Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 24 de agosto de 2002
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Mundo

En 1977, el gobernador de Massachusetts proclamó que eran inocentes

Con igual clima de linchamiento, recuerdan en EU los 75 años de las ejecuciones de Sacco y Vanzetti

Inmigrantes y anarquistas, fueron declarados culpables de asesinatos que no cometieron

JIM CASON Y DAVID BROOKS CORRESPONSALES

Nueva York y Washington, 23 agosto. En un clima no tan diferente al actual, después de redadas de miles de inmigrantes acusados de antiestadunidenses y "extremistas", hoy ha-ce 75 años fueron ejecutados en Boston un zapatero y un vendedor de pescado, Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti.

Ambos eran inmigrantes italianos anarquistas. Fueron acusados de dos asesinatos durante un robo en 1920, un crimen que millones en todo el mundo sabían que se había usado contra los dos inmigrantes inocentes, pero del que se les responsabilizó sólo porque eran "radicales" y extranjeros en un país que vivía en medio de una ola de represión contra "los rojos".

A pesar de apelaciones, de un testigo arrepentido que reveló a los verdaderos culpables, de un juicio donde el fiscal y el juez aseguraron el fallo y de movilizaciones en el mundo contra la condena, el 23 de agosto de 1927 Sacco y Vanzetti fueron ejecutados por el estado de Massachusetts.

Cincuenta años más tarde, en 1977, el entonces gobernador de Massachusetts proclamó que los dos hombres habían sido condenados injustamente.

Como escribió el historiador estadunidense Howard Zinn en su libro La otra historia de Estados Unidos, el procurador general de Woodrow Wilson, Mitchell Palmer, co-menzó una serie de redadas en 1919 y 1920 bajo una ley recién aprobada que permitía la deportación de todo extranjero que se opusiera al gobierno o que defendiera la destrucción de la propiedad privada.

Entre los primeros 249 deportados se en-contraban Emma Goldman y Alejandro Berkman. Otros 4 mil fueron arrestados un mes después, entre ellos un compañero de Sacco y Vanzetti, quien murió misteriosamente en manos de las autoridades.

Al enterarse, los dos inmigrantes empezaron a organizar un mitin de protesta en Boston, y cuentan que se armaron ante la represión. En esos días fueron arrestados.

Vanzetti adoraba la música, a Dante y a otros grandes de la literatura, y se dedicó a estudiar por qué millones de personas trabajaban hasta morir en la miseria mientras unos cuantos vivían en opulencia, cuenta May Brooks en su libro El otro gringo (pu-blicado por La Jornada).

Trabajó en canteras de piedra en Connecticut, como peón en Youngstown, Ohio, en las fábricas de acero de Pittsburgh y encabezó una huelga en Massachusetts.

"Aprendí que la conciencia de clase no era una frase inventada por los propagandistas; era la fuerza vital, real, y aquéllos que sintieron su significado dejaron de ser bestias de carga y se volvieron seres humanos", escribió Vanzetti.

Vanzetti fue puesto en las listas negras por su participación en una huelga en 1916, se dedicó a vender pescado, y se hizo amigo de su paisano Nicola Sacco. Ambos se opusieron a la Primera Guerra Mundial, y junto con un grupo de anarquistas italianos abandonaron el país para refugiarse en México durante esa guerra, y cuando ésta concluyó regresaron a Massachusetts.

El juego de la felicidad

Los dos hombres participaron en huelgas, y apoyaron otras luchas obreras y de defensa de trabajadores inmigrantes.

Pero en 1920 ambos ya estaban en las listas secretas del Departamento de Justicia, y el 5 de mayo de ese año fueron detenidos, informa Brooks en su libro. Su juicio de-mostró que no tenía nada que ver con el crimen del cual eran acusados, sino por sus actividades políticas y sus posiciones.

El 14 de julio de 1921 fueron declarados culpables y condenados a morir en la silla eléctrica. "šSonno inocente"! gritó Sacco en el tribunal. "šMatan a hombres inocentes!", dijo tranquilo Vanzetti.

Fracasadas las apelaciones judiciales en el caso, que llegó hasta la Suprema Corte, se realizaron movilizaciones populares de protesta por todo este país y el mundo. Las solicitudes de clemencia a las autoridades llegaron de figuras como George Bernard Shaw, Albert Einstein, Romain Rolland, Sinclair Lewis y H. G. Wells.

Después de nombrar a los rectores de Harvard y del MIT y a un magistrado para revisar el caso judicial y recomendar la clemencia, el gobernador aceptó su recomendación para proceder.

El día de la ejecución cientos de miles de personas participaron en manifestaciones en varios estados y ciudades. En la ciudad de Nueva York la policía chocó contra unos 50 mil manifestantes, y miles más se concentraron en Boston para expresar su ira.

La noche antes, Sacco escribió una última carta a su hijo Dante: "Así, hijo, en lugar de llorar, sé fuerte para que puedas confortar a tu madre, y si quieres distraer a tu madre del desaliento te diré lo que yo solía hacer. Llevarla a dar un largo paseo por la quietud del campo, a cortar flores silvestres, de aquí y allá, descansen en la sombra de los árboles... Pero recuerda siempre, Dante: el jue-go de la felicidad no lo uses sólo para ti... ayuda a los débiles que claman por ser ayudados, ayuda a los perseguidos y a las víctimas, porque ellos son tus mejores amigos; son los camaradas que luchan y caen como tu padre y Bartolomeo, que lucharon y cayeron... por conquistar el goce de la libertad para todos".

Cuatro meses antes, Vanzetti escribió: "Si no hubiera sido por esto, pude haber vivido mi vida entera hablando en esquinas frente a hombres que me despreciaban. Pude ha-ber muerto sin que nadie supiera de mí, co-mo un desconocido, un fracasado. Ahora no somos un fracaso. Esta es nuestra carrera y nuestro triunfo. Nunca en toda nuestra vida podríamos haber esperado emprender tal lucha por la tolerancia, por la justicia, por el entendimiento del hombre por el hombre, como lo hemos hecho ahora por accidente... La pérdida de nuestras vidas, las vidas de un buen zapatero y un pobre vendedor de pescado, todo. Ese último momento nos pertenece, esa agonía es nuestro triunfo".

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