CON VISTA AL ZOCALO
José Agustín Ortiz Pinchetti
La reforma política del DF, bloqueada en
El Caballito
LA REFORMA política del Distrito Federal está
atrapada en las oficinas del Senado en la plaza de El Caballito
(no es plaza, El Caballito es una escultura amarilla abstracta).
Con el proyecto concluye un largo camino para liberar a la capital del
control autoritario de la Presidencia de la República. Los mayores
cambios se dieron ya, pero debe completarse el trabajo histórico.
Los órganos de gobierno y todos los partidos en la capital produjeron
y apoyaron la iniciativa. La Cámara de Diputados la aprobó
en diciembre de 2001 con 97 por ciento de votos. En el Senado está
congelada desde hace siete meses.
RECORDEMOS COMO funcionó la capital dentro del
sistema montado en tres piezas: a) la Presidencia, b) el partido único
o semiúnico, c) el control de la capital. El Presidente (en realidad
un monarca absoluto), hereditario por línea transversal, ejecutor
y árbitro supremo. Su única limitación era su temporalidad
sexenal. El partido único sirvió para mantener la estabilidad
del sistema y los recambios sexenales. Había una tercera pieza:
el control de la capital, donde residían el Presidente, su gabinete,
sus guardias y su corte, además de la población más
culta, preparada, poderosa y díscola del país.
TODOS LOS grupos de presión tenían residencia
en el Distrito Federal. También las universidades más importantes
y los partidos de oposición. El DF aportaba un tercio de la riqueza
y tenía la mayor carga impositiva. Era vital mantenerlo uncido a
las riendas del poder presidencial y monárquico. Y así se
hizo. El Presidente nombraba a un regente empleado suyo. Era un
funcionario bastante poderoso y algunos llegaron a ser fuertes competidores
por la grande. Ninguno lo logró. Pero, ¿por qué
era tan importante el control de la metrópoli? Porque podría
ser un contrapeso excesivo contra el poder presidencial. Además,
si la población capitalina -la más politizada del país-
podía elegir a sus representantes, podría elegir opositores
y exigir cambios. Hubiera contagiado con sus torpes anhelos de modernidad
a las demás regiones del país y debilitado a la monarquía.
LOS VIEJOS sabios del sistema sabían del peligro.
Por eso se opusieron siempre a las reformas para el DF. Aceptaron algunos
ajustes administrativos, pero ir a fondo ¡jamás! Al fin las
reformas se fueron dando a contrapelo. Los sabios tenían razón.
El triunfo de la oposición, en 1997, abrió a la alternancia
no sólo las puertas de la capital, sino de toda la nación.
HOY UNA reforma que libere a la capital y garantice su
carácter de sede de los poderes de la República está
congelada por una curiosa coalición de políticos a la más
vieja usanza. La opinión pública y los senadores progresistas
de todos los partidos pueden destrabar la reforma y vencer a los nostálgicos.