Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 24 de agosto de 2002
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Mundo

Manuel Vázquez Montalbán

11 de septiembre o el sumidero de la razón

Mientras Europa central se encharca y los ecologistas se suben a los cielos prometiendo catástrofes si no se frena el efecto invernadero, la señora Palacios, nueva ministra española de Asuntos Exteriores, ha declarado a los estadunidenses que Saddam es un peligro, pero que España no entendería un ataque a Irak. Creo que la inmensa mayoría de los españoles no quieren saber de Irak ni de Arabia Saudita, ni de la renovada y sospechosa amenaza del ántrax sobre los estadunidenses, habida cuenta de que el nuestro es un país que ya ha ganado las guerras fundamentales, para empezar la de la reconquista contra el Islam en 1492.

Con tantos siglos de ventaja es lógico que los españoles no entendamos las tribulaciones de los yankis en un mundo que tienen al alcance de todos sus misiles inteligentes, pero en el que se les escapa en vespa nada menos que el jefe de los talibanes. Además tuertos. En situaciones de este tipo y frenada la tendencia inicial de machacar fundamentalistas e islámicos agresivos ahí donde se den, sea en las selvas filipinas o en la sabana sudanesa, Irak reaparece como el eterno recursos.

Desde los tiempos de Bush padre todas las administraciones estadunidenses han bombardeado Irak, más para recordarnos dónde está el enemigo que por una exigencia hegemónica. Tan a recurso suena cualquier ataque a Irak, que hasta los ciudadanos británicos opinan mayoritariamente que nada obliga a enviar a los gurkas para que impongan los valores ya no de occidente, sino del norte. Blair no prestaría atención a este sondeo en caso de que Estados Unidos decidieran finalmente la ofensiva, porque está escrito que el único imperio que les queda a los ingleses es el estadunidense.

De momento Estados Unidos ha puesto en la alternativa democrática a Saddam, en el escaparate de su presunta intervención. Esta vez se emite la señal de que el derrocamiento del dictador sería inexcusable y en su lugar aparecería una democracia convencional dispuesta a gobernar sobre lo que quedara de un país que ha pasado en el último cuarto de siglo por feroces guerras contra Irán, respaldadas por las entonces llamadas potencias occidentales; la brutal represalia estadunidense e internacional para liberar Kuwait y el bloqueo posterior que la ciudadanía iraquí ha soportado por el andamiaje represivo y organizativo de la dictadura. Como en Afganistán, a Irak ya sólo le falta una operación de destrucción sistemática de sus infraestructuras para pasar de la más absoluta miseria a la nada, en un momento en el que vuelven a circular malos vientos petrolíferos y hasta Arabia Saudita puede aparecer como la criada obligada a ser respondona por los excesos imperiales no encubiertos de la Operación Libertad Duradera y por la utilización que el gobierno israelí ha hecho de su condición de centinela estadunidense situado al borde del inmenso lago subterráneo petrolífero que todavía mueve el mundo.

Mientras Europa lucha contra el agua, Estados Unidos prepara de nuevo el fuego, a punto de cumplirse el primer aniversario del atentado de Nueva York, desde la confianza de que el seguidismo o el servilismo estratégico internacional convertirá el 11 de septiembre de 2002 en el día de la tristeza cósmica. Desde los héroes del rock hasta las industrias de la hamburguesa van a pronunciarse, y asistiremos a un despliegue propagandístico sin precedentes en la historia humana. Contribuirán sobremanera los gobiernos de mayor y menor obediencia a las pautas del imperio, pero el español ya ha anunciado su decidido empeño de aparecer en primera fila y no habrá medio de comunicación que no convierta el 11 de septiembre en un día de expiación depurativa colectiva.

Habrá pasado un año desde el alarde de fuerza terrorista y el balance político es alarmante. El retroceso de la democratización formal ha llevado aparejada una cierta desmovilización del frente antiglobalizatorio, embarazado por cualquier posible sospecha de coincidencia o complicidad con el terrorismo. Se violan los derechos humanos en el trato con los supuestos terroristas detenidos y todavía nadie ha pedido explicaciones a Estados Unidos sobre la no declarada guerra a Afganistán y la apropiación indebida de prisioneros que al no ser de guerra nadie sabe qué naturaleza darles más allá de la fórmula enemigos residentes en Guantánamo. Bin Laden sigue donde estaba, el crecimiento del islamismo radical no ha cesado, la guerra civil entre israelíes y palestinos cumple su papel de trinchera obligada para justificar el nuevo orden del universo, que empezó a escenificarse en la cínica guerra del Golfo. Saddam aparece de nuevo a tiro y el espectáculo no conmueve por lo previsible, pero puede darse, según las condiciones de ocultamiento que el poder político militar de la galaxia puede imponer incluso a las no guerras retransmitidas en directo.

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