Rolando Cordera Campos
Nacionalizar la globalización
Por más que se empeñen los profetas de la
globalización, el tema nos lleva recurrentemente al Estado y al
ejercicio de la soberanía. Sin duda, hay temas y desafíos
globales, como los del cambio climático o la capa de ozono, que
con tanto empeño estudian los amigos de Ceiba, o los que se expresan
en la pobreza de masas y la nueva oleada migratoria mundial, pero su tratamiento
y solución pasa hoy por los Estados nacionales y sus capacidades
de decisión y acción.
Mientras haya naciones y Estados, y cada vez hay más
y no menos, toda acción global tiene como punto de arranque una
decisión soberana de actuar conjuntamente, así esta acción
conjunta implique "ceder" soberanía. La soberanía, como noción
fundadora de los Estados modernos, no es un concepto que estorbe a la acción
global, salvo que por esto último se entienda la acción de
los fuertes y poderosos.
Por desgracia, así se entiende hoy lo global, trátese
de las campañas humanitarias en los Balcanes o de la actual guerra
contra del terror. Ninguna de ellas, se ha hecho a partir de mandatos configurados
democráticamente desde las sociedades nacionales a los Estados y
luego a la ONU, sino en una mezcla siempre opaca de decisiones tomadas
en ciertas cumbres y luego "legitimadas" por el éxito o con resoluciones
discutibles en cuanto a su legalidad en el Consejo de Seguridad o la Asamblea
General. La soberanía aquí sí que estorba, pero lo
que habría que discutir es si los fines buscados son en efecto globales,
es decir, para todo el planeta y toda la humanidad.
En materia económica y financiera el espejismo
global se ha agudizado, a pesar de los descalabros de los campeones empresariales
de la globalización. La noción de globalización es
subsumida y oprimida por una sola visión del mundo que se ha vuelto
casi toda una ideología: el globalismo. De acuerdo con ésta,
el desempeño económico de todos los países puede evaluarse
con un rasero único y los remedios verse como universales emanados
de un solo vademécum. Es lo que se ha dado en llamar el pensamiento
único, cuya más célebre codificación se hizo
en el Consenso de Washington.
La globalización se entiende como una "naturalización"
de la economía internacional, a la que se despoja de sus dimensiones
políticas y estatales. A partir de esta ideología y su codificación
instrumental, se ha pretendido hacer ambiciosos ejercicios de ingeniería
social que han derivado en pretensiones utópicas destructivas destinadas
a efectuar cambios súbitos y radicales en las estructuras económicas
y políticas nacionales.
Junto con Gran Bretaña y Nueva Zelanda, cuenta
John Gray en Falso amanecer, México experimentó a
muy altos costos con esta ingeniería del cambio total y sus frutos
siguen sin aparecer. Las huellas de este pensamiento utópico destructivo,
supuestamente hijo de la razón ilustrada, están aún
entre nosotros. Ahí está el coro de los profetas de una modernización
entendida como equivalente a libre mercado y, muy recientemente, la torpe
muestra de solidaridad de México con Argentina ofreciéndole
"contagios" de optimismo y como solución a su tragedia el libre
comercio. Las cosas, en materia de creencias e ideologías finalistas,
no duran hasta que se acaban: se quedan como rémoras que dolorosamente
nos recuerdan la falibilidad de la especie y su obstinación secular
de tropezar una y otra vez con la misma piedra.
El desafío es global pero no sólo.
Saber distinguir entre lo peculiar y lo general, entre lo nacional y lo
mundial, es condición insalvable para hacer buena política
económica y de desarrollo. Sin el filtro nacional y sin asumir el
peso de su historia particular, siempre cruzada por el contacto con el
resto del mundo, sólo quedan las relaciones internacionales de poder,
un cuasi gobierno mundial sin democracia mundial. El reino de la fuerza.
Para México y América Latina, reasumir la
dimensión nacional para abordar lo global y no para exorcizarlo,
es lo que se ha puesto en el orden del día. Lo "políticamente
incorrecto" no es montar simulacros cosmopolitas o hacernos la ilusión
de que ya la hicimos porque aquí nos tocó, en la parte norte
del hemisferio. Esta es la perspectiva convencional de una polkería
que confunde el globo con el mall en Houston.
Lo que urge es recuperar lo nacional para actualizarlo
y desde ahí plantearse una nacionalización de la globalidad,
después de tantos y costosos años en que nos hemos empeñado
en globalizar a la nación. El camino a la globalización de
la política económica o ambiental, parte de los Estados nacionales
y pasa por una modulación cuidadosa de las políticas en que
se condensan las voluntades sociales diversas y encontradas.
No es la soberanía lo que se pone en medio, sino
el ejercicio de una hegemonía global para la que la democracia es
un adjetivo menor y hasta prescindible... según sea el caso, como
lo ha mostrado el FMI en Argentina. Hay que aprender de ella, pero no usarla
de pantalla para nuevas fugas hacia delante.