Vilma Fuentes
Hugo y Dumas: dos siglos de vida
Sin duda una de las pruebas póstumas para un escritor
es la conmemoración de uno de sus dos aniversarios: nacimiento o
muerte, el festejo es triunfal. Corren el riesgo de quedar enterrados bajo
la avalancha de elogios ditirámbicos. En general brindados por personas
que saben satisfacerse con dos versos aprendidos de memoria sin incurrir
en el peligro de sufrir una jaqueca con la lectura de un libro. Qué
importa, el autor en cuestión es patrimonio nacional y cada quien
puede sentirse el propietario inherente y legítimo de la totalidad
de la obra aunque no conozca ni una página. El escritor, propiedad
pública, puede utilizarse para los fines más diversos. Así,
los políticos por ejemplo, lo confunden con un héroe o una
batalla victoriosa que debe citarse en un discurso sobre la agricultura,
la ecología o la defensa de la industria electrónica. El
escritor conmemorado se vuelve defensor de los derechos del hombre, republicano,
de izquierda, monárquico, abolicionista, protector de animales,
partidario del feminismo y de la lucha antitabaco según las ideologías
y militancias esgrimidas. Por su parte, los profesores abruman a los alumnos
con tesis e interpretaciones novedosas capaces de volver oscuro al escritor
más claro, cuando no lo convierten en paradigma de vida ?aun cuando
su biografía nada tenga en común con la edificación
que se pretende inculcar en la escuela.
Para colmo, a diferencia de los héroes y las batallas,
la fecha de nacimiento de un autor no alcanza la inestimable suerte de
convertirse en una día feriado que reconcilie a los alumnos con
su obra al permitirles decir: hay puente esta semana pues Víctor
Hugo cae en jueves.
Sin embargo, el panorama que presentan estas celebraciones
no es por completo catastrófico. Las agencias de turismo ofrecen
precios especiales para una visita guiada a la casa de Hugo en la plaza
de Vosges o un fin de semana en Guernesey, donde vivió su largo
exilio. Los niños, obligados a memorizar un poema, ríen a
carcajadas cuando ven a los serios adultos políticos, convertidos
de súbito y a su pesar en payasos, tratar de recitar algunos versos.
El bicentenario de Hugo ha opacado, por dicha o desdicha,
el de Alejandro Dumas. Algunos admiradores del autor de Los tres mosqueteros
creyeron tomar su revancha proponiendo su entrada al Pantheón
(donde se meten las cenizas de cuantos hombres y mujeres ilustres se recuperan),
pero la Sociedad de Amigos de Dumas con sede en Villers-Cotterêts,
donde nació y fue enterrado, se opone de manera terminante al traslado
de estos restos, cuyas visitas brindan a la comuna una buena fuente de
ingresos.
Esto no ha impedido ver en la televisión múltiples
versiones, incluso mudas, de los orígenes más diversos, de
Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo. Cabe decir
que, a pesar de las aberraciones fílmicas, hollywoodescas y otras,
Dumas ha tenido más suerte que Hugo, y ningún editor, que
yo sepa, le ha alargado sus novelas con segundas partes como la catastrófica
continuación de Los miserables, donde se resucita a Jean
Valjean para recompensarlo por su vida virtuosa. Muy distinta a la idea
imaginada por Baudelaire, cuya poesía tanto debe a la de Hugo -como
lo reconoció-, pero a quien irritó tan profundamente esa
novela que formuló el proyecto de Los antimiserables en sus
notas de escritura: Jean Valjean rico, gozando de una vejez tranquila,
rodeado por su familia, gracias al producto de una vida criminal.
A pesar de todos los peligros y las peripecias que implica
la conmemoración de estos dos bicentenarios, las obras de Hugo y
Dumas no sólo han sobrevivido: se han redescubierto. La imborrable
aventura del romanticismo recobra, dos siglos después, toda su amplitud.
De ahí la importancia de la nueva edición de Las memorias
de Alejandro Dumas en dos volúmenes de más de 3 mil páginas.
Inencontrables, yo había tenido la suerte de leerlas hace más
de 20 años en una antigua edición del siglo XIX. Con la generosidad
que le fue propia, Dumas narra su época, su propia aventura al lado
de Garibaldi, pero también la del romanticismo y la manera en que
Hugo supo imponerse a mademoiselle Mars, la más grande actriz
de la época. Momentos deliciosos, teatrales, típicos del
gran dramaturgo capaz de transformar la más simple anécdota
en un suspenso heroico, de sumirse en otros tiempos con la facilidad de
Nerval -quien colaboró con Dumas en la escritura de algunas obras-,
pero, a diferencia del genial poeta, saber regresar de ellos sin extravío
y cargado de dones.
Pelea de cenizas
El 27 de junio, la ciudad de Villers-Cotterêts decidió
retirar su amparo contra el decreto de Chirac de transportar las cenizas
de Dumas al Panthéon. A cambio, entre otras cosas, el Ministerio
de la Cultura restaurará la casa-museo donde nació Alejandro
Dumas y se volverá a construir la estatua del autor de El conde
de Montecristo, la cual fue utilizada como material para hacer balas
durante la Segunda Guerra Mundial. Otras ventajas turísticas beneficiarán
a Villiers-Coterêts gracias a Alejandro Dumas. No cabe duda que el
gran Alejandro siempre produjo dinero para los otros, aunque él
haya muerto con sólo 10 francos de oro en la mano.