Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 7 de julio de 2002
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Política
Néstor de Buen

Carta a Eduardo Galeano

uerido Eduardo:

De ti sabía muy poco. Salvo lo grato que es leer, de cuando en cuando, tus mínimas colaboraciones para ésta, nuestra casa común: La Jornada. De futbol, por supuesto.

Tenía la impresión de que Eduardo Galeano era un artífice de la anécdota elemental. De la breve historia que ocupa una columna menor, pero que siempre deja la impresión de que lees una obra maestra.

Pero resulta que me fui a Cancún a pasar mis vacaciones anuales. Puedes imaginar, y te sobrará razón, que son o fueron vacaciones burguesas, en condominios, tiempos compartidos les llaman, de evidente lujo, comprados en abonos difíciles y conservados cada año con cuotas de mantenimiento cada vez más caras.

Mi problema es que no sólo de albercas y playas, por cierto que maravillosas de color y temperatura, vive el hombre. Además de llamativos bikinis que por estas arenas apenas disimulan los cuerpos atractivos de ilustres ciudadanas de Estados Unidos. Afortunadamente no son bikinis sino fundas enormes las que cubren los cuerpos de enormes ciudadanas de todos los colores de la misma nacionalidad. Porque de que son gordas pero altas, nadie se los quita.

Digo que las vacaciones exigen más. Deportes, por supuesto, que a estas alturas de la vida no pueden ser muy exigentes: algo de natación, no demasiada; un mínimo de correr, que puede enfrentar el problema de un calambre; quizá tenis, que no pude repetir por una dolencia antigua en el brazo derecho, y el muy democrático golf. Juego burgués, por supuesto, pero además de caro, muy relajante. Pero con el deporte, sobre todo, la lectura.

Llevé a Cancún unos cuantos libros. Tengo una más que amplia biblioteca en la que además de las obras de derecho, algunas de mi autoría, abundan las de política y, por supuesto, novelas y cuentos. Elegí al azar unas cuantas con cierta vocación política. Algo sobre Lenin, otra acerca de la burguesía mexicana; una colección de historias viejas de Carlos Monsiváis y alguna más. Entre ellas Las venas abiertas de América Latina, 33a. edición, de 1982.

No tenía ni idea de ese libro tuyo. Y, por supuesto, ignoro la razón de por qué estaba ahí, en mi biblioteca, en paciente espera de que lo leyera. Paciente y, por supuesto, sin demasiadas esperanzas de ser elegida.

Lo fue. Y me metí en la lectura que te debo confesar estuve a veces tentado a abandonar. No es tan fácil soportar una dosis tan enorme de injusticias.

Terminé el libro un día y medio antes de mi regreso al Distrito Federal. No fue fácil. Quedé abrumado, angustiado, casi con un arrepentimiento no muy justificado de no haberlo leído antes. Porque tu libro, admirado Eduardo, es un antes y después. No es posible vivir en América Latina sin haber conocido antes esa historia de crímenes, explotación, imperialismo, dominio de los ibéricos (lo soy de origen), de los ingleses y de los gringos sobre este enorme territorio dueño de la mayor riqueza y habitado por la mayor pobreza.

Tu libro genera arrepentimientos de conductas involuntarias. Porque nadie antes me había dicho que existía y tampoco me explico la razón de su tenencia. Y es claro que, por ello mismo, Eduardo Galeano no me representaba otra cosa que un escritor mínimo, fácil por supuesto, genial casi siempre, y por ello mismo motivo de envidia.

Supongo que a mi vetusta 33a. edición habrán sucedido muchas más. Motivos sobran, principalmente en estos tiempos en que el FMI ejerce su bondadosa ausencia en Argentina y apunta sus cañones contra Venezuela. Sin olvidar muchas cosas que no se pueden olvidar.

¡Gracias por tu libro, admirado Eduardo! ¡Cómo me alegro de haberte descubierto!

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