Tibol: son una obra de Rivera rica en todos
sentidos
Los murales de Chapingo semejan una gran sinfonía
Circula libro de la historiadora de arte sobre el pintor
MARIA RIVERA
La escena ocurre en la ex hacienda de Chapingo el año
de 1924. Mientras trabajaba en la bóveda de la capilla de la Escuela
Nacional de Agricultura (ENA), Diego Rivera se desvaneció y a punto
estuvo de caer al vacío. Se encontraba en la plenitud, a sus 37
años, pero las agotadoras jornadas de trabajo a las que se sometía,
desde el amanecer hasta entrada la noche, sin apenas comer, lo habían
puesto al borde del colapso.
Diversas
fuentes relatan que dormía en un catre de campaña junto a
la obra, y en la madrugada sus ayudantes lo despertaban para avisarle que
tal muro tenía el grado de humedad requerido para que comenzara
a pintar. Pero las exigencias de la técnica del fresco son sólo
parte de la explicación del febril ritmo que sostenía el
artista. Lo medular es el hecho de que trabajaba en las paredes de la ENA
al mismo tiempo que en las de la Secretaría de Educación
Pública (SEP).
Todo esto sin descuidar su militancia en el Partido Comunista
Mexicano, que incluía reuniones internas, redacción de textos,
preparación de conferencias y participación en actos públicos.
Pese al descomunal esfuerzo que requirieron estos frescos,
se consideran la obra máxima del pintor. Raquel Tibol, autora de
Los murales de Diego Rivera, Universidad Autónoma de Chapingo,
de reciente publicación por la editorial Reverte, explica que en
lo que ahora se denomina capilla riveriana se aprecia una labor similar
a las grandes sinfonías, donde una superposición de temas
se van enlazando, sin perder su autonomía.
Sin disimular su admiración, la historiadora y
crítica de arte afirma que se puede hablar de la experiencia Chapingo
como total, ya que no sólo se limita al ámbito estético,
sino que abarca al conocimiento filosófico, sociológico y
finalmente humano. "Esta obra es rica en todos los sentidos que uno busque".
Rivera había regresado en 1921 a México,
tras más de una década de estancia en Europa, y estaba deslumbrado
por el país que encontraba. Durante el gobierno de Alvaro Obregón,
entre 1920 y 1924, se habían entregado más de 1.5 millones
de hectáreas a casi 170 mil familias, y si bien esa reforma agraria
acelerada no solucionaba de raíz los problemas de los campesinos,
por lo menos les ofrecía una compensación por su lucha y
sentaba las bases para la pacificación del país.
Pero el reparto era sólo una etapa del camino,
todavía faltaba superar una serie de lances y desafíos.
En 1923 se trasladó la Escuela Nacional de Agricultura
a la ex hacienda de Chapingo, como parte del programa agrario obregonista,
que requería técnicos dispuestos a impulsar las nuevas ideas.
El lema de la institución no dejaba lugar a dudas: "Aquí
se enseña a explotar la tierra, no al hombre".
La elección del lugar estaba llena de simbolismo.
Las fértiles tierras pertenecieron inicialmente a la Compañía
de Jesús y con el tiempo pasaron por las manos de una serie de nobles,
hasta terminar en las de Manuel González, ex presidente del país
durante el porfiriato. Por eso cuando Marte R. Gómez, director de
la escuela, y Ramón Denegri, secretario de Agricultura, ofrecieron
a Rivera narrar las gestas campesinas, éste no lo dudó ni
por un momento.
El pago pactado fue de 20 pesos por metro cuadrado, precio
que cobraba por entonces un pintor de brocha gorda. De acuerdo con el espíritu
de la época, los muralistas debían ser considerados simples
obreros manuales, alejados del individualismo burgués.
Una de las partes que enfatiza Tibol en su libro, es que
en Chapingo es donde Rivera logra afinar su técnica del fresco.
Tras un mal inicio en el edificio de la dirección, debido a que
ensayó una serie de fórmulas de origen prehispánico
sugeridas por su ayudante Javier Guerrero, que terminaron ennegreciendo
las figuras, rectificó. Al regresar a las preparaciones clásicas
de los antiguos maestros italianos abrillantó sus colores.
Narración y simbolismo
En la ex hacienda de Chapingo, Rivera trabajó en
dos edificios, en lo que era la casa grande, que actualmente es sede del
Museo Nacional de Agricultura, y en la capilla. "La diferencia expresiva
entre una y otra sección -apunta Tibol- es muy evidente. En una
el acento se pone en los narrativo y en la otra en lo simbólico".
En su primera etapa -en la cual destacan los tableros
de El mal gobierno y el buen gobierno y El espíritu de
la Revolución-, el muralista realiza un arte social directo,
que relata el reparto de tierras y el abrazo del obrero y el campesino.
Lo popular y lo anecdótico de los tramos iniciales no fue sólo
resultado de la especulación artística, sino consecuencia
de su contacto directo con los campesinos de la zona de Texcoco. "Si se
inauguraba una escuela rural, continúa la crítica, Diego
iba a la ceremonia; si los labriegos acudían a observar los cultivos
experimentales para mejorar las cosechas, ahí estaba tomando apuntes".
En la segunda parte de la obra, en la capilla riveriana,
el argumento es mucho más evolucionado, pleno de simbolismos. En
las paredes más iluminadas plasma la transformación social
(La formación del liderazgo revolucionario, La tierra oprimida
y La trilogía de la Revolución), mientras que en los
muros a contraluz, a manera de contrapunto, pinta los desnudos simbólicos
de la evolución natural (Las fuerzas subterráneas, La
germinación, La floración y Los frutos de la tierra).
Al fondo colocó el imponente mural La tierra
fecunda y la familia humana, y en el arco que soporta el antiguo coro,
La tierra dormida.
A la entrada la nave se encuentra Las ofrendas de la
tierra, mientras que en la pared de la derecha está La sangre
de los mártires agrarios, donde se ven los cadáveres
de Emiliano Zapata y Otilio Montaño, envueltos en sudarios rojos.
Sobre ellos crecen las milpas que simbolizan que su muerte no ha sido en
vano. En el muro izquierdo se encuentra El agitador, un campesino
con overol de obrero, que representa la alianza entre estas dos fuerzas
sociales.
La bóveda se divide en cuatro partes, la primera
está dedicada a los elementos -tierra, lluvia, sol y aire- y las
restantes con figuras masculinas desnudas del torso y las piernas.
Tibol explica que su principal propósito con este
libro fue fijar fechas, porque en la historia del muralista hay una serie
de inexactitudes tremendas, aún por parte de autores serios. "He
manejado mucho la parte documental de Rivera y he tratado de corregir y
aportar. Establecida la cronología pueden empezar las especulaciones
o las deducciones. Esta es una época de enorme agitación
y no es lo mismo el 23 con Obregón, que el 26 con Elías Calles,
el contexto sociopolítico es totalmente diferente. Pero además
dentro de la vida misma del pintor cada año tiene un sentido".
Recuerda que durante mucho tiempo se consideró
a los murales de Chapingo como los terceros en su cronología oficial,
posterior a los de la SEP. Pero tras una ardua labor de investigación
ha podido concluir que el pintor laboraba tres días en la ciudad
de México y el resto de la semana en las inmediaciones de Texcoco.
Otra de las aportaciones de Los murales de Diego Rivera
es la de ubicar modelos, sentidos y técnicas utilizadas. Dos personajes
gravitan en la capilla: Lupe Marín, por esa época esposa
del artista, y Tina Modotti, su amante. La primera inspiró, entre
otras figuras, la monumental Tierra fecunda. Raquel Tibol comenta
que en los años 50, en una de las tantas entrevistas que le hizo
al pintor guanajuatense, éste le confió que la modelo que
más lo había sensibilizado en su vida había sido esta
tapatía alta, de enormes ojos verdes. Mientras que la belleza de
la fotógrafa italiana quedó representada en La Tierra
dormida, considerado uno de los desnudos más grandes de la historia
del arte.
En el aspecto simbólico, señala Tibol, el
contrapunto que establece entre las dos paredes de la capilla habla de
una mente muy evolucionada.
Pese a que siempre se ha destacado la sensualidad de esta
obra de Rivera, Tibol no cree que deba reducirse a esa lectura. "En el
muralismo riveriano hay demasiados elementos. Diego puede mezclar, y hacerlo
felizmente, lo erótico con la lucha social. Por ejemplo, la flor
roja que emerge de La sangre de los mártires agrarios posee
una sensualidad tremenda".
Después de entregar este mural terminado en 1927,
Rivera realizó una serie de modificaciones en 1946. Pintó
los retratos de Denegri y Marte R.Gómez, en la dirección
de la escuela, como un signo de agradecimiento por su invitación.
El problema surgió cuando Gómez le pidió que también
incluyera al presidente de ese entonces, Manuel Ávila Camacho. El
resultado final no fue muy halagüeño, las figuras "quedaron
como elementos extraños, ajenos a cualquier simbolismo que justificara
su presencia", comenta Tibol en el texto. A cambio le reconoce la excelente
factura de la obra.
Sin embargo, ni esta acción ni otras que le han
señalado al muralista hablarían de una pintura al servicio
del poder público. "No fue así, porque ni el poder era tan
poderoso, ni los pintores estaban dispuestos a servirlo por encima de su
ideología. Había una especie de convenio, a ver hasta dónde
podían expresar sus principios, y creo que en Chapingo Rivera lo
hizo", concluye Raquel Tibol.