año, más de mil 200 empresas previamente vaciadas fueron abandonadas por sus dueños. A unas 90, los trabajadores las ocuparon y echaron a andar la producción bajo control obrero o como cooperativas. Los dueños de la textil Brukman escaparon (SIC) en diciembre. En sus épocas de gloria, Brukman empleaba más de 600 costureras: quedan menos de 100. Las importaciones de textiles fabricados por mano de obra semiesclava en Asia arruinaron la industria textil y redujeron a la semiesclavitud a las trabajadoras argentinas. En los últimos tiempos, las costureras de Brukman recibían cada viernes, por todo concepto, cinco pesos (menos de dos dólares). Cuando los patrones huyeron, las costureras echaron a andar la fábrica. Le propusieron al gobierno local producir sábanas e insumos para los hospitales públicos, pero éste rechazó la oferta. Así que continúan fabricando trajes y ropa fina. La venden y así costean los gastos y los salarios. Un intento de desalojo fue impedido por la firmeza de las trabajadoras y la solidaridad de las asambleas populares, que rodearon la fábrica. El 8 de marzo, convocaron a un acto en la planta: "Ni capitalismo ni patriarcado", decía un gran cartel. "Fábrica bajo control obrera", decía otro. Hace una semanas, las trabajadoras difundieron un llamamiento al Encuentro de Mujeres de Salta, donde participarían unas diez mil mujeres de todo el país. Lo que sigue es un fragmento:
"Algo cambió en la Argentina en diciembre del año pasado. La gente recuperó las calles, se movilizó, se organizaron asambleas barriales. El pasado 8 de marzo, por primera vez, las trabajadoras de Brukman conmemoramos nuestro día en la fábrica tomada y produciendo bajo control obrero. Como si continuáramos la historia de aquellas mujeres que, en siglos anteriores, lucharon por su derecho al pan y a las rosas.
Las mucamas, enfermeras y empleadas de la Clínica Junín de Córdoba también impidieron el cierre, que ahora se encuentra trabajando al servicio de los más necesitados de atención en salud. Y las trabajadoras de Zanón que, aunque son pocas, se mantienen firmes junto a sus más de trescientos compañeros produciendo en la fábrica bajo control obrero.
"Las obreras de la multinacional Pepsico resistimos los despidos de nuestras más de 130 compañeras y hoy, por luchar, sufrimos más despidos y la persecución patronal, que mantiene suspendidos a los delegados y ha rodeado la fábrica con personal de seguridad para intimidarnos. Otras compañeras, como las de Panificación 5, han evitado el cierre de la empresa y hoy, con la ayuda de la asamblea barrial, la convirtieron en una cooperativa. Nuestras hermanas que se encuentran desocupadas también pelean contra la miseria, por un trabajo digno, y enfrentaron en muchas ocasiones la represión de la policía, la gendarmería y los gobiernos de turno.
Todas nosotras, en nuestras luchas, contamos con el apoyo de las vecinas de las asambleas barriales, de las jóvenes estudiantes de las universidades y de algunos movimientos de desocupados, de abogadas, de feministas, de partidos políticos de izquierda y de periodistas que divulgaron nuestras luchas por todos los medios. "

La urgencia del día a día: poco tiempo para pensar en qué es ser mujer

Las mujeres, una vez más, somos protagónicas a la hora de fijar la raya a este desquicio, como lo hemos sido en otros. Ahora, en los piquetes, en las rutas, en las asambleas, en los cacerolazos, en los comedores populares, sabemos alternar la practicidad que garantiza la sobrevivencia con la furia que alimenta la rebeldía.
Pero como dicen las obreras de Pepsico: "las mujeres no sólo tenemos que soportar la desocupación, la miseria, la explotación en nuestros trabajos. Somos las que tenemos doble jornada laboral, porque hacemos también todas las tareas de la casa. Somos las que cobramos menos que los varones aunque hagamos el mismo trabajo. Somos las que soportamos el acoso sexual, las violaciones, el abuso y la violencia. Somos las más pobres de entre los pobres y somos las que, aún en este siglo, tenemos menos acceso a la educación. Somos las que morimos por los abortos clandestinos, o en los embarazos y en los partos por no contar con la atención básica en salud, las más afectadas por la desnutrición y por el SIDA".
A pesar de que "algo cambió en Argentina desde diciembre", acorraladas por la urgencia del día a día, nos va quedando poco tiempo para acordarnos de pensar qué significa que seamos mujeres. Simplemente nos vemos, nos reconocemos, hacemos alianzas para soportar la barbarie y para pelear contra la barbarie. Hemos puesto drásticamente nuestros cuerpos en la escena pública, hemos alzado nuestra voz y exigido de nuestros compañeros que respeten nuestra particular manera de hacer uso de la palabra. Hemos instalado de facto el respeto a nuestro lesbianismo --las que somos lesbianas--en las asambleas y los piquetes. Hemos discutido el derecho a abortar y a tener planes de contraconcepción gratuitos en el sistema de salud. Pero nos cuesta construir un espacio propio, de mujeres, en el que se decanten nuestras singularidades, donde se abra, explícita, la subjetividad, donde irrumpa con toda su ferocidad el mundo de lo privado, ese otro gran espacio de conflicto en el que se soporta el patriarcado neoliberal.

 

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