Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 7 de julio de 2002
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Política
Rolando Cordera Campos

Nacionalizar la globalización

Por más que se empeñen los profetas de la globalización, el tema nos lleva recurrentemente al Estado y al ejercicio de la soberanía. Sin duda, hay temas y desafíos globales, como los del cambio climático o la capa de ozono, que con tanto empeño estudian los amigos de Ceiba, o los que se expresan en la pobreza de masas y la nueva oleada migratoria mundial, pero su tratamiento y solución pasa hoy por los Estados nacionales y sus capacidades de decisión y acción.

Mientras haya naciones y Estados, y cada vez hay más y no menos, toda acción global tiene como punto de arranque una decisión soberana de actuar conjuntamente, así esta acción conjunta implique "ceder" soberanía. La soberanía, como noción fundadora de los Estados modernos, no es un concepto que estorbe a la acción global, salvo que por esto último se entienda la acción de los fuertes y poderosos.

Por desgracia, así se entiende hoy lo global, trátese de las campañas humanitarias en los Balcanes o de la actual guerra contra del terror. Ninguna de ellas, se ha hecho a partir de mandatos configurados democráticamente desde las sociedades nacionales a los Estados y luego a la ONU, sino en una mezcla siempre opaca de decisiones tomadas en ciertas cumbres y luego "legitimadas" por el éxito o con resoluciones discutibles en cuanto a su legalidad en el Consejo de Seguridad o la Asamblea General. La soberanía aquí sí que estorba, pero lo que habría que discutir es si los fines buscados son en efecto globales, es decir, para todo el planeta y toda la humanidad.

En materia económica y financiera el espejismo global se ha agudizado, a pesar de los descalabros de los campeones empresariales de la globalización. La noción de globalización es subsumida y oprimida por una sola visión del mundo que se ha vuelto casi toda una ideología: el globalismo. De acuerdo con ésta, el desempeño económico de todos los países puede evaluarse con un rasero único y los remedios verse como universales emanados de un solo vademécum. Es lo que se ha dado en llamar el pensamiento único, cuya más célebre codificación se hizo en el Consenso de Washington.

La globalización se entiende como una "naturalización" de la economía internacional, a la que se despoja de sus dimensiones políticas y estatales. A partir de esta ideología y su codificación instrumental, se ha pretendido hacer ambiciosos ejercicios de ingeniería social que han derivado en pretensiones utópicas destructivas destinadas a efectuar cambios súbitos y radicales en las estructuras económicas y políticas nacionales.

Junto con Gran Bretaña y Nueva Zelanda, cuenta John Gray en Falso amanecer, México experimentó a muy altos costos con esta ingeniería del cambio total y sus frutos siguen sin aparecer. Las huellas de este pensamiento utópico destructivo, supuestamente hijo de la razón ilustrada, están aún entre nosotros. Ahí está el coro de los profetas de una modernización entendida como equivalente a libre mercado y, muy recientemente, la torpe muestra de solidaridad de México con Argentina ofreciéndole "contagios" de optimismo y como solución a su tragedia el libre comercio. Las cosas, en materia de creencias e ideologías finalistas, no duran hasta que se acaban: se quedan como rémoras que dolorosamente nos recuerdan la falibilidad de la especie y su obstinación secular de tropezar una y otra vez con la misma piedra.

 El desafío es global pero no sólo. Saber distinguir entre lo peculiar y lo general, entre lo nacional y lo mundial, es condición insalvable para hacer buena política económica y de desarrollo. Sin el filtro nacional y sin asumir el peso de su historia particular, siempre cruzada por el contacto con el resto del mundo, sólo quedan las relaciones internacionales de poder, un cuasi gobierno mundial sin democracia mundial. El reino de la fuerza.

Para México y América Latina, reasumir la dimensión nacional para abordar lo global y no para exorcizarlo, es lo que se ha puesto en el orden del día. Lo "políticamente incorrecto" no es montar simulacros cosmopolitas o hacernos la ilusión de que ya la hicimos porque aquí nos tocó, en la parte norte del hemisferio. Esta es la perspectiva convencional de una polkería que confunde el globo con el mall en Houston.

Lo que urge es recuperar lo nacional para actualizarlo y desde ahí plantearse una nacionalización de la globalidad, después de tantos y costosos años en que nos hemos empeñado en globalizar a la nación. El camino a la globalización de la política económica o ambiental, parte de los Estados nacionales y pasa por una modulación cuidadosa de las políticas en que se condensan las voluntades sociales diversas y encontradas.

No es la soberanía lo que se pone en medio, sino el ejercicio de una hegemonía global para la que la democracia es un adjetivo menor y hasta prescindible... según sea el caso, como lo ha mostrado el FMI en Argentina. Hay que aprender de ella, pero no usarla de pantalla para nuevas fugas hacia delante.

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