Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Jueves 29 de agosto de 2002
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Política

Soledad Loaeza

Los misterios del liderazgo presidencial

Muchos creen que uno de los mayores éxitos recientes de la mercadotecnia política fue la victoria del candidato Vicente Fox. Si así fuera, entonces tendrían que admitir que uno de los mayores fracasos de esta profesión ha sido su incapacidad para construir un liderazgo presidencial. En los tiempos de la campaña electoral los foxistas manufacturaron una candidatura a partir de la imagen del vaquero Marlboro, al que adornaron con los atributos de un líder fuerte y determinado. Perdieron de vista que el ranchero texano a la John Wayne podía ser atractivo en algunas regiones del país o entre grupos sociales que consideran que Houston es la nueva Atenas, pero difícilmente podía identificarse con la mayoría del pueblo mexicano. En forma incomprensible insistían en que el "pueblo" se miraba en el espejo del candidato Fox, a pesar de que su aspecto, su trayectoria e incluso su lenguaje eran muy ajenos a la mayoría de los mexicanos.

Primero, el estilo de Vicente Fox es característico de una región del país -el Bajío cristero- y de una clase social, la pequeña clase media provinciana; en segundo lugar, una buena proporción del "pueblo" mexicano no usa botas, sino que se aferra a los huaraches y a las sandalias, aunque no sea más que por el clima; por último, el presidente Fox habla como los estudiantes del Tec de Monterrey, que no son precisamente lo que a uno le viene a la cabeza cuando se habla del "pueblo". Por otra parte, siendo la historia de este país la que es, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, el empresario en México no es una figura ideal que inspira ni conmueve. En realidad todos los atributos que los foxistas y sus mercadotécnicos le descubrían al candidato hablaba antes que nada de ellos mismos, pero sobre todo de sus prejuicios en relación con los mexicanos. Hoy es claro que la victoria del candidato Fox se explica por lo que ya no queríamos, y no por lo que queríamos.

El hartazgo que habían provocado el PRI y muchos priístas redujo el efecto negativo que hubieran podido tener los presupuestos falsos de los que partieron los autores de la campaña foxista sobre su victoria. No obstante, hay muchos indicios de que las dificultades que ha tenido Fox para definir su liderazgo como jefe del Ejecutivo son producto de nociones falsas y lugares comunes a propósito de lo que los mexicanos esperamos del Presidente de la República, y en este caso ya no hay tabla de salvamento. Para desentrañar lo que se ha revelado como un gran misterio, el liderazgo presidencial que requiere el país, los estrategas harían bien en dejar de lado los lugares comunes a propósito de que los mexicanos queremos un "padre", un "emperador" o un "hombre fuerte".

Hace unos días el IFE dio a conocer los resultados de una encuesta nacional, levantada en 1999, sobre "Ciudadanos y cultura de la democracia" que revela que las actitudes de los ciudadanos en relación con la autoridad presidencial poco tienen que ver con los mitos sobre los que se ha tratado de construir un presidencialismo foxista, fundado en la personalización del poder y en los rasgos caracterológicos del Presidente de la República. Por ejemplo, 60 por ciento de los encuestados respondió que elegiría líder al candidato que conociera y aplicara las leyes, de preferencia frente al que respetara las tradiciones y al que convenciera y tuviera muchos seguidores. Esta respuesta sugiere que para la mayoría de los mexicanos la autoridad presidencial está estrechamente vinculada con la ley, antes que con una determinada personalidad. Esta respuesta no se contradice -como afirman las autoras del estudio- con la convicción de 76 por ciento de los encuestados de que el país necesita un líder fuerte, porque aunque admitiendo sin conceder que la expresión "líder fuerte" puede ser equívoca, no es equivalente con un presidente que se impone a la ley, un líder autoritario, y mucho menos un dictador. Un "líder fuerte" evoca la imagen de un presidente enérgico, determinado, capaz de tomar decisiones, asumir responsabilidades y resistir presiones. Para completar esta imagen del presidente que esperan los mexicanos habría que considerar que 78 por ciento de los encuestados afirmó preferir que las decisiones las tomaran todos los partidos, aunque se tardaran.

Los repetidos fracasos de Cuauhtémoc Cárdenas como candidato presidencial tendrían que ser prueba suficiente de que la mayoría de los mexicanos no queremos un tata como presidente: un hombre compasivo y tierno, que nos comprende sólo con mirarnos, cuya autoridad se impone naturalmente. Si algo ha significado el cambio político para los mexicanos ha sido la auténtica mayoría de edad.

En los casi dos años el presidente Fox ha estado a la búsqueda de un liderazgo distintivo. Se ha probado muchos trajes: el de la ruptura, el de la continuidad, ha sido empresario voluntarista y audaz, guía moral, pacificador internacional, promotor de inversiones, humilde creyente, militante partidista, confidente radiofónico, amigo de los niños (y de las niñas), recién casado enamorado, pararrayos de la furia pública contra sus secretarios y todos los demás que se vayan ofreciendo. Pero hasta ahora ninguno parece quedarle bien, y tampoco le han ayudado a sentarse confortablemente en la silla presidencial.

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